Pocas veces, si acaso alguna, se habrá visto en la Argentina una campaña electoral tan desabrida, tan desasistida de ideas, tan intrascendente en lo que hace a la participación ciudadana y, por fin, tan pobre en punto a los candidatos que el próximo 23 de octubre pugnarán entre sí con el propósito de desalojar a Cristina Fernández de Balcarce 50.
En alguna medida el fenómeno obedece al hecho —descontado por todos— del triunfo oficialista. Pero convendría recordar que en ocasiones anteriores en las cuales el resultado estaba cantado hubo debate, nadie se rindió de antemano y la gente siguió con interés y hasta con pasión, en ciertos casos, el derrotero de sus respectivos candidatos. Cualquiera sabía, al promediar 1973, que la fórmula Perón-Perón arrasaría en las urnas y, sin embargo, las elecciones nunca significaron un mero trámite. Por un lado el regreso al poder del único mito viviente que existía entre nosotros generaba en sus simpatizantes una mística y en sus contrarios un odio, que hoy faltan por completo. Por el otro, la recusación de la clase política no había llegado, ni por asomo, a estos topes.
La única que en la actualidad genera entusiasmo a tono con una época
caracterizada por la democracia delegativa —voto un domingo cada cuatro años y
me desentiendo de la cosa pública, dejando todo en manos del gobierno de turno—
es Cristina Fernández. Los demás hacen las veces de una comparsa sin gracia
ninguna.
En medio, pues, de una apatía generalizada, sin discusiones que valga la pena escuchar y sin derroches publicitarios, cada candidato desarrolla su plan. La presidente ha optado por situarse —con razón— fuera del alcance de cualquier crítica que quisieran enderezarle sus contendientes. Segura de su triunfo, ha delegado en Amado Boudou la responsabilidad de recorrer el territorio y cumplir con las formalidades de una campaña que a ella le aburren soberanamente. En todo caso, el único desafío que se ha fijado es superar con holgura el porcentaje de votos obtenidos el 14 de agosto. Hay quienes piensan que, en su fuero íntimo, desea sumar más sufragios que el matrimonio Perón, y seguramente no se equivocan. Seamos honestos: ¿quién no acariciaría la esperanza, en una puja electoral de estas características, de alcanzar una victoria que eclipsase la de Juan Perón e Isabelita hace 38 años?
Hermes Binner —que en la única encuesta digna de tenerse en cuenta figura segundo, con 16 % de intención de voto— sabe, a semejanza del resto de los aspirantes, que ganar es imposible en la primera vuelta y que pensar en la segunda resulta una utopía si Cristina Fernández, en el mismo relevamiento arriba comentado, esta cortada en punta con 54 %. El cometido del líder socialista no es darle pelea al oficialismo, sino sacarles ventajas a los otros representantes del arco opositor. En una palabra, su estrategia no se dirige en contra del Frente para la Victoria. Antes bien, cobra sentido a poco de entender que su aspiración de máxima es entrar segundo. Por raro que parezca sus principales adversarios son Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saa.
Parecida es la tarea que lleva adelante el puntano. Atrincherado junto a su
hermano en el feudo de San Luis, está claro para él que triunfar significa
obtener más sufragios que los demás integrantes de la oposición. Los Rodríguez
Saa son francotiradores o —si se prefiere— pescadores de río revuelto. Sacar
tajada en la medida de sus posibilidades es la meta que se han propuesto. El
gobernador de San Luis se daría por satisfecho si, aun cediéndole el lugar de
escolta a Binner, consiguiese desplazar al político radical y al de Lomas de
Zamora, al cuarto y quinto puestos. En esto no sueña despierto. Algo ha crecido
en la consideración de ciertos sectores del peronismo disidente y de
independientes de distintas observancias y no sería de extrañar que le
correspondiese el tercer lugar.
La situación de Ricardo Alfonsín y de Eduardo Duhalde es mucho más comprometida porque habían alentado ilusiones que quedaron reducidos a escombros el 14 de agosto, y porque el uno encabeza la fórmula de un partido histórico y el segundo se perfilaba como la esperanza de ese peronismo reacio a aceptar la jefatura de la viuda de Kirchner. Tienen los dos, además, la obligación de mejorar, aun cuando sea en un porcentaje mínimo, los guarismos de agosto, empresa que, a juzgar por lo hecho, será ardua.
