La Confederación General del Trabajo muestra desde ayer dos partes desiguales, pero dos partes al fin. Hugo Moyano renovó su conducción en la CGT con un respaldo sindical abismalmente superior que el que congregó Luis Barrionuevo en la pequeña central paralela. Pero el camionero ya no estará solo en el firmamento sindical del peronismo. Menos todavía en un universo donde la CTA, olvidada por el kirchnerismo, seguramente pretenderá también revalidar su protagonismo cuando la política salarial y social caiga otra vez en la mesa de negociación.
Esas constituyen las primeras secuelas que el matrimonio presidencial tal vez no previó de un conflicto, el del campo, que jamás debió extenderse como se extendió ni tampoco alcanzar, como lo hizo, picos de confrontación. Es verdad que la conducción de Moyano venía siendo cuestionada incluso desde los tiempos de Kirchner. Pero no se había dado la coreografía adecuada para asestarle un daño. ¿Qué coreografía? Una cosa fue la disidencia peronista del ex presidente Eduardo Duhalde y de los hermanos Rodríguez Saá que se hizo nítida desde las legislativas del 2005. Otra cosa es la disidencia de este tiempo, engrosada con tajadas del peronismo bonaerense, de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos.
Los acontecimientos en el peronismo nunca acostumbran a suceder por casualidad. Ocurren más bien por intuición y por olfato. A nadie se le hubiera ocurrido desafiar el poder de los Kirchner en febrero, cuando Cristina estrenaba su poder y pervivía la esperanza social. El lunes un grupo de bandidos vinculados a los Rodríguez Saá ocupó por un rato la sede del PJ que abandonaron, al parecer, por una falsa amenaza de bomba. Fue un acto mamarrachesco si se quiere, pero fue. Un día mas tarde, a sabiendas de su derrota en el plenario cegetista, Barrionuevo decidió la conformación de otra entidad obrera. No existe una sola pista sobre el posible correlato entre uno y otro episodio, aunque ambos simbolizan un reto al enorme poder que hasta el verano administraron los Kirchner.
Ninguna de esas cosas, a priori, podría plantearle al Gobierno un dilema frente a la opinión pública. La dirigencia sindical, sea encarnada por Moyano o Barrionuevo, carece de prestigio en la sociedad. El problema podría surgir a la hora de la gestión, donde el kirchnerismo ya no podrá mirar con un solo ojo. Esa novedad deviene también del conflicto con el campo y será un desafío para los tiempos venideros. El Gobierno deberá contemplar múltiples frentes antes de actuar, ejercicio que practicó de manera excepcional hasta ahora. Esa incapacidad fue, quizás, una de las razones que lo condujo al atolladero con el campo.
Moyano dejó de ser el conductor gremial indiscutido que fue. A punto tal que el Gobierno debió hacer malabares para que ese armado sindical no se desarticulara. Los viejos gordos cegetistas (Carlos West Ocampo y Armando Cavalieri) se incorporaron a último momento. La UOM también se disciplinó luego de que Antonio Caló, su representante, fuera colocado en la cúpula cegetista. El nuevo liderazgo del camionero ha nacido limitado y tiene conciencia de eso. De allí su promesa de "decisiones colegiadas" en la central obrera. La limitación no es una buena noticia para el Gobierno. ¿Por qué razón? Se podría avecinar una nueva discusión salarial, producto del retraso causado por la inflación oculta y por las marcas que dejó en la economía el conflicto con el campo.
Moyano fue hasta el presente un garante de los acuerdos con el Gobierno y, a la vez, un dique de contención. No obtuvo pocos beneficios: el poder del gremio de los camioneros aumentó desde que le fueron concedidas miles de afiliaciones de otros gremios del transporte. Ese trasvasamiento provocó distorsiones que padecen varios gobernadores y que sufren las arcas del Estado: sólo por la recolección de basura la provincia de Buenos Aires vio crecer su déficit en más de mil millones de pesos. Se trata de una de las silenciosas demandas de Daniel Scioli al Gobierno central.
El doble papel del líder camionero, garante y beneficiario, fue mellando su autoridad sindical y alimentado el malestar de otros gremios. Por esa razón Kirchner debió imaginarle un ladero. En épocas de bonanza, cuando el pleito con el campo no había estallado aún, el ex presidente había mascullado incluso la posibilidad de un cambio más radical, impulsando a la cúpula cegetista a gremialistas como Gerardo Martínez o el upeceísta Andrés Rodríguez. