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Ocho meses después de haber asumido su esposa, Cristina, y a ms de treinta días del final del lado salvaje del conflicto con el campo, Néstor Kirchner parece haber empezado a tomar conciencia de que su poder y su destino no volverán a ser nunca más como alguna vez fueron. ¿Señales? El primer plano imprescindible que le ha dejado a la Presidenta. Su prolongado silencio y las apariciones públicas fugaces. Elasticidad donde hasta hace poco reinaba la intransigencia. Mensajes resignadamente amistosos con peronistas a los que había jurado crucificar.

El matrimonio presidencial ha puesto, al menos, un pie sobre la tierra. No todavía los dos. La crisis no es sólo un relato de los diarios. Esa crisis es la que menguó el capital político que se había llevado Kirchner al llano y que había juntado Cristina en las elecciones de octubre. Los planes han cambiado bruscamente: ningún kirchnerista trabaja ya con la hipótesis de una sucesión en el 2011. Ni siquiera pueden detenerse a pensar en las legislativas del año que viene. La realidad indica que la Presidenta y su marido están obligados ahora a intentar rehacer cada día un trazo del poder dañado. A pelear por la subsistencia política y no por un sueño fastuoso.

Algo conocen de esa pelea. Kirchner gobernó sus primeros dos años con apenas el 22% de los votos y un cuadro de suma precariedad. Fue tal vez, vista a la distancia, su mejor época. Pero el matrimonio cuenta ahora para repetir aquella historia con una enorme desventaja: la sociedad ha perdido buena parte de sus esperanzas, ha perdido también el miedo y convirtió las expectativas de aquel tiempo en un profundo y, a veces, exagerado mal humor.

Cristina pareciera estar en esa desolación más cómoda que Kirchner. La Presidenta no resistió un instante que los diputados propios y aliados le dieran vuelta como una media el proyecto original sobre la reestatización de Aerolíneas Argentinas. Sólo quería garantizarse la victoria holgada que tuvo porque hubiera resultado intolerable, para ella y para él, otro trámite como el que terminó consagrando en la Cámara baja las retenciones que después enterraron en el Senado las numerosas deserciones oficiales y el voto determinante de Julio Cobos.

El proyecto original enviado por el Poder Ejecutivo al Congreso fue, en verdad, un mal proyecto, plagado de anomalías y contradicciones. En la primera versión primó el criterio de Alessandra Minnicelli, la ex síndica del Estado, esposa de Julio De Vido, el ministro de Planificación. "Así como está, el efecto político que produce se asemeja a la resolución 125 de las retenciones móviles", advirtió Agustín Rossi. El jefe del bloque del PJ parece haber adquirido otra talla después de los dramáticos meses del conflicto con el campo.

Rossi se encontró con la posibilidad de no retener siquiera los 129 votos que había juntado con apremio para las retenciones. Y abrió una ronda de consultas con los peronistas disidentes, los radicales K y hasta algún opositor. Cristina oyó por teléfono cada una de sus sugerencias e instruyó al jefe del bloque para un encuentro con Ricardo Jaime, el secretario de Transporte, y con Carlos Zannini, el secretario de Legal y Técnica. La palabra influyente resultó la de Zannini que, a su modo, parece comenzar a ocupar en el círculo intimo del matrimonio el lugar que solía frecuentar Alberto Fernández, el ex jefe de Gabinete.

La maniobra produjo alivio. El oficialismo terminó rehaciendo una trama política que había quedado deshecha con la votación de las retenciones. Es una trama que, con seguridad, deberá tejer cada vez que asome una cuestión difícil. Pero volvieron los diputados de Córdoba, de Entre Ríos y los díscolos bonaerenses que aguardaban en otro campamento. Sucedió algo más: la oposición observó cómo se evaporó su proyecto alternativo sobre la empresa aérea que, en algún momento, esgrimió como lanza para asestarle otro puntazo al Gobierno.

Ese reagrupamiento peronista, aunque sea provisorio, fue una buena noticia para Kirchner. También lo fue el tibio retorno de la Concertación con los radicales, aprisionada entre Cobos y los únicos dos gobernadores (Miguel Saiz, de Río Negro, y Gerardo Zamora, de Santiago del Estero) que han mantenido fidelidad invulnerable al kirchnerismo. El vicepresidente sigue siendo una caja de sorpresas. Visitó a Juan Schiaretti antes de que el gobernador de Córdoba se entrevistara con Cristina. Saludó dos veces a Rossi con calidez por la forma en que ayudó a ampliar el consenso alrededor de la reestatización de Aerolíneas Argentinas.

