El 21 de julio de 2002 el diario El Tribuno inició una serie de notas alrededor de la sorprendente denuncia policial de una mujer, Margarita Maidana, cuya hacienda sufrió un extraño ataque. En la casi inaccesible floresta que rodea a la localidad de La Troja, en los bordes del departamento Capital, Maidana encontró a varias de sus vacas mutiladas con una exactitud pasmosa. Los rumiantes habían sido presa de un ¿predador? inclasificable hasta la actualidad que habilitaba a especular con la posibilidad de un peligro real para la producción. La situación de los restos también era asombrosa ya que los cuerpos no despedían olor y los carroñeros del monte no los habían tocado a pesar de los diez días a la intemperie. Los investigadores habían notado que ni siquiera las moscas se asentaban sobre la carroña.

Pero las mutilaciones eran lo más extraordinario de los restos: con la precisión de un bisturí laser las bestias habían sido despojadas de los ojos, la lengua y de la carne de los maxilares inferiores. Seis vacas en estas condiciones habían sido halladas en un sector conocido como El Cajón, en el interior de la finca La Troja, sobre un tupido monte boscoso a 75 kilómetros al este de la capital provincial y próximo al departamento Metán. En los casos de los ejemplares femeninos, fueron cercenados los órganos genitales y las ubres.

Las condiciones de los animales muertos dejaron perplejos a los investigadores y los veterinarios oficiales que participaron en una expedición de reconocimiento ordenada por el entonces juez de Instrucción, Carlos María Agüero Molina.

Análisis contra el misterio

Muestras de tejidos y órganos fueron remitidos al departamento de Bioquímica Legal de la Policía y a la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Salta (UNSa). Por intermedio de las muestras de laboratorio, las autoridades pretendían establecer la presencia de agentes capaces de gatillar la misteriosa mutilación, potencial peligro para la producción pecuaria de Salta.

En el envío se incluyeron unos coleópteros de grandes dimensiones que habían sido hallados sobre los cuerpos de algunos de los animales. El veterinario policial, Marcelo Choque, especializado en grandes animales, consideró que “no se puede descartar que los animales hayan muerto a raíz de Clostidrium, de origen bacteriano”.

En su análisis, el veterinario Choque añadió que en la zona se encontraron escarabajos negros con manchas anaranjadas “de gran tamaño que no conocíamos y lo enviamos a la Universidad para su estudio, porque son desconocidos en la zona”.

Las seis vacas estaban distribuidas en unos seis kilómetros, a una distancia de 1.500 metros una de otra. No se detectó sangre y se registró que la carne no se descomponía.