Que el organismo estime que “se presentan en algunas zonas condiciones de falta de humedad edáfica que provocan retrasos en su implantación” a esta altura del partido es, al menos, una apreciación infantil.

Si bien es cierto que la superficie estimada para a este cultivo de 16,5 millones de hectáreas se aproxima a la realidad, la verdad es que la producción se encamina por un sendero que, día a día, se angosta más y más. Porque la cuantía de la cosecha será sustancialmente distinta a la de la campaña terminada.

Por algo, la Secretaría no arriesgó ninguna estimación sobre el volumen a cosechar al finalizar esta campaña.

Sin embargo, por distintos medios se barajan volúmenes estimativos que, francamente, nada tienen que ver con algo más o menos realista. Hablar de unas 49 o 50 millones de toneladas, en este contexto, es prácticamente regalar “espejos de colores”. Los presuntos entendidos no caen en la cuenta  sobre la complejidad de la dinámica productiva y su relación con los procesos biológicos. Siguen creyendo que la industria agraria es como la automotriz o algo por el estilo.

Se oyen a economistas y analistas anunciar estimaciones macroeconómicas sobre la base de un volumen de cosecha próximo a esa cifra. ¿Cómo pueden hacer un cálculo económico sobre el futuro argentino si no se tiene idea de lo que está sucediendo? No están errando en la cuantía de palillos de dientes para este año. Están errando en el principal producto de exportación. Están regando el añoso ombú, mientras el frágil rosal queda sin recibir gota alguna.

Si en la campaña finalizada, la producción anduvo en torno a 46,2 millones de toneladas, imagínense cuánto podrá levantarse este año, siendo la superficie similar a la anterior.

No tenemos una oficina de censos, pero evidentemente logramos cierta estimación sobre la base de nuestros contactos en diferentes puntos de la zona agrícola. Y, por ello, entendemos que la baja que viene será una catástrofe, a menos que aparezca algo parecido a un milagro.

Al stress hídrico hay que agregarle el ataque de insectos. Como ejércitos depredadores avanzan “bolilleras”, “arañuelas”, “chinches”, “trips”…  Las fumigaciones son la respuesta de los productores. Pero no todos están con ánimo o en condiciones financieras para llevarlas adelante. En definitiva, el bolsillo de los productores está en relación directa con la presión del gobierno por retenciones e impuestos en general.

Quien anda por el campo se sorprende con el movimiento de fumigadoras. Por aire y por tierra…  A la mañana temprano o al terminar el día, ellas barren los campos de soja. No acaban de terminar la tarea y muchas veces deben comenzar de nuevo por la virulencia de los ataques.

Con este cuadro climático y de sanidad, y dada la menor tecnología usada por menores inversiones… ¿qué se puede esperar?

Si el año terminado permitió un volumen de poco más de 46 millones de toneladas, esta campaña seguramente no logre un nivel superior a 37 millones de toneladas. Estamos pensando en la probabilidad de una reducción superior al 20%.

A trazo grueso, estamos hablando de una reducción superior a u$s 4.000 millones de dólares, solamente en concepto de exportaciones del complejo sojero.

La campaña será un desastre. Y este drama será sufrido por todos, porque de lo que realmente se trata es de una tragedia. Si Calderón de la Barca resucitara, hallaría en la Argentina suficiente material para desarrollar una obra maestra.

El precio, como resultado de la producción, irían en aumento. No sólo por lo que sucede acá sino también por las malas condiciones climáticas en Brasil.