Uno de los comentarios que mejor me cayó del Milei candidato fue cuando expresó, en una entrevista, que meterse con los precios de los productos era “tocar el sistema nervioso de la economía”.

Y saber qué cosas relacionarían en nuestro sector rural y cuales serían esos nervios, me llevó a relevarlas y transcribirlas acá, aún a riesgo de parecer un capítulo aburrido pero didáctico de Julio Verne en el que enumeraba la lista de especies que encontraban sus viajeros en veinte mil leguas de viaje submarino.

El clima, con sus temperaturas y lluvias, el suelo con sus capacidades de acumular agua y nutrientes en sus profundidades, el contenido inicial de humedad en él, la fecha de siembra, el contenido de nitrógeno inicial, el cultivar que usemos, con sus capacidades genéticas vinculadas a la tolerancia a adversidades, fechas de floración y madurez, frutos por planta, semillas por frutos, sus tasas de su llenado, la densidad de plantas que queramos y logremos, la fertilización, el control de plagas y enfermedades, que llevarán a un rendimiento mejor o peor según se conjuguen, como proceso estocástico que es.

Esto para un cultivo determinado, componente de un plan en el que se integrará con otros, con similares condicionantes y si bien no menciono acá las actividades ganaderas (para no superar a Verne), ellas evidentemente son parte importante del plan y de mayor complejidad aún, ya que al proceso vegetal se agregan los condicionantes de producción animal.

Por este plan es que en forma periódica vamos a arriesgar tierra, trabajo y capital para tratar de obtener un resultado, que conjugando rendimientos físicos y precios, permita una renta razonable y la debida conservación de estos factores de producción a largo plazo, incluyendo necesariamente, por las urgencias del cambio climático, un balance de carbono favorable.

Vincular todos estos elementos implica la necesidad de varios miles de “nervios” que terminan conectando con los costos, fijos, variables y marginales, que vinculados al precio de los productos definen cual sería el nivel óptimo de producción y los riesgos involucrados.

Lo descripto lo incorporé a mi cerebro como una convicción reconfortante, pensando que por fin un posible gobernante entendía el problema en que estábamos metidos y dispuesto a cortar con una tradicional frustración con la que los más experimentados hemos convivido durante la mayor parte de nuestra vida productiva.

Incorporar una convicción reconfortante es por definición grato, pero lamentablemente perderla es doloroso, eso me pasó al ver como el Milei, ya presidente, le aplicó un sablazo a ese paquete de nervios desalineando precios mediante un nuevo conjunto de mayores derechos de exportación.

Se entiende que le ha tocado estar al timón de un barco averiado capeando un huracán de categoría cuatro (la metáfora náutica es porque me gusta navegar a vela) y está dispuesto a recurrir a cualquier herramienta para salvarlo, pero lo que no percibo es como lo va a lograr haciéndole agujeritos al casco.

Puede que un buque se compadezca de nuestra situación y mediante uno de sus guinches nos instale cómodamente en su cubierta, pero en el horizonte no se vislumbran ni el buque ni sus buenas intenciones.

Creo que el camino para salir es apoyar a los que están en mejores condiciones de generar beneficios rápidamente, aun cuando nuestro sector - principal proveedor de dólares- sea irrelevante políticamente, y cuidar y reconvertir a los más complicados para que no se pierdan.

Por ello me permitiría sugerir que su gobierno estudie una reforma tributaria en la que el sector contribuya en forma ecuánime y sin afectar sus precios y “sistema nervioso”. También agregaría accesoriamente que lo de Bioeconomía lo segmente en Biología y Economía, ya que parecen ir por caminos separados.