Al finalizar 2001, Pedro cobraba en su trabajo un sueldo mensual de $ 914.
Sabía que para los gastos de su familia tenía que destinar $ 800, y así le
quedaban $ 114 que trataba de guardar a manera de ahorro. Dos años después,
Pedro recibe más cantidad de billetes: su ingreso es de $ 1165. Pero, claro: si
quiere mantener aquel mismo nivel de vida debería desembolsar $ 1173, y en vez
de poder reservarse algo, ahora le están faltando unos pesos.
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La suma de esos $ 8,60 que hoy en día le faltan para poder comprar lo mismo que
adquiría antes de la devaluación, y los $ 114 que antes podía ahorrar y ya
no, representa una cifra equivalente al 13% del salario de 2001. Es nada más y
nada menos que la pérdida que tuvo su salario en términos reales (en su poder
de compra), a pesar de que, nominalmente, la cifra se incrementó en un 27,4 por
ciento. Ese fue, claro está, el efecto del alza del costo de vida, que supera
el 46 por ciento.
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Más allá de la historia de Pedro y de sus gastos en particular, los montos y
porcentajes de evolución mencionados son válidos para el promedio de los
asalariados formales, según los ingresos declarados en enero de 2002 y enero de
este año en el Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones (SIJP).
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Claro que la evolución varía en función del sector económico y muestra una
recuperación, desde niveles más bajos, que se aceleró el año pasado: hasta
enero de 2003, el salario formal había subido nominalmente un 10,4% y, en
términos reales, la pérdida trepaba a casi el 23 por ciento.
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Para quienes no obtuvieron ningún ajuste, como los jubilados que cobran más
que el haber mínimo de $ 240, la caída del ingreso real desde la devaluación
trepa al 32 por ciento.
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El universo alcanzado por la recomposición de los ingresos, vale aclararlo,
abarca al 55% de los asalariados. El resto, según estimaciones del Indec, está
trabajando en situación irregular. El organismo oficial de estadísticas aún
no difundió cuál fue la evolución de ingresos posterior a mayo de 2003 según
su Encuesta Permanente de Hogares, por lo que es difícil conocer qué pasó
entre los informales. De todas formas, el Indec elabora un índice de salarios
sobre la base de encuestas más reducidas, y allí calcula que los trabajadores
en negro tuvieron apenas una variación del 6,9% en sus salarios hasta enero
pasado, con lo cual estarían soportando una baja del poder de compra del 26 por
ciento.
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Según los analistas, ese es uno de los factores que conspira contra una salida
más dinámica de la grave situación de la pobreza que, en otras condiciones,
podría ofrecer la recuperación económica. El economista Luis Secco apuntó
que, mientras que en los 90 los índices de pobreza estaban atados directamente
a la evolución del desempleo, ahora la posibilidad de un alivio de la crisis de
la marginalidad está frenada por la debilidad de los ingresos de muchos
ocupados.
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Los mecanismos
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Para los formales, los ajustes que ayudaron a recuperar parte del terreno
perdido llegaron de la mano de la intervención del Estado y de la negociación
entre empresas y sindicatos, en gran medida, empujada por la acción
gubernamental (ver página 2).
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Según recordó el abogado laboralista y asesor de la Unión Industrial
Argentina (UIA), Daniel Funes de Rioja, los decretos que dictó primero el
gobierno de Eduardo Duhalde y luego el de Néstor Kirchner, por los cuales se
impusieron aumentos de sumas fijas ($ 224 que ya debieron ser incorporados a los
salarios y $ 50 no remunerativos), provocaron que el impacto fuera mayor en los
segmentos de ingresos más bajos, que pudieron volver e incluso superar los
niveles de capacidad de compra previos a la devaluación. "Esto generó un
achatamiento de la pirámide, que se puede considerar razonable", dijo.
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El último decreto salarial, de $ 50, se reflejó en una mejora de casi un 5% en
el promedio de los ingresos declarados, ya que la comparación en los últimos
meses de 2003 con fines de 2001 y principios de 2002, arrojaban alzas nominales
del 22% con una caída del salario real del 17 por ciento.
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Según Funes de Rioja, los aumentos más moderados en sueldos medios y altos
estuvieron de todas formas por arriba del 30 por ciento. Hacia el futuro, según
evaluó, "sólo debería haber negociación de salarios ligadas a
competitividad y productividad".