Kirchner necesita recuperar en el peronismo la confianza que dilapidó en apenas tres meses. Está haciendo cosas en otro tiempo impensadas para él. No las reuniones reservadas que realiza en Olivos con los intendentes bonaerenses. Pero resolvió tirar líneas con Schiaretti, con quien estaba distanciado desde antes del conflicto con el campo. Ese conflicto los distanció todavía más. Llamó además a una reunión a Carlos Reutemann y prometió franquearle las puertas del despacho presidencial.

Kirchner tiene con el ex gobernador de Santa Fe una relación oscilante de amor y de odio. Siempre admiró su perdurable reputación en la provincia, pero se encegueció cuando el senador tomó una postura militante en favor de los reclamos del campo. El ex presidente debe estar en un tiempo de verdadera sequía política para aceptar sin desbordarse la soltura con que Reutemann le dijo cada una de las cosas que piensa sobre la actualidad.

Luego las disparó en público. Quizás Kirchner se haya sorprendido como lo hicieron, por otros motivos, algunos aliados del ex gobernador. Schiaretti y Jorge Busti, ex mandatario de Entre Ríos, se enteraron de la reunión por los diarios. "Ni siquiera nos avisó", rezongó uno de ellos. El ex presidente conocía esa cercanía y tal vez intentó meter una cuña entre los socios. Eduardo Duhalde no cree que lo haya conseguido, como él mismo no consiguió aún volver a entusiasmar con un horizonte político al ex gobernador. "En fórmula 1 se corre sin acompañante. Lole anda asi también por la política", comparó un dirigente que desmenuza siempre sus pasos.

Resulta difícil negar, a esta altura, que el matrimonio presidencial empieza a insinuar permeabilidad a algún cambio. Aunque ese cambio tiene todavía límites precisos: refiere al estilo de Cristina y de Kirchner, refiere a la urgencia de rearmar el sistema político, que se deshilachó por el conflicto con el campo. Se trata del sistema que requieren ahora para gobernar y más adelante para afrontar el desafío electoral. Pero el matrimonio sigue siendo renuente a repasar el rumbo de su gestión, a meter mano en cuestiones que arrojan dudas sobre el futuro.

El Gabinete flameó un tiempo porque Alberto Fernández se fue, no porque lo hayan echado. Varios ministros se animaron a cuestionar los índices del INDEC en una parábola que apuntó hacia Guillermo Moreno. Pero José Pampuro respaldó al secretario de Comercio y Carlos Cheppi, el titular de Agricultura, habló de aquel como si se tratata de John Keynes o David Ricardo. Es conocido también el desencanto de Carlos Fernández por el sillón que todavía ocupa: el ministro apareció la semana pasada en una conferencia ante empresarios que ordenó Kirchner. El ex presidente y Cristina se abroquelan cuando las críticas golpean sus despachos.

La tradicional tensión del Gobierno con la Iglesia salió hace rato de los primeros planos. Cristina dio órdenes entonces de recuperar normalidad. El ex ministro de Justicia, Alberto Iribarne, declinó al final su postulación como embajador ante el Vaticano que estaba vedada hace ocho meses por su condición de divorciado. La Presidenta le había pedido varias veces que se mantuviera firme, indignada por la decisión de la Santa Sede. No se lo pidió más y quedó liberada la vía diplomática.

En silencio también se compuso otro entuerto. El Vaticano había solicitado la apertura de un obispado en Tierra del Fuego sin contemplar que esa provincia integra un cuerpo jurisdiccional junto a las islas Malvinas. Hubo una gestión del canciller Jorge Taiana que concluyó hace pocos días cuando almorzó en Buenos Aires con el secretario para las Relaciones de la Santa sede con los Estados, el francés Dominique Mamberti. El Vaticano retiró aquella solicitud porque comprendió que metía su dedo en el litigio entre la Argentina y Gran Bretaña. Queda ahora por resolver la situación de la vacante vicaría castrense.

Cristina y Kirchner han constatado la existencia de una política cambiante y frágil. Comenzaron a dar respuestas acordes a la nueva situación. Es un enigma, en cambio, si aquella constatación se extendió también a los temblores de la economía y de un mundo mucho menos predecible que poco tiempo atrás. Eso explica cierto desasosiego que aún persiste en la Argentina.