El kirchnerismo, como ciclo político histórico, está terminado. El concepto,
claro y concluyente, lo desgranó un gobernador de anteriores e inocultables
simpatías con los Kirchner. Un año bastó para que la comunidad política dejara
de hablar de los intentos de perpetuidad de un líder y comenzara a debatir sobre
la construcción de nuevos liderazgos, dentro y fuera del peronismo. Algunos
errores políticos han sido grandes y evidentes en el año en que la estirpe
gobernante estuvo permanentemente en peligro. Pero, ¿la culpa de semejante
mutación es de los errores puntuales o lo es, en cambio, de un estilo de
gobernar y de vivir?
Se ha recurrido mucho a distintas encuestas para explicar el derrumbe. No es
necesario repetirlas. Los Kirchner son los líderes políticos menos populares de
América latina. Punto. Eso no se modificó. Hace un año, los integrantes del
matrimonio frecuentaban el penacho más elevado de la simpatía popular.
¿Qué pasó en tan poco tiempo? Quizá les sucedió, simplemente, que nunca antes
habían enamorado a importantes sectores sociales y que perdieron hasta la
indiferencia de estos cuando los abatió la adversidad y la derrota. A veces, hay
crítica social; otras veces hay rencor, y algunas veces hay odio. Esta malsana
pasión es una novedad para la nueva democracia argentina.
No se llega hasta ahí por caminos fáciles. La necesidad o la confusión han
creado una situación excéntrica. Gobierna un ex presidente sin funciones. La
Presidenta en ejercicio casi no gobierna. Un gabinete de políticos grises ronda
por las antecámaras. Una sociedad incómoda observa ese espectáculo desconocido
de un poder preocupado más por los medios de comunicación que por las cosas
concretas. Cristina Kirchner ha inaugurado, incluso, un estilo inédito hasta en
el gobierno de su esposo: ahora también reprende a los ministros desde el atril.
Una práctica autoritaria se desprende de ese hábito.
Néstor Kirchner no es un dictador, en el sentido que pareció calificarlo
Elisa Carrió, porque no gobierna una dictadura. Una dictadura es un sistema
demasiado doloroso como para usarlo para describir cualquier realidad. Pero es
el jefe autoritario de un equipo de hombres sumisos. Ese es el aspecto de
Kirchner que Carrió quiso subrayar y, en ese sentido, no le faltó razón. Las
rodillas de los ministros empiezan a temblar cuando ellos van a Olivos. Kirchner
nunca consulta; sólo da órdenes. No perdona a sus adversarios ni siente
clemencia hacia ellos. Su dialéctica amigo/enemigo y su discurso binario
significan, al mismo tiempo, fracturas sociales constantes.
No hay sólo un gobernador peronista que haya tomado distancia de los Kirchner;
hay varios. Sensibles a los datos de la política por venir, muchos de ellos
están convencidos de que los Kirchner se encaminan hacia una elección magra en
el año próximo. ¿Magra significaría la derrota? No necesariamente, si la
oposición no lograra vertebrar una alternativa confiable. Pero magra, sí, hasta
el punto de empujar al peronismo a la búsqueda perentoria de una alternativa
dentro del propio partido.
Sucede que esos mismos líderes peronistas están convencidos de que su partido
deberá atravesar por un ballottage en las próximas elecciones presidenciales. Al
peronismo siempre le costó llegar al 50 por ciento de los votos. Después de
Kirchner, no podremos alcanzar ni el 40 por ciento , ha dicho uno de los más
renombrados dirigentes justicialistas. Necesitarán entonces de algún candidato
más consensuado, más fácil de seducir a la opinión independiente del país, que
es la instancia decisiva en cualquier elección, sobre todo en un ballottage . El
ciclo de Kirchner está terminado cuando ellos miran más allá de la próxima
semana.
