Se refiere a una lista de temas por resolver en la que coincide el 99% de los economistas: Indec, tarifas, subsidios, inflación y el atraso cambiario por el uso del dólar como ancla. "Estamos en un equilibrio raro. Hay un cambio enorme en la economía respecto del pasado", agrega, satisfecho.

Es un equilibrio "raro" porque casi siempre en la historia argentina los regímenes de alta inflación terminaban espiralizándose, fenómeno del que esta vez no existen indicios de que se repita. La dinámica actual de la economía es conocida. Precios y salarios indexados a un ritmo del 25 por ciento, el gasto público expandiéndose un poco más arriba y el dólar clavado (en una regla no escrita de 4 a 1) como único dique de las expectativas inflacionarias.

Por el lado de las familias, sobran incentivos para consumir ante la ausencia de alternativas de ahorro. Por el lado de los empresarios, ese combo pisa el acelerador de la reactivación en el corto plazo. Pero desalienta inversiones -ampliación de fábricas y contrataciones- porque recorta a paso veloz la competitividad de las empresas. La rentable ecuación de hoy es incierta a futuro. Así, las importaciones, como en los viejos malos tiempos, crecen fuerte en sectores que funcionan al tope de la capacidad instalada.

En este escenario Guillermo Moreno vuelve a ocupar un rol preponderante para "administrar el comercio exterior" y frenar el boom de importaciones desde Brasil o China.

El matrimonio presidencial se siente cómodo con este nuevo equilibrio. El "impuesto inflacionario" no se debate en el Congreso ni se coparticipa. Y financia el inédito crecimiento de los subsidios a la energía y el transporte que, a juzgar por la ejecución presupuestaria del primer semestre, superarán este año la exorbitante factura de $ 33.500 millones de 2009.

Pero además posibilita anuncios que encandilarían a cualquier gobernante: aumentos (de jubilaciones, empleados públicos, asignaciones) en porcentajes nominales elevados, cifras que a la Presidenta le fascina detallar con la rigurosidad de los decimales. La política oficial cabalga sobre la lógica de la "ilusión monetaria": alzas nominales de haberes, aplaudidas por gobernadores, empresarios y dirigentes sindicales, aunque en el mejor de los casos sólo mantengan el poder adquisitivo porque siempre corren detrás de los precios. Si alguien creyera en el 11% de inflación anual registrado por el Indec en supermercados, sería objeto de estudio sociológico explicar por qué no proliferan las manifestaciones de jubilados para agradecer a Cristina la suba del "26,49%" en sus haberes durante este año. ¿Es sostenible este esquema hasta las elecciones? Todo indicaría que sí.

El mundo juega a favor: a los altos precios de las materias primas se suman la fuerte reactivación de Brasil y las bajísimas tasas de interés, que no agudizan la fuga de capitales, como en otras épocas, porque suponen escasas oportunidades de ahorro en el exterior. Segundo, el boom de la soja provocó un cambio estructural en el sector externo: los dólares que ingresan por la cuenta comercial alcanzan para financiar una salida de capitales equivalente a la que derrumbó la convertibilidad, como quedó demostrado entre 2007 y 2009. El precio actual del poroto y del aceite de soja es 60% más alto que en 2004, mientras que los pellets cotizan 110% más caros. Si la locomotora china continúa sobre rieles, es difícil que los precios de las commodities se modifiquen drásticamente en el próximo año y medio.

Tercero, este año, por el salto de las importaciones, el superávit comercial caería a unos US$ 12.000 millones, frente a casi US$ 17.000 millones el año pasado (cuando las reservas engordaron sólo US$ 1300 millones, porque el resto voló por la cuenta financiera). Sin embargo, no está lejos de abrirse la ventanilla del crédito externo. Y si la única opción fuera "vivir con lo nuestro", el nivel de reservas del Banco Central sería suficiente para cubrir cualquier faltante de dólares en los próximos 15 meses.

Aún hay colchón

Finalmente, todavía existe "colchón" cambiario para amortiguar el impacto de la estrategia del dólar como ancla. El tipo de cambio real multilateral (TCRM) -que mide la competitividad del peso frente a una canasta de monedas de los principales socios comerciales- se ubica todavía alrededor de 60 o 70% arriba que en diciembre de 2001, tomando como base diferentes estimaciones privadas de inflación. Así, aun en el caso de que el Banco Central planchara la cotización y llegara a diciembre de 2011 con un tipo de cambio de sólo $ 4,20, todavía el TCRM sería 30/40% superior que en el momento previo de la debacle de la convertibilidad.

Sin embargo, la apuesta de los Kirchner en su carrera a 2011 no está exenta de riesgos. La fórmula del atraso cambiario redunda en una baja creación de empleo privado pese a la fuerte reactivación: en el primer semestre, el empleo privado creció sólo 1,6%. Y la situación podría agravarse con más atraso mientras Moreno ataja penales con las importaciones.

En segundo lugar, la indexación salarial no es pareja para todos. Es probable que gran parte del universo de trabajadores en negro (4 millones de ocupados) continúen perdiendo poder de compra. En tanto las jubilaciones y la asignación por hijo se ajustan, con rezago, por debajo de la inflación de alimentos. Por último, sin plan antiinflacionario a la vista, cuanto más se entierre el ancla cambiaria, mayor será la expectativa de devaluación poselectoral.