Falso, porque en realidad no ha habido un aumento sino una admisión de que sus salarios estaban muy retrasados; e hipócrita, porque cualquiera de nosotros querría, como ellos, cobrar cada vez más y trabajar cada vez menos.
La verdad, no entiendo muy bien este debate. Yo estaría indignado si el tipo que me representa en el Congreso, el legislador al que voté, está en el bando de los que defienden los sueldos bajos y no altos. Además, el aumento fue decidido por los presidentes de las dos Cámaras, es decir, por los jefes, y dónde se ha visto que alguien le diga a su jefe que no quiere ganar más.
Aunque como buen kirchnerista odio las teorías conspirativas, mi sospecha es que este affaire no es más que una pantalla montada por los medios hegemónicos (qué casualidad: nos enteramos de todo por una nota de Laura Serra en LA NACION) para que Boudou, comprometido por las graves denuncias en el caso Ciccone, no pueda dar una explicación. Ya van a ver: cuando se termine esta historia del aumento de las dietas, el vicepresidente va a llamar a conferencia de prensa y va a aclarar todo. Debe estar desesperado por la imposibilidad de hacerlo ahora mismo. Lo único que quiere es enfrentarse con una legión de periodistas y gritarles: "¡Aquí estoy, pregúntenme lo que quieran!"
Pero volvamos al Congreso. Contra lo que pueda pensarse, el trabajo allí no es fácil. Por de pronto, queda lejos de las casas de los legisladores. En la mayoría de los casos, muy lejos. Por eso muchos van sólo dos o tres veces por semana, y hay algunos que se ve que se pierden en el camino porque aparecen muy poco. En una futura reforma constitucional podría pensarse en una suerte de Congreso delivery , que más que esperar a los legisladores vaya a sus casas. No en busca de la comodidad, sino del quórum.
La tarea de legislar, decía, no es sencilla. Si sos kirchnerista no votás lo que te gusta, sino lo que te ordena Cristina. Calladito, sin chistar, sin preguntar, sin debatir, sin protestar. A mí me parece bárbaro, pero entiendo que a muchos esta obediencia debida, que los lleva a votar incluso por cosas con las que no están de acuerdo, les debe resultar dolorosa. Quizá por eso reciben un pago por desarraigo: los tipos quedan desarraigados de sus ideas, de sus convicciones.
Si sos del bando opositor la cosa tampoco es fácil. Antes, los opositores votaban en contra de lo que quería el oficialismo y ya estaba. Hoy, el primer problema es que los límites son mucho más difusos: en esta ley sos opositor, en la próxima sos oficialista, en la que sigue también, después volvés al rebaño, después volvés a saltar. Eso también es desarraigo. No quiero imaginarme lo dura que debe ser la vida de un legislador de la contra: el celular que suena y suena entre las llamadas de uno de los nuestros, para ofrecerle el oro y el moro, y las de su jefe de bloque, rogándole que no los abandone. Me pregunto si hay plata en el mundo que pague ese estrés.
¿Que trabajan poco, que en el período ordinario del año pasado apenas sancionaron 65 leyes (68 menos que el promedio de los últimos 21 años), que por lo general sólo van al Congreso de martes a jueves, que en enero y febrero no se los ve, que los años de elecciones -es decir, año por medio- se dedican casi exclusivamente a las campañas??
Todas esas críticas me parecen, en el mejor de los casos, insensibles, y en el peor, golpistas. Como acabamos de ver, legislar es un trabajo agotador que requiere de cuerpos y cabezas descansadas. Hay que estar atentos para subir y bajar el brazo cada vez que te lo ordenen; hay que interrumpir el café porque te están llamando por decimocuarta vez a una sesión; hay que soportar unos discursos imposibles; hay que pagarles a decenas de asesores; hay que deambular por radios y canales de TV; hay que sacarse una foto en la banca para que tu mujer (o tu marido) te crea que fuiste al Congreso; hay que estar canjeando por efectivo los pasajes de avión que no usaste; hay que reunirse todo el tiempo con el contador para emprolijar las cuentas; hay que votar cosas de las que nunca oíste hablar; si sos kirchnerista y te cruzás en un pasillo con Menem (si tenés mala suerte, porque sólo va cada muerte de obispo), tenés que sonreírle porque ahora es un aliado; si sos opositor y te cruzás con Menem, tenés que sonreírle y admitir: "Turco, qué bien la hiciste". Y además, como la ley no te lo impide, tenés que seguir ocupándote de tus otros trabajos, de tus negocios, de tus campos, de tus empresas.
Ahora que conocemos mejor la agenda de nuestros diputados y senadores, escandalicémonos, sí, pero por las migajas que cobran. Para ellos, nada de sintonía fina. Abramos grande la caja. Rescatemos a esos pobres de su pobreza. Como dijo el presidente de la Cámara baja, Julián Domínguez, permitamos que puedan comprarse un traje. O consigámosles un trabajo de ministro, para que ganen 10.000 dólares por mes. Porque si no, como dijo también Domínguez (cuántos méritos está haciendo para que lo llamemos "el Iluminado"), el Congreso sólo será para ricos o corruptos.
Tiene razón: nada más espantoso que un Congreso de ricos y corruptos. Yo prefiero mil veces el que tenemos ahora.


