El verdadero cambio requiere de una sociedad dispuesta a desdeñar la falsa comodidad que se ofrece en el discurso oficial y se involucre ejerciendo el juicio crítico que se pretende anular.
“Aquel país que veíamos no era el país que queríamos. Aquel país que
tocábamos no era el país que esperábamos. Debajo de la púrpura queríamos ver el
sayal. El sayal es lo que está cerca de la piel y la piel es lo que está cerca
de la sangre. En el país, la púrpura mentía. [...] Un país nuevo debe ser
sobrio, claro, limpio de palabra, seguro de sí y exacto como la fundamental
juventud. Un país joven que se aficiona a la púrpura, está pronto a degradarse
por dentro” Eduardo Mallea
Muchas veces la degradada democracia que estamos viviendo, nos resulta
inédita. Sostenemos que ninguna otra sociedad sería capaz de soportar lo que
soportamos acá, aunque nunca haya demasiada explicación de esas implicancias.
Frente al panorama electoral que surge deslucido, creemos que ya es utopía
pensar en otro tipo de administración. Al fin y al cabo nos venimos moviendo
entre radicales y peronistas con algunas clonaciones parecidas pero nada más
desde hace muchos años.
Sin embargo, esta seudo democracia banalizada también tuvo lugar en la Atenas
socrática cuando los ciudadanos comenzaron a entregarse a la vida cómoda y
fácil, olvidaron las reglas, denostaron a los verdaderos maestros y se mofaron
de la ley. Los sofistas irrumpieron ensalzando el conocimiento técnico y la vida
pragmática. Nada muy disímil de aquello que se nos presenta hoy desde el atril
presidencial. Pareciera que bastaran las notebook para que la educación fuera
simplemente tal. Pareciera que bastaran los planes sociales y “trabajar” para
devolver la dignidad, o que se haga caso omiso a una orden judicial para que la
política de vivienda tuviera existencia real.
Cuando el Tribunal condena a Sócrates, cuyo inconformismo lo impulsó a
oponerse a la ignorancia popular, y enseñar a discernir y pensar, no faltó la
irrupción de Critón, su discípulo, para proponerle un plan de fuga garantizado a
través de soborno a jueces, de cohecho y venalidad. Si Sócrates hubiera aceptado
esas condiciones, habría auto-aniquilado su libertad, la mayéutica y sus años de
enseñanza en pro de la verdad.
¿Qué queremos decir con esto? Simplemente que es el mismo ciudadano quién
defiende la honestidad y debe abocarse a la defensa irrestricta de la democracia
real porque no hay otro sistema mejor en el mundo actual. De lo contrario, la
entregará y sucumbirá a cambio de su egoísmo personal. No hay solución que venga
de afuera, que no requiera involucrarnos.
Cierto es que aquí y ahora hay más adoradores de Narciso y los mitos, que
seguidores del filósofo griego condenado a la cicuta por ejercer el pensamiento
crítico. Así es como el verdadero problema que nos azota no pasa en realidad por
la decisión de la Presidente de presentarse como candidata nuevamente, ni en la
interna con el gobernador bonaerense soslayada para evitar que ante los
imponderables falten ases, o las maniobras cuasi infantiles para que Mauricio
Macri trastabille.
Menos todavía, en una vulgar estrategia proselitista que pretender hacer
creer que la victoria ya se logró, si lo único que sucedió, desde que las
encuestas mostraban un altísimo grado de desaprobación a la gestión, fue la
muerte del ex mandatario. Y la piedad y la comprensión hacia una viuda distan
considerablemente de ser las variables con las cuales el pueblo toma una
decisión.
Al margen o no tan al margen, en momentos de conmoción por la tragedia que
vive Japón, cabría preguntarse cómo está posicionada la Argentina y qué haría
Cristina frente a una situación de catástrofe, pero sería hilar muy fino para un
país donde la improvisación es la constante.
Regresando a la liviandad y el simplismo que implica suponer que todo pasa
por su voluntad o las presiones de un entorno tan amorfo como inmoral, nos
podemos rememorar la Atenas de los sofistas bien descripta por Platón en La
República cuando sostiene que a aquellos atenienses “el capricho los domina,
llaman elegantemente distinción a la desmesura, dignidad del hombre libre a no
sujetarse a la ley, gran estilo al libertinaje, virilidad a la desvergüenza.
Pasan su tiempo en darse gustos, en satisfacer el primer deseo que le viene a la
mente: un día se embriagan, o al revés, al otro se proponen adelgazar y no toma
más que agua” (…)
Sumidos en esa indiferencia apática, enceguecidos con espejismos, enfrentados
a las contradicciones sin intentar destrabarlas es muy difícil encarar un
proceso de cambio donde la caridad (bien entendida) deba necesariamente empezar
por casa, y después por las alternativas.
Si Cristina Fernández de Kirchner impone un feriado “extra large”, y somos
nosotros quienes lo compramos huyendo de la ciudad como si quedarse fuese una
vergonzante debilidad, imposible rebatir luego las sonrisas de los funcionarios
aduciendo que la ciudadanía rebosa de felicidad y consume indiscriminadamente,
no por la ausencia de futuro y previsibilidad sino por el bienestar que el
“modelo” nos da.
Desde luego que no se pondrán sobre el tapete las cifras reales de la
movilidad que pudo haber aquellos días de carnavales. Porque, ¿cuántos
argentinos viajaron en realidad? El último censo -tan festejado por el gobierno-
arrojó una suma de más de 40 millones de habitantes; no debería ser apenas un
detalle.
La aceptación de aquello que nos otorga una falaz solución o acaso una tregua
al hartazgo cotidiano de un escenario político signado por la mentira
sistemática y el escándalo, no es sin embargo, redención. Si acaso mañana la
jefe de Estado decide subsidiar la medicina prepaga de la clase media urbana, o
le devuelve al campo las retenciones que fueran el talón de Aquiles en la última
elección, ¿iríamos en malón -como una suerte de Critón- a emitir el mentado
“voto vergonzoso”, es decir aquel que negaríamos fuera del cuarto oscuro como no
hace mucho ya sucedió?
Las respuestas nos encuentran en el banquillo de acusados donde se sentó a
Sócrates. Podría decirse que su decisión de morir tal como vivó fue la
resurrección de la democracia ateniense, del mismo modo como podrá afirmarse que
la actitud de los argentinos frente a la dádiva, a la comodidad o al
clientelismo marcará el destino del sistema que nos regirá tras los comicios.
En definitiva, si bien se mira, la conducta que se le pide a gritos a la
oposición es la misma que debemos adoptar quienes estamos para encarar en el rol
de elector.
Las incongruencias son ya excesivas: no hay modo de explicar que la
Presidente exija rapidez a la justicia cuando, por ejemplo, se trata de
sentenciar a quién ellos impusieron ya culpabilidad, y simultáneamente haga
oídos sordos a una orden judicial.
Es inútil que se nos explique por qué afloran cantantes y actores a granel
con la camiseta oficialista alabando al modelo de igualdad, cuando son esas
mismas figuras las que organizan recitales para recolectar alimentos no
perecederos porque el hambre se hace notar.
La cuadratura del círculo no permite al cobayo girar sobre el disco. Antes de Octubre, sin duda Cristina decidirá su futuro pero no el de los demás. Si aceptamos el juego seremos la antítesis de Sócrates: aceptando el plan para escapar, y mintiéndonos a nosotros mismos una vez más.


