Después del 28 de junio, el problema no serán los votos, sino la caja. Y, en ese contexto, Ricardo Echegaray podría ser el próximo ministro de Economía (porque se afirma que Carlos Fernández hizo lo que Néstor Kirchner le había prohibido). De todos modos, Fernández ha resultado ausente ante la opinión pública o sea que no lo extrañarán. Ricardo Echegaray es igual o más obsecuente pero, además, tiene alta exposición pública. El autor es un periodista especializado en Economía, ex corresponsal de El Cronista en Washington DC, hoy en la corresponsalía porteña de los diarios de Cimeco.

POR CARLOS SERRICHIO 

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Los Andes). En noviembre pasado, luego del triunfo electoral de Barack Obama en EEUU, trazamos aquí un paralelo entre las gestiones de George W. Bush y las de Néstor y Cristina Kirchner.

Consistía en la constatación de que durante la gestión Bush, EEUU creció de modo ininterrumpido, desde una leve recesión a inicios de 2001 hasta la que se desató en el 3er. trimestre de 2008, el penúltimo de los 32 en que el cowboy texano estuvo al frente de la Casa Blanca.

Entre el inicio y el fin de los ocho años de Bush, precisamos, el PBI de EEUU creció 20%, magnitud más que respetable para una economía desarrollada y de altos ingresos. De hecho, en ese período EEUU creció más que Japón, Francia, Italia y Alemania.

Nadie, sin embargo, pensaba entonces -y menos ahora- que Bush hubiera hecho una Presidencia ejemplar. Prueba de lo contrario era su herencia: un mundo más violento e incierto y ya adentrado en una recesión económica con potencial de depresión global.

El paralelo se completaba con la observación de que, habiendo presidido la Argentina durante el sexenio (2003-2008) de mayor crecimiento del que se tenga registro, la prueba última de la calidad de gestión kirchnerista sería su sustentabilidad.

Ese crecimiento (vale recordarlo, porque al oficialismo siempre se le olvida) ocurrió en el marco de la mayor expansión mundial y regional de los últimos 60 años, pero allí estaba. La cuestión de fondo era la solidez de la construcción política, económica, social e institucional de los Kirchner.

Los propios miembros del matrimonio presidencial parecieron dar una respuesta cuando dijeron que una derrota oficialista en una simple elección legislativa haría que el país “explote” y pierda “estabilidad institucional”.

A esa política del miedo se agregó en los últimos días una variante thatcherista: la inexistencia de alternativas.

TINA
 
La cantilena de que la oposición es incapaz de gobernar y/o de que no hay opción decente es un clásico de la política electoral oficialista, aquí y en todos lados.

En ninguno, sin embargo, se perfeccionó tanto como en la Inglaterra de Margaret Thatcher, que hace 30 años, en mayo de 1979, se convertía en la primera mujer elegida para ser primera ministra de su país.

En los años siguientes, la inevitabilidad con que la Dama de Hierro llegó a presentar su política se resumió en cuatro letras: TINA, acronismo de la frase inglesa “There is no alternative”. No hay alternativa.
    
Entre 1980 y 1982 Thatcher se fue hundiendo en el descrédito y la impopularidad, debido a la impiedad y regresividad de sus políticas, pero fue rescatada por lo que fue tal vez la intervención argentina de mayor consecuencia internacional del siglo XX.

La transitoria recuperación de las islas Malvinas por parte de una dictadura asesina y decadente (ejemplo de cómo hasta las mejores causas pueden ser bastardeadas por los inescrupulosos) le dio una oportunidad de oro: guerra triunfal, orgullo británico e imperial restablecido. La “Dama de Hierro” aprovechó la oportunidad y adelantó el turno electoral.

Así, en junio de 1983 obtuvo para el conservadurismo la mayor victoria electoral del siglo. Los “tories” se quedaron con el 61% de los escaños en juego y una ventaja de casi 150 votos parlamentarios.

La inevitabilidad es la derrota de la política. Peor aún, es la supresión del debate, de las ideas, de la esperanza. La fatalidad como principio invalida desde la búsqueda de sistemas alternativos de organización económica, política y social hasta la construcción diferente dentro de un sistema existente.

El kirchnerismo, sin embargo, recurre al dispositivo del miedo y al TINA thatcherista para esconder la precariedad de su gestión y la vacuidad de un "modelo" que sólo es posible reconocer como amontonamiento de consignas.

En la competencia política es legítimo cuestionar la integridad, capacidad, antecedentes, consistencia e incluso hasta las intenciones de los adversarios y sus propuestas. Otra cosa, sin embargo, es postular que no hay alternativa.

Después de las urnas.
 
Pasada la elección, el oficialismo seguirá teniendo en sus manos el Ejecutivo (a menos que huya irresponsablemente) y contará, cuanto menos, con la primera minoría en ambas cámaras del Congreso.

La cuestión de la “gobernabilidad”, como hace meses insistimos en esta columna, no pasa por los votos, sino por la solvencia de un dispositivo dinerario-disciplinador (en definitiva, de poder), conocido como “la caja” kirchnerista.

Más allá de un alivio gracias al momentáneo repunte del precio de la soja, las señales de deterioro en ese frente se suceden casi día a día.

La más grande fue la colocación, por parte del Tesoro, de un bono por $ 8.450 millones de pesos en la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), que vence en 2016 (así cuida el gobierno el dinero de los jubilados).

La más reciente, el canje de monedas acordado el viernes con Brasil, por US$ 1.500 millones.

Y la más ilustrativa es aquella con la que cerramos esta nota.

Hace poco más de una semana, el ex presidente Néstor Kirchner convocó al ministro de Economía, Carlos Fernández, para preguntarle sobre presente y perspectivas de “la caja”.

Fernández, un burócrata tan desangelado como aplicado con los números, expuso un panorama sombrío, incluidas las dificultades para suplir, con crédito internacional, los faltantes que surjan (de ahí la urgencia con que se acordaron los canjes con China y Brasil, de naturaleza más precaria).
 
Kirchner escuchó atentamente y le pidió a Fernández que no le contara esas cosas a la Presidenta, “ para no deprimirla”.
 
Días después, el ministro fue llamado por la Presidenta, que le preguntó lo mismo que antes le había preguntado el ex presidente.

Fernández le dijo la verdad.

Desde entonces, Néstor Kirchner le retiró el saludo y empezó a evaluar a Ricardo Echegaray, titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) y pingüino de pura cepa, como futuro ministro de Economía.
 
Esa es hoy la solidez de la economía y la calidad institucional de la Argentina.

Más allá (y más acá) de lo que canten las urnas.