Si se compara a los cuatro, los dos primeros —que son los que menos arriesgan— se hacen notar en todo lugar y momento; lucen seguros y están confiados en su futuro. Binner sueña con convertirse en la cabeza del arco opositor mientras Rodríguez Saa se imagina al frente de lo que queda del peronismo disidente. En cambio, para Alfonsín y Duhalde —que confiaban en forzar una segunda vuelta que los tuviera como protagonistas en contra de Cristina Fernández— la campaña, ya perdida, se nota que les pesa. El radical batalla para disciplinar una tropa que, a esta altura, no tiene voluntad de lucha. Su partido está quebrado y las voces disidentes cada día se hacen oír más fuerte. En cuanto a Duhalde, sólo la dignidad y la vergüenza lo impulsan a seguir adelante. El 24 de octubre tanto él, como Solanas, Alfonsín y Carrió estarán más cerca de la jubilación que de cualquier protagonismo.
Conforme transcurren los días y se acerca el momento en el cual la señora jurará por otros cuatro años, se agiganta la idea de que —esta vez sí— habrá cambios graduales en materia económica. Se especula con el retiro de Julio de Vido y de Guillermo Moreno. Se habla, al mismo tiempo, de un plan para achicar en los próximos 48 meses la distorsión de los precios relativos. Se comenta que, con Boudou al frente, trabaja un equipo cuya meta será diferenciar primero las tarifas de electricidad, luego las de gas y más tarde las del agua corriente. Por supuesto la danza de nombres para integrar el nuevo gabinete están a la orden del día y las especulaciones acerca de quiénes permanecerán en sus cargos y quiénes deberán retirarse resultan por momentos verosímiles y por momentos disparatadas.
En correspondencia con la idea antes comentada hay otra que crece a toda
máquina. Se reduce y se resume en las tres palabras, que Felipe Solá y José
Ignacio de Mendiguren podrían explicar, a esta altura, mejor que nadie: “pelear
desde adentro”. El éxito arrollador del cristinismo ha convencido a una legión
de ex–peronistas disidentes y de empresarios que es necesario plegarse con armas
y bagajes al gobierno. Lo hacen en la mayoría de los casos por cobardía,
exitismo o afán de lucro pero —como alguna explicación deben ofrecer de su pase
al bando contrario— han hallado esta fórmula del “entrismo” que, al menos, luce
ingeniosa.
De mucho mayor importancia que todo lo hasta aquí expuesto es la situación económica mundial. Si bien a los kirchneristas el argumento los saca de quicio, lo cierto es que el tan mentado modelo ha tenido éxito con base en dos variables externas: el precio de la soja y el papel de Brasil. Pues bien, en el país vecino se ha devaluado el real en escasos meses. No es una buena noticia ni mucho menos. De persistir la tendencia, los pilares que le han dado sustento al modelo podrían derrumbarse. Más que nunca, para analizar los escenarios probables resulta menester, al menos por un momento, olvidarse de Moyano y de Moreno, de Boudou y de Mendiguren, de Marcó del Pont y de Débora Giorgi, para poner atención en el que —tomando prestada una célebre frase leninista— aparece como el eslabón más débil de la cadena capitalista: Europa.
En todas partes del mundo se descuenta que ha comenzado la cuenta regresiva para que los poderes reales del viejo continente —empezando por Alemania— alumbren un plan realista. Cuando todo parecía reducirse a Grecia, Portugal e Irlanda, estábamos hablando de naciones periféricas. Cuando se trata de España e Italia, la dimensión del problema es cuantitativamente distinta y, ciertamente, mucho más peligrosa.
Se supone que la Unión Europea no puede disolverse, que el euro no puede desaparecer, que la crisis no puede convertirse en una catástrofe y que, tarde o temprano, ajuste de por medio, habrá un salvataje costoso pero exitoso. Es probable, pero —para decirlo con lenguaje del tablón— River no se podía ir a la B. Hasta la próxima semana.
