El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde
Todas las expectativas —que no eran pocas, precisamente— fueron ayer colmadas por
Cristina Fernández al anunciar, a última hora de la tarde, que será candidata una vez más a Presidente de la Nación por el Frente para la Victoria. Ayer, nadie dudaba respecto de cuál seria su decisión. Su manejo del silencio, desde la muerte de su marido hasta hace 24 horas, puso al descubierto una personalidad singular.
La presidente quiso, a propósito, ser una espectadora privilegiada de la puesta en escena, que ella había montado, para que el país todo discutiera mientras ella miraba. Por espacio de meses ha contemplado como teorizaban los analistas políticos, medían números los encuestadores, hacían sesudas explicaciones sobre su estado de ánimo las crónicas periodísticas, desesperaban sus seguidores y aguardaban ansiosos sus presuntos herederos.
Claro que, mientras balconeaba las diferentes reacciones, centralizaba hasta topes que
Néstor Kirchner nunca había llegado, el control sobre los candidatos con derecho a poblar las nutridas boletas del Frente para la Victoria. En las últimas semanas nada ha dejado librado a la buena de Dios en aquellos distritos electorales que resultan decisivos. Con Carlos Zannini como ladero excluyente, ha sido realista y tortuosa por partes iguales. Resucitó a algunos, perdonó a otros y fulminó a los menos. Todo haciendo gala de una omnipotencia que se correspondía bien con la intención de no abandonar Balcarce 50.
Primero, contra sus deseos más íntimos, escogió para defender los colores partidarios en la Capital Federal a Daniel Filmus en desmedro de Amado Boudou. No significa que le haya perdonado sus pasadas faltas de disciplina. Pues, acto seguido, como en la provincia de Buenos Aires y en Santa Fe, le armó al ex–ministro de Educación las listas enteras de diputados nacionales y municipales, dejando en claro que lo había escogido porque las encuestas se lo imponían pero que no confiaba enteramente en su criterio.
Más aún, hasta el momento se ha negado a bajar al distrito capitalino con el propósito de apuntalarlo. Si bien hubiese preferido en Santa Fe al otrora canciller de su esposo —Rafael Bielsa— le ha puesto al vencedor de la interna justicialista —Agustín Rossi— los puntos sobre las íes. Si el jefe de la bancada kirchnerista en la cámara baja pensó en ganar su independencia política como candidato a gobernador, pronto se dio por enterado de que el largo brazo de la Casa Rosada y la desconfianza que genera en la presidente, siguen presentes. Tampoco —dicho sea de paso— la señora ha respaldado a Rossi con su presencia en el litoral.
En Córdoba no pudo con José Manuel de la Sota que, tras coquetear por meses con el oficialismo nacional, finalmente no cedió a los caprichos de la Casa Rosada cuya esperanza era imponerle su compañero de fórmula y tener injerencia casi exclusiva en la confección de la lista de diputados nacionales.
La Docta es una espina clavada en el riñón kirchnerista. Lo sabe Cristina Fernández y lo sabe también De la Sota. Sólo que en cualquier negociación que entablen, las ventajas de este último sobre la presidente resultan manifiestas. Es que De la Sota no necesita del poder central. Tiene peso propio y es uno de los dos candidatos con mayor intención de voto de la provincia. Los K, en cambio, carecen allí de personalidades relevantes.
Queda Buenos Aires. Scioli creyó o, cuando menos, fingió creer que podría elegir a su segundo —ante la manifiesta incapacidad física de Alberto Balestrini— con el visto bueno de la Presidencia. Ahora se ha desayunado algo tarde que quien lo acompañe y presida la legislatura bonaerense y, eventualmente, lo reemplace en una emergencia, le vendrá impuesto desde arriba.
Podría ocurrir que Cristina Fernández se inclinase por alguien que sea potable para el actual gobernador -¿José Pampuro, por ejemplo?- Pero bien podría suceder que le plantase a Scioli un presente griego. Demás esta decir que la lista de diputados será confeccionada a imagen y semejanza de la señora.
Ni Martín Sabbatella se ha salvado de recibir y acatar, sin abrir la boca, las órdenes fulminantes que la primera ciudadana hace llegar a sus subordinados, en estos días, a través de la única polea de transmisión que utiliza para estos menesteres: la de su secretario legal y técnico. El progresista ex–intendente de Morón había soñado con una lista de diputados propios, distinta de la que llevaría Scioli. A último momento lo pusieron en autos de que, en política, la vida no es sueño…
La práctica de reservarse la palabra final en términos de las listas de diputados y de senadores —allí donde se renueven— trasparenta, por de pronto, la convicción de que, si acaso fuese reelecta, necesitará tener un control, aún más férreo que el actual, de su tropa legislativa.
Pero hay otro dato de la mayor importancia en esta estrategia y es la proliferación de nombres ajenos al peronismo tradicional o histórico, que responden a una serie de organizaciones forjadas al calor de la épica kirchnerista.
Cristina Fernández develo la incógnita que más preocupaba al país político. A partir de ahora levantarán vuelo otras conjeturas de diferente índole, referidas a los comicios escalonados entre el domingo 10 de julio y el 7 de agosto, que habrán de substanciarse en la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, nada menos.
La lógica indicaría que, salvo en el distrito mediterráneo, donde la pobreza electoral
kirchnerista es de naturaleza franciscana, en los demás lugares quien debería darle a sus candidatos —Daniel Filmus y Agustín Rossi— un empujón significativo, tendría que ser la presidente. Sin embargo, se han dejado oír voces en el círculo áulico de Cristina Fernández desaconsejando una irrupción suya relampagueante, vestida con armadura, en la capital y en Santa Fe. Las razones enarboladas son atendibles: se trata de elecciones provinciales o de índole municipal y en ninguna de las dos el Frente para la Victoria tiene grandes posibilidades de ganar.
Por lo tanto, menos riesgos correría la señora en términos de lo que verdaderamente importa —el 22 de octubre— si no se comprometiese en cuerpo y alma en esos territorios. Si se perdiesen, los responsables serían los respectivos candidatos.
En la vereda opuesta, los de opinión diferente no dejan de hacer hincapié en el efecto mostrativo que tendrían las derrotas en Córdoba —donde ya no hay nada que hacer—, Santa Fe y la Capital Federal. Porque dejarían al desnudo el mito levantado desde hace meses acerca de lasegura reelección de Cristina Fernández. Haber construido el tópico triunfalista sobre los resultados de Catamarca, La Rioja, Salta y Neuquén, requeriría salir airosos también, sino en todos, cuando menos en alguna de las paradas grandes. Si éstas se perdiesen, qué significarían aquéllas.
Como quiera que sea, deberá tomar uno u otro camino la mujer que, a partir de hoy, habrá dejado de ser una viuda digna de conmiseración y lástima para erigirse en la candidata de un frente en el cual todos sus integrantes se declaran, en público, cristinistas de comunión diaria pero que, de puertas para adentro, no dejan de sacarse el cuero entre sí y de levantar encendidas críticas por la prepotencia con la que se maneja la señora.