Kirchner es un dirigente de fragmentaciones en lo político, populista en lo
económico y hegemónico en su visión del control de la administración y del
poder. No es casual que los únicos funcionarios con poder real sean los soldados
ciegos de una causa confusa y contradictoria.
Julio De Vido pone la misma vocación para arreglar o para desarreglar con los
empresarios, según la última instrucción del líder. Ricardo Jaime, con una
sorprendente cantidad de causas por supuestos hechos de corrupción, es
inamovible y tiene relación directa con Kirchner. Guillermo Moreno, al que no lo
asedian denuncias por corrupción, es el típico pendenciero que deslumbra a
Kirchner con su breviario de insoportables insultos a empresarios
indisciplinados.
Las sospechas de corrupción han horadado los cimientos políticos del régimen.
El caso Skanska y la valija de Antonini Wilson, el segundo más patético que el
primero (una valija con dólares no fue ya una simple metáfora), pusieron al
trasluz los manejos del kirchnerismo con las obras públicas y con las especiales
relaciones con otro populista de América latina, Hugo Chávez. La decisión del
juez Julián Ercolini de aceptar la denuncia de Carrió contra Kirchner, como jefe
de una asociación ilícita, germinó sobre una tierra cultivada por aquellos
escándalos.
La asociación ilícita es un delito que termina en la cárcel. Menem fue preso
por esa tipificación jurídica. En el caso de Kirchner, debe advertirse, la
investigación sólo ha comenzado y podría llevar años hasta una conclusión en los
tribunales. Pero los funcionarios denunciados junto con Kirchner comenzaron a
preocuparse: algunos de ellos están haciendo consultas con los abogados
penalistas más renombrados de Buenos Aires.
Jueces y política serán influidos por la debilidad o la fortaleza política
del matrimonio presidencial. Debilidad o fortaleza serán la consecuencia, en
parte al menos, de los descalabros de la economía. El mundo es un manicomio
manejado por sus propios pacientes , acaba de señalar Tabaré Vázquez, con
precisa ironía. Pero el presidente uruguayo también subrayó que la economía
mundial padece una hemorragia. Y a las hemorragias hay que cortarlas cuanto
antes, no importa si con la mano izquierda o con la derecha , agregó el viejo
médico.
Esa es la ductilidad de la que carece Kirchner. El ex presidente argentino
cree que el Estado es el único justiciero, capaz de distribuir la riqueza desde
sus propias alforjas. Es también la famosa caja, que construye y destruye la
política. El empresario se convierte, así, en un intermediario incómodo entre el
Gobierno y la gente común. Están exceptuados, desde ya, los empresarios amigos,
pero éstos no son más que una prolongación del propio Estado que regentea
Kirchner. Así, la inversión externa se desplomó (la Argentina es ahora menos
seductora que Colombia y Perú) y la local se paralizó.
Existe en muchos países de América latina, no en todos, la idea de que el
mercado es una creación endemoniada del capitalismo internacional. Esa idea
viborea también en la cabeza de Kirchner. La crisis del mundo actual pareció
darles la razón. En rigor, lo que fracasó en el mundo es la traición al
capitalismo , como bien lo señaló el presidente francés, Nicolas Sarkozy. El
capitalismo se arruinó cuando abandonó la producción y la competencia para
encerrarse en herméticos laboratorios financieros, sin reglas ni límites.
Por ahora, a todos les aguarda, incluso a la Argentina, un largo viaje por la
meseta de la escasez y el estancamiento, luego de que la crisis haya tocado
fondo. Kirchner está acostumbrado sólo a las buenas noticias. No las hay. Nunca
antes (ni como intendente ni como gobernador ni como presidente) había conocido
la derrota. La descubrió cuando se la asestó un sector social que no conoce, los
productores del fértil campo argentino, con los que acaba de reiniciar el viejo
combate. La experiencia no le enseñó nada: su temperamento es más fuerte que
cualquier necesidad política.
Ese es, en efecto, su rasgo cardinal, el que apresuró el final irremediable
de un ciclo político.