La demanda no cede y siguen llevándose dólares
Cómo gastar media docena de herramientas en apenas dos semanas
• Tal como anticipamos cinco meses atrás, las reservas internacionales están
cayendo
vertiginosamente.
. • Los pagos de deuda y la dolarización sin pausa están erosionando las arcas
del Banco Central.
. • En lo que va del año las reservas brutas pierden más de U$ 3200 MM.
. • Pese a toda la alquimia contable puesta en juego, las reservas están por
debajo de U$ 49000 MM y perforando los niveles de comienzos de junio de 2010.
.• Hemos insistido y repetimos: esta fuga hacia el dólar constituye por lejos el
problema más acuciante para el gobierno.
. • Sólo la semana pasada terminó otra vez con el BCRA vendiendo billetes por U$
400 MM en el mercado contado.
. • Y entre ayer y hoy se fueron U$ 100 MM.
. • En lo que va de septiembre perdió U$ 1500 MM.
. • Será el segundo mes consecutivo con venta neta de dólares, luego de que en
agosto el BCRA sacrificara U$ 1176 MM.
. • La gente apuesta contra el peso porque ve en la actitud del gobierno una
intención de esperar a que pasen las elecciones para tomar medidas tendientes a
reestablecer la competitividad del tipo de cambio.
.• La escasa oferta privada es absorbida inmediatamente por las persistentes
órdenes de compra.
. • La decisión de anclar el valor de la divisa, reduciendo al mínimo el avance
del tipo de cambio, acelera la salida de reservas y la liquidación de tenencias
de otros bancos oficiales.
. • Para auxiliar al BCRA en la oferta de divisas, otros organismos oficiales
venden bonos contra dólares.
. • La estrategia del BCRA al menos hasta octubre pasará por limitar en lo
posible las ventas de contado, seguir maquillando la caída de reservas con
préstamos de bancos del exterior, y continuar recurriendo a las ventas en el
mercado de futuros.
. • Se estima que el endeudamiento con entidades internacionales ya supera los
U$ 2000 MM cuando hasta la semana pasada representaba la mitad.
.• La política de tasas bajas ha constituido otra suerte de subsidio a la
dolarización.
. • La marcha de los depósitos bancarios ha comenzado a encender luces de
alarma.
. • En los 30 días previos al 16 de septiembre, los depósitos del sector privado
se estancaron completamente, reflejando la dolarización de portafolios.
. • Al mismo tiempo, los créditos al sector privado muestran para el mismo
período un crecimiento de 5,5 %, lo que en parte ha sido volcado a la compra de
divisas.
. • Los bancos debieron elevar las tasas que pagan por los depósitos a plazo
fijo, llegando a ofrecer 14 % la última semana.
. • Si no se quiere seguir subsidiando la corrida, es indispensable que las
tasas reales de interés suban.
.• La caída estacional de los ingresos desde el exterior recarga la tarea de la
entidad.
. • Durante la semana pasada las liquidaciones de la industria aceitera y
exportadores de cereales fueron casi 30 % inferiores a los de la semana
precedente.
. • De esta manera, completaron la tercera semana de retroceso consecutivo y
cayeron al menor nivel desde la cuarta semana de julio.
.• La inestabilidad y volatilidad del escenario internacional acelera la
dolarización.
. • El BCRA enfrenta una carrera de nervios: aun tiene espaldas, pero el
deterioro del contexto financiero internacional acorta peligrosamente los
tiempos.
. • Con la fuga de divisas superando los U$ 3000 MM mensuales e ingresos
limitados de dólares comerciales, la preocupación de las autoridades crece día
tras día.
.• Corresponde, sin embargo, dejar en claro que la génesis de esta corrida es
esencialmente local, a lo cual se sumó tardíamente el complicado contexto
mundial.
. • Con una inundación de pesos a razón de 40 % interanual, sobran recursos para
ir al dólar.
. • Y con un atraso cambiario creciente —que marcha al ritmo de una altísima
inflación en dólares— a la gente le sobran también razones para desprenderse de
esa liquidez.
. • El efecto final de la venta de dólares baratos por el BCRA es una
contracción de la liquidez, lo que abre el camino a otra amenaza: una caída del
consumo y de la actividad.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.


