Su apuesta, que consistió en el pedido de su propio juicio político, es la de un hombre decidido a esquivar los charcos de su laberinto y a no reclamar más favores a otros partidos.

La Justicia lo había condenado de hecho a estar durante muchos meses en el corredor de la muerte, meses clave para su proyecto de suceder a Cristina Kirchner en diciembre del próximo año. La oposición, a su vez, le reclamaba una comisión investigadora en la Legislatura porteña, pero Macri presintió que ese trámite terminaría, tarde o temprano, en un inevitable juicio político. Decidió empezar por el final. Quizás haya que conocer una reflexión profunda del líder cuestionado para explicar su impetuosa decisión de ayer. Macri cree que no vale la pena seguir insistiendo en ser jefe del gobierno capitalino, ante su posible candidatura a la reelección en 2011, porque siempre estará sometido a los vaivenes, las conspiraciones y los férreos límites del poder central. Su conclusión, a la que llegó en los últimos meses, es que su futuro deberá encogerse a sólo una opción: el poder nacional o el regreso a casa.

Mediciones telefónicas de opinión pública, que cubrieron 1200 casos en la Capital y el conurbano, le indicaron anteayer que su imagen positiva había saltado cinco puntos desde la decisión de la Cámara Federal, que ratificó el procesamiento del juez Oyarbide. Según esos datos, Macri cuenta con una imagen positiva del 60 por ciento de los consultados y, lo que es más importante, un porcentaje igual cree que Néstor Kirchner está detrás de las desventuras judiciales del jefe de la centroderecha. Se trata de mediciones semanales que el macrismo hace desde febrero pasado.

Basta, entonces. A cara o ceca. El riesgo de Macri no es menor, si bien tampoco es enorme, según los números con que cuenta ahora en la Legislatura. La destitución del jefe de gobierno requiere los dos tercios de los votos de los legisladores, y ninguna aritmética opositora está en condiciones, ahora, de llegar a esa cifra de 40 votos. El reglamento indica que el juicio político deberá realizarse en 60 días hábiles a partir de su puesta en marcha. Una comisión de 13 legisladores se hará cargo de la instrucción del sumario. La decisión final del plenario del cuerpo llegará sobre fines de noviembre o principios de diciembre.

El problema de Macri es que estará en el banquillo de los acusados lo que resta del año. Algunos dirigentes macristas temen, por su parte, que el proceso depare ciertas mutaciones entre los legisladores propios. ¿Qué sucedería si algunos de ellos modificaran su voto de aquí a fin de año? ¿No significaría demasiada exposición como potencial reo si, encima, la justicia común convocara a un juicio oral y público sobre marzo o abril del próximo año? ¿Le quedaría resto para ser candidato a presidente?

La conclusión personal de Macri fue, evidentemente, que esos riesgos son mejores que una agonía lenta, silente, irremediable. Prefirió hacer lo contrario de lo que expuso la experiencia de Aníbal Ibarra, que gambeteó el juicio político hasta que éste llegó de manera inexorable. Pero el entonces jefe de gobierno estaba ya tan débil y desgastado que la destitución fue un final perfectamente predecible. Ibarra no pudo concluir su mandato por las bengalas de fuego que mataron a decenas de personas en una discoteca privada.

El juicio político no impedirá la continuación del juicio contra Macri en el fuero federal. Pero una absolución política podría habilitarlo, supone, para ser candidato a presidente aun cuando siguiera procesado por la justicia común. De otra manera, la próxima campaña presidencial se convertiría en un regodeo permanente sobre el procesamiento de uno de los candidatos.

Macri no se siente en una pelea con la Justicia. Su contrincante es Kirchner, a quien considera, aun cuando está solo frente a un espejo, el arquitecto de su desgracia judicial. Por eso, tomó prestadas las armas de su enemigo. Dobló la apuesta. Esa es la verdad. Kirchner le enseñó a salir de los laberintos luciendo aires de bravucón de barrio. ¿No es eso lo que Macri hizo ayer?

Kirchner lo acorraló en la Justicia, asegura Macri. Pero ¿quién lo frenaría a Macri en su carrera hacia la presidencia si saliera airoso de este trance? Nadie, deduce el propio jefe de la Capital. Puesto en el brete de ser sospechado y sospechoso, Macri prefiere quedar ante numerosos sectores sociales como un perseguido por el kirchnerismo, que cobrará sus dividendos políticos cuando haya concluido el kirchnerismo.

Es cierto que la dramática decisión de Macri puede mostrar también signos de su inocencia. ¿Por qué se sometería a un juicio lleno de adversarios si escondiera cadáveres en el desván? Es igualmente cierto, sin embargo, que está jugando con la institucionalidad de la Capital. Actuó como candidato más que como jefe de gobierno. Las instituciones capitalinas fluctuarán, frágiles, durante varios meses. Su gobierno no tiene, además, el reaseguro de un vicejefe, porque la persona elegida para ese cargo, Gabriela Michetti, renunció para ser diputada nacional. Esa debilidad institucional motivó ayer una conmovedora conversación de última hora entre Elisa Carrió y el jefe de los diputados nacionales macristas, Federico Pinedo. Ninguno de los dos pudo aportar nada a una decisión que ya estaba tomada.

Macri pertenece a una generación que se olvidó del manual de la política que obliga a cultivar las relaciones personales. Sus cultores son efectistas y buscan los resultados más rápidos por los caminos más cortos. El método sirve en los buenos tiempos, pero muestra su insolvencia en la mala hora. ¿No es ésa una explicación posible para la patética soledad política que rodeó a Macri en los últimos días? Ni sus presuntos amigos ni sus previsibles enemigos jugaron nada a favor de Macri. El ejemplo del líder de la Capital debería servir para que muchos revean ese estilo tan lejano de la vieja y clásica práctica política.

El juicio político podría resolver en parte, al menos, el problema de Macri. La Argentina tiene otro problema más extendido y más grave: el sistema de escuchas telefónicas que convierte en víctima a cualquier ciudadano público. Esa es, más allá o más acá de Macri, la matriz permanente de un serio conflicto nacional.