EL año que viene será crucial para los argentinos por tres razones. La
primera de ellas es económica. La segunda es política . La tercera es
institucional.
El desafío económico que enfrentaremos se desdobla como en un movimiento de
pinzas, porque habrá que seguir en el curso del año la evolución de la crisis
financiera internacional, que por supuesto nos afectará, y verificar además cómo
responde ante ella nuestro gobierno. En cuanto al desafío político, quizás el
más urgente de los tres, irá al compás de un crescendo que culminará en las
elecciones de octubre porque, según sea su desenlace, para entonces sabremos
cuánto poder, mucho o poco, les quedará a los Kirchner de ahí en adelante. Pero,
gane o pierda la oposición en octubre, el tercer desafío le concierne
directamente a ella porque en el año que comienza empezará a demostrarles a los
argentinos si es capaz de concebir un futuro sin los Kirchner, un futuro "poskirchnerista",
que lleve en sus entrañas un nuevo país republicano y democrático en curso hacia
una larga etapa de estabilidad política y de progreso económico y social como el
que estamos esperando desde 1983, desde el advenimiento de la democracia, en
dirección del pleno desarrollo de nuestras formidables posibilidades, para
ponernos en línea con el éxito que ya han conseguido países europeos como España
y que están consiguiendo países latinoamericanos como Brasil, Chile y Uruguay.
Este desafío es el más importante de los tres que hemos mencionado porque ya no
será económico o político sino "institucional". Es sólo si responde a este
tercer desafío que la Argentina volverá a la historia grande de la que estuvo
ausente entre 1930 y hoy.
Un desafío económico
Pese a que el mundo capitalista ha entrado en una crisis financiera y
económica comparable a la mayor que haya tenido, la de los años treinta, tenemos
dos razones de peso para ser moderadamente optimistas. La primera de ellas es
Barack Obama. Dentro de veinte días, los norteamericanos pasarán de la
presidencia en caída libre de George W. Bush, que ha perdido hasta el último
rastro de su autoridad, a una nueva presidencia que les ha devuelto no sólo a
ellos, sino también al mundo una encendida esperanza. Contra lo que pueden
pensar algunos que aún lo ven como un populista de color, Obama representa a una
nueva elite de color de la que también son ejemplos Colin Powell, Condoleezza
Rice y Clarence Thomas, que ha escalado a la cima de la sociedad norteamericana
gracias al estudio y al talento, y cuyo destino es sumarse al establishment
tradicional, como lo prueban ampliamente los primeros nombramientos del nuevo
presidente, claramente "conservadores" y, si se quiere ser más preciso, "clintonianos".
A esto hay que agregar una segunda razón para el optimismo: que el
capitalismo, hoy tan vilipendiado por sus enemigos ideológicos, entre ellos,
lamentablemente, los Kirchner, no "agoniza" con sus crisis, sino que revive con
ellas porque las necesita. Desde que Joseph Schumpeter definió al capitalismo
como un proceso de "destrucción creativa", sabemos que su lógica "darwiniana"
consiste en el triunfo si se quiere cruel de los más aptos sobre los menos
aptos. Así, con esta ley de hierro de la competencia, es como el capitalismo,
según lo reconoció el propio Marx, se convirtió en el movimiento económico más
dinámico de la historia.
A lo que estamos asistiendo entonces es a otro de los típicos purgatorios del
capitalismo, del cual emergerá finalmente un sistema más fuerte y competitivo
que el que entró en crisis hace algunos meses. Naturalmente, este razonamiento
general no nos exime de preguntar, con natural ansiedad, cuánto durará todavía
la crisis actual. Entre los observadores más optimistas se estima que lo peor de
la crisis financiera internacional empezará a pasar hacia mediados de 2009. Los
menos optimistas sitúan la salida, en cambio, hacia el último trimestre de ese
año.
Aparte de no poder ocultar su prematura alegría por el "efecto jazz" de la
crisis actual, ¿qué han hecho los Kirchner para evitar que ella nos golpee con
fuerza? Contra lo que ellos mismos parecen creer, no han practicado el
keynesianismo sino el "antikeynesianismo". Keynes no fue un "anticapitalista"
sino un "neocapitalista" que vino a salvar al capitalismo al reconocer su
carácter cíclico . Porque no hay una sino dos situaciones capitalistas que el
genial economista inglés supo distinguir. En tiempos de alza, Keynes aconsejaba
al Estado no gastar, acumular reservas para cuando llegaran los tiempos de baja,
durante los cuales el Estado tendría que gastar y gastar para mantener la
demanda. Hoy, a todos los Estados capitalistas les ha llegado la hora del
"bajón" keynesiano y, si gastan como hace tiempo no lo hacían, es precisamente
para salvar el sistema. Ya les llegará otra vez, cuando pase la crisis, la hora
de ahorrar.
Pero esos antikeynesianos pretendidamente keynesianos que son los Kirchner
gastaron cuando tenían que ahorrar y ahora que se han quedado sin recursos, como
ya no pueden gastar para salvar el sistema se han dedicado a agredirlo y
expropiarlo, como hicieron con las AFJP. Han mirado la economía keynesiana del
lado del revés. Todo induce a pensar entonces que, al margen de su frenética
pasión por los anuncios diarios de medidas aparatosas pero inconducentes, cuando
la crisis mundial llegue de lleno a la economía argentina, la golpeará como a
ninguna otra.
Político e institucional
Pero 2009 será también un desafío político porque en su transcurso el
Gobierno retendrá o perderá el Congreso. Si gana las elecciones parlamentarias
de octubre y retiene como consecuencia su mayoría parlamentaria, tendremos
todavía dos años más de "superpoderes", de Consejo de la Magistratura, de
blanqueos para los amigos, de dependencia de los gobernadores de lo que quede de
la "caja" y de impunidad para la corrupción. Si las pierde, en cambio, se
abrirán dos escenarios. Si tanto el Gobierno como la oposición se condujeran con
moderación, podría concebirse todavía lo que los anglosajones llaman un soft
landing , un "aterrizaje suave" como el que está teniendo el propio Bush, un
viaje sin grandes incidentes hacia el inevitable recambio presidencial de 2011.
Si los Kirchner intentaran empero contradecir la voluntad popular adversa
expresada en las urnas, podrían volver tiempos agitados para los argentinos. Una
de sus posibilidades sería lo que los anglosajones llaman un crash landing, un
"aterrizaje forzoso", que esperemos que no termine como el del presidente De la
Rúa, con la diferencia de que la Argentina contaría en esa emergencia con el
vicepresidente que no tuvo en 2001.
Una situación límite a la que ningún argentino de bien querría llegar se
daría si, para evitar todo aterrizaje, duro o blando, el Gobierno consintiera en
expandir un mal que no ha dejado de acecharnos: el incomparable mal del fraude.
Esto es lo que entre todos deberíamos evitar si es que nuestro sistema ha de
seguir siendo una democracia.
Hasta aquí hemos hablado del Gobierno. Al lado del deber de contenerlo, de
limitarlo, la oposición afronta otra responsabilidad mayúscula: concebir y
ejecutar el proyecto de la Argentina poskirchnerista, esto es, refundar una
auténtica república democrática. Sólo así volveríamos a ser lo que fuimos entre
1853 y 1930: un país en alza en el concierto de las naciones. Este es el deber
mayor de los opositores: no sólo contener y eventualmente derrotar en las urnas
al kirchnerismo, sino trascenderlo en dirección de la democracia republicana y
progresista que aún nos debemos.


