Ni 200 mil, ni 3 mil: 30 mil. La Mesa de Enlace no esperaba juntar en el acto de cierre del paro agropecuario, organizado en San Pedro el miércoles 8, la contundente cifra de 200 mil asistentes, aquellos que coparon el barrio de Palermo para manifestarse en contra de la resolución 125. Pero tampoco pudo digerir los escasos 5 mil chacareros que se movilizaron a la ruta 9 para sostener la protesta del campo. “Acá tenía que haber 30 mil productores”, se lamentaba por lo bajo un señor que se protegía del sol con un sombrero de la Federación Agraria, mientras en el palco sampedrino, su líder, Alfredo De Angeli, se ponía ronco maldiciendo a los colegas que bajaron los brazos, cansados de tantos meses de confrontación sin tregua. Aunque la novedad no fue título en todos los medios, lo cierto es que así comenzó su discurso el caudillo con más rating de Entre Ríos: no golpeando a la Casa Rosada, sino tirando cachetazos hacia adentro de la familia rural. Dicen en su entorno que Alfredo está deprimido, que ésta es su peor semana en lo que va del año.
En Buenos Aires, hasta la carpa verde montada frente al Congreso Nacional tiene problemas: el alquiler estaba pago hasta ayer y su manager, Juan Carlos Alderete, líder de los desocupados por la Corriente Clasista y Combativa, busca entre sus aliados sojeros alguien que abra el bolsillo y le dé oxígeno financiero para unas jornadas más de lucha testimonial.
Al acto de San Pedro faltaron muchos, y eso explica fácilmente los números de la deserción campestre. No fueron las celebridades políticas y empresariales que habían dado el presente hace apenas dos meses. Tampoco llegó una adhesión del vicepresidente Julio Cobos, que está demasiado ocupado con su maratón mediática, las dudosas ofertas que le llueven de todo el abanico político para encabezar listas en 2009 y los mensajes algo intimidatorios que recibe de los soldados K. Ni siquiera aportaron unos miles –podrían ser cientos de miles, según los padrones– los supuestos homenajeados de la tarde: el miércoles fue el Día del Trabajador Rural, y desde el palco de la Mesa de Enlace se les dedicó un cariñoso saludo a los ausentes, que puso en evidencia más que nunca la incompleta alianza social del campo. Con una salvedad: aunque el líder de los peones rurales, el poderoso sindicalista Gerónimo “Momo” Venegas, no fue a San Pedro, sí aporta –según confiaron susurrando los organizadores detrás del palco– mucho de las gruesas arcas de la UATRE (Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores) a las necesidades de la logística política patronal. Pero ni los ruralistas ni el oficialismo quieren arriesgarse a desenredar esa madeja de intereses cruzados y manejos opacos de caja política.
El gran faltazo en esta semana de protesta agraria fue el de la clase media urbana, ese ente político gaseoso que infla y desinfla liderazgos a ritmo de zapping, que hace estallar gobiernos y reventar planes económicos, pero que –precisamente por su volatilidad– es más objeto de manipulación y escarnio que sujeto de alianzas sociopolíticas profundas y sustentables. Esa clase media que recibió los retos paternalistas de Néstor Kirchner durante la Guerra Gaucha, hoy se olvidó del campo, un poco por hastío y otro poco por la ola de terror monetario que recorre el planeta: muchos ciudadanos que cortaron avenidas a golpe de cacerola, ahora hacen cola en las casas de cambio buscando relleno para sus sommiers. Y esto no es una crítica al estilo Ignacio Copani; porque la media no es la única clase que está corriendo a buscar refugio financiero en plena tormenta.
No se trata de concluir que el último paro del campo fue un fracaso. Al contrario, fue un éxito, si tenemos en cuenta que durante una semana la dirigencia rural logró casi paralizar los mercados de vacunos y de granos. Pero fue un exitoso lock out patronal, como les gusta decir a los intelectuales filokirchneristas. Desde la perspectiva política fue un paso atrás, no necesariamente irreversible, aunque sí marca una crisis de crecimiento del movimiento ruralista, al que luego de una acelerada acumulación de consenso público de pronto se le pinchó la burbuja.
¿Y AHORA QUÉ? Un libro de la politóloga norteamericana Amy Gutmann que acaba de editarse en Argentina (La identidad en democracia) ayuda a pensar el dilema fatal de los grupos de interés o de identidad en el juego de las democracias posmodernas. Ante la devaluación de la representatividad de los partidos políticos tradicionales, la irrupción de grupos de reivindicación de derechos sectoriales (sean económicos, culturales, raciales, religiosos o una mezcla de ellos) enciende la mística de la democracia deliberativa, y genera adhesiones y simpatías que, sumadas, pueden poner en jaque hasta a un gobierno. El problema es que, pasado ese clímax republicano inicial, las mayorías entusiasmadas por ese oasis libertario y participativo se empiezan a dar cuenta de que la agenda que se puso en discusión no contempla necesariamente los intereses de todos, ni siquiera de la mayoría, sino que refleja los intereses de un grupo minoritario. Ahí se deshace el hechizo que unía a gente muy diversa bajo una misma consigna. Es decir que detrás de un fenómeno de participación espontánea y masiva puede aparecer una dinámica de lobby sectorial que –en sus versiones aberrantes– puede volverse incluso antidemocrática. La foto del ex “ingeniero” Blumberg en la manifestación ruralista de Palermo es un símbolo de este drama de las repúblicas sin partidos.
Ésa es la discusión política interna que hoy mantienen los integrantes de la Mesa de Enlace. Seguir como frente gremial de los empresarios rurales o saltar la tranquera y defender los intereses del campo desde la política electoral. Todos los jefes de las entidades rurales han recibido ofertas para integrarse a las boletas de 2009. De hecho, el titular de CRA, Mario Llambías, habló en su discurso del miércoles de hacer valer el peso del campo en 2009 y 2011. Ya es casi un hecho que las segundas y terceras líneas de las entidades colocarán a muchos de sus integrantes en listas de distintos partidos para pelear las próximas elecciones. Sin embargo, no está claro si el campo tendrá una estrategia electoral unificada. Una variante a la dispersión la plantea el único partido que fue como tal a San Pedro, el grupo Pampa Sur, que impulsa un modelo de partido del campo inspirado en el Country Party de Australia, que desde 1920 integra coaliciones de gobierno y en la actualidad controla el 10% del Parlamento australiano. Pero es difícil que la idea prenda en la Mesa de Enlace antes de 2009.
En la otra vereda queda el Gobierno, todavía masticando la derrota, pero
empezando a saborear la venganza de ver al campo ahogado por la sequía y
confundido por la caída del rating minuto a minuto de De Angeli. Ahora Kirchner
piensa en otra guerra verde, donde el enemigo se parece demasiado a George
Washington.


