Aun cuando, por las desavenencias dentro del propio justicialismo, los números no son tan generosos con su proyección inicial, el matrimonio presidencial huele la victoria.
¿Victoria kirchnerista? Si bien el resultado de la votación por venir en la Cámara baja sería así presentada por el Gobierno, se impone un análisis más profundo sobre su significado. Hay que recordar que el campo era casi un minusválido político antes del 11 de marzo, cuando se conoció la resolución ministerial que estableció el esquema de retenciones móviles a las exportaciones de granos. De golpe, el sector agropecuario se transformó en el principal factor de poder de los últimos años.
Aquello que comenzó siendo una pulseada entre un gobierno y organizaciones rurales peyorativamente vistas como el núcleo de la vieja oligarquía terrateniente, terminó convirtiéndose en un conflicto mayúsculo al que se sumaron desde las clases medias urbanas hasta grupos de desocupados liderados por Raúl Castells, y desde gobernadores como Hermes Binner y Juan Carlos Schiaretti hasta intendentes de diferentes extracciones políticas. Todos, asociados al campo.
Los cacerolazos advirtieron que el enfrentamiento no era simplemente entre el campo y el Gobierno, sino entre kirchneristas y un vasto sector de la población que rechazaba su política y, en especial, su estilo de gobernar.
Aun cuando hoy o en los próximos días el kirchnerismo imponga su proyecto, con modificaciones que no alterarán la polémica resolución 125 y sus modificatorias, nadie en la fracción gobernante debería hablar de victoria.
Las pérdidas en términos económicos que dejaría el pírrico triunfo del oficialismo no serán menores. El riesgo país se ha disparado por encima de los 600 puntos y nos ha alejado más del investment grade al que llegaron vecinos como Brasil y Perú, al tiempo que la desaceleración económica se advierte con más facilidad.
En términos estrictamente políticos, el sabor del éxito será bastante amargo. El drenaje de votos del campo y de sectores medios de las ciudades, y el alejamiento de sectores del propio justicialismo dan cuenta del desgaste sufrido por el matrimonio K. Encima de eso, las maniobras kirchneristas para dispersar al campo y cooptar a la Federación Agraria resultaron hasta ahora estériles. Por más compensaciones que haya para los pequeños productores, ninguno puede estar pensando hoy en volver a votar por un Kirchner después de todo lo que pasó.
Con perdón de los muchos hinchas y simpatizantes de Racing Club, vale traer una vez más el ejemplo de la Academia. Como el equipo de Avellaneda, los Kirchner, en su pelea contra el campo, podrán salir airosos de la Promoción, pero probablemente quedarán muy debilitados y comprometidos para el próximo campeonato si no modifican su forma de tomar las decisiones. Y quizás a diferencia de Racing, dejarán de tener una masa de sufridos seguidores convencidos de su causa y deberán refugiarse cada vez más en las hordas de profesionales del piquete y de grupos de choque a sueldo.
Finalmente, la gran pregunta que deberá hacerse el Gobierno una vez saldada la batalla legislativa, es si la ley que se apruebe ayudará a pacificar efectivamente al país y a lograr la concordia. La misma pregunta se la deberán formular los dirigentes rurales, con el añadido de que alzarse contra una ley del Congreso no es igual que levantarse contra una resolución absolutamente dudosa desde la óptica constitucional.


