Entre las primeras, figura el desarrollo alcanzado por la ganadería en el norte del país a raíz de la expansión de la frontera agropecuaria.
Entre las más profundas, la capacidad de los productores para sobreponerse a todas las adversidades: desde las que de forma coyuntural han opuesto con su persistente sequía las fuerzas de la Naturaleza a las que por incomprensión, fundadas tanto en el carácter como en la ideología de los actuales gobernantes, traban el desenvolvimiento del que a pesar de todo constituye el sector más dinámico de la economía nacional.
Los gobiernos pasan; el campo queda, pero debiendo sobreponerse a los daños absurdos que se le infieren y repercuten en desmedro del interés general. Como se recordó en el acontecimiento rural de Resistencia, entre agosto de 2006 y la actualidad se han dictado diez resoluciones, unas corrigiendo a las otras, sobre peso mínimo para la faena de carne vacuna.
Así nadie sabe a qué atenerse, cunden la imprevisión y la sensación de que la ignorancia es la peor de las perversiones.
El extraordinario crecimiento de la agricultura en las últimas dos décadas, al ocupar las tierras más feraces, ha llevado al acrecentamiento de los rodeos vacunos hacia las provincias norteñas. Se trata de un fenómeno que por su magnitud ejercerá una influencia social y cultural llamada desde ya a tomarse en cuenta.
Ese fenómeno avanza de tal forma que más de la mitad de la ganadería vacuna quedará instalada en no muchos años más en los territorios del nordeste y del noroeste argentino. Hoy ha alcanzado el 38 por ciento del rodeo nacional, concentrándose en razas que han demostrado, por medio de rigurosos procesos de mejoramiento genético, el interés y las aptitudes de nuestros productores para logros que convocan la atención mundial.
Desde luego que el mundo no puede menos que contrastar tales habilidades productivas y esfuerzos de trabajo e inversión privadas con las incoherencias de una política que ha dificultado, e incluso suspendido, las exportaciones cárnicas y motivado preguntas incómodas para los representantes del Gobierno en el exterior.
Todo eso ocurre en un contexto en el que hay curiosidades tan llamativas que acreditan hacerse un lugar en los estudios sociológicos: los argentinos, como se sabe en todas partes, son especialmente diestros para jugar al fútbol, pero también tienen un talento natural para extraer de las riquezas del campo beneficios que suelen ser más reticentes con sociedades en un orden general más desarrolladas que la nuestra, o para incorporar antes que otros la tecnología propicia para incentivar actividades que tienen su base en las bondades del suelo, del agua y la exposición solar.
Los animales expuestos en Resistencia han demostrado una vez más el potencial de la ganadería argentina. La incorporación de pasturas tropicales ha potenciado las posibilidades de alimentación de los rodeos y fundamentado cuánto queda todavía por hacer en tierras en otros tiempos ociosas o desaprovechadas en relación con la plenitud de sus posibilidades.
Las energías que el campo debe emplear, no para que el Gobierno le dé una mano sino para que se las saque de encima y evitar así la ilegitimidad de nuevas exacciones, han sido demasiadas en los últimos meses. Es necesario reservar fuerzas para movilizar a los gobiernos provinciales a fin de que, sobre todo en zonas aisladas, se construya algo de los muchos caminos que faltan, se introduzca la electricidad rural y se dispongan los medios para facilitar el acceso al agua que usualmente escasea (y en estas horas la naturaleza niega en términos que han llevado a la mortandad de cientos de miles de animales).
Faltan, además, frigoríficos con jerarquía para atender las exigencias de una exportación que corresponde alentar, en vez de contraponer con enredos demagógicos, a la mesa de los argentinos.
Entretanto, la muestra de Resistencia ha quedado como un estímulo bienvenido para la ganadería que se ha instalado en el Norte con fuerzas probadas para lograr su transformación y progreso.
La Nación