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Desde el sector sindical, Alberto Tomassone, uno de los principales referentes
de la CGT y asesor del sindicato de comercio, apuntó que, tal como está la
situación laboral, "es difícil hablar de negociar, excepto en los
sectores a los que les fue bien" con el nuevo escenario económico. Dadas
esas limitaciones, sostuvo, se podría estimular el consumo mejorando el poder
adquisitivo con medidas no salariales, como el cobro del IVA en forma
discriminada según los productos.
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En la consideración de las diferencias por sectores, Tomassone se refirió los
call centers, que se presentan como una actividad creadora de empleos porque los
costos en personal son inferiores a los de otras latitudes. "Pero la
amenaza es que cuando intentemos ajustar salarios no se pueda competir con otros
países", advirtió.
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El de los call centers es un ejemplo de los desafíos que despierta el
sostenimiento de un proceso de recuperación con salarios reales bajos y un tipo
de cambio alto, que lleva a que la reactivación no alcance a compensar las
pérdidas en el campo social.
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Lo cierto es que, como el actual escenario beneficia a algunas actividades y
posterga a otras, los bolsillos de los trabajadores registrados evolucionaron de
manera diferenciada.
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En primer lugar, habría que separar el caso del sector público, donde los
datos de los salarios declarados -hoy en promedio de $ 1140- muestran la menor
variación. Sólo se refleja la restitución del 13% que el gobierno de la
Alianza había rebanado de esos ingresos, en aras de su objetivo de
"déficit fiscal cero". El efecto es que esos empleados mantienen una
pérdida de su poder adquisitivo del 20,7% desde 2001.
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Entre los privados, la actividad que mostró una evolución más modesta fue la
de servicios de enseñanza y salud. Allí, las mejoras fueron en términos
nominales, del 20,7% y la pérdida real, cercana al 18 por ciento.
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En el otro extremo, los empleados de industrias textiles y del cuero tienen hoy
un salario medio de $ 952, un 62,2% más alto que el de 2001. Según ese
promedio -que puede incluir a nuevos empleados con salarios mejores-, estos
obreros tuvieron una ganancia en su poder adquisitivo del 10% con respecto a dos
años atrás.
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Otra actividad de ingresos bajos que obtuvo una evolución superior al promedio
fue la agropecuaria, donde se elevó el ingreso declarado de $ 432 a $ 667, lo
que implica una mejora del 54,4% nominal y del 1,05% real.
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Industria y servicios
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En la industria en general, el alza nominal fue del 28% entre enero de 2002 y de
2004. Además de la textil, se destacó la rama de fábricas metálicas, donde
la suba fue del 48 por ciento.
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En los servicios, el ajuste fue del 25,4% y la mejor evolución se dio en los
hoteles y restaurantes, con un alza del 45,1%, en tanto que en el comercio el
salario medio pasó de $ 698 a $ 974 (una ganancia nominal del 39,5% y una
caída real del 5%). En la construcción, el ingreso declarado se elevó de $
629 a $ 842 (un alza nominal del 33,9% y una baja real del 9 por ciento).
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¿Por qué esta evolución tiene escasa relación con lo que pasa en el sector
informal? "Los sectores de la industria de la alimentación y las bebidas y
de textiles, como la construcción, que son los que están requiriendo más mano
de obra, piden personal con baja calificación y hay mucha oferta", evaluó
Gabriel Sánchez, economista del Ieral, de la Fundación Mediterránea. Ese
hecho, a juicio del analista, traba las posibilidades de que haya un arrastre de
las mejoras salariales a los no registrados.
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Sánchez consideró también que, como los formales que están bajo la línea de
pobreza son relativamente pocos, es difícil que los ajustes influyan en un
alivio de ese problema social, máxime cuando se estima que la mayor cantidad de
nuevos puestos está en negro.
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Héctor Valle, de la consultora FIDE, estimó que los índices de pobreza sólo
mejorarán si bajan los costos de las canastas de los productos que satisfacen
requerimientos básicos y que se usan para fijar el límite entre ser o no ser
pobre o indigente y que, desde diciembre de 2001, se encarecieron un 55,5% y un
75,3% en cada caso.
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Es el difícil desafío de un país en el que la brecha entre el mundo de los
que pueden trabajar dentro de la ley y los que quedan al margen no hizo más que
agravarse, con nuevos incentivos para ello, tras el proceso que rompió con la
estabilidad de precios.


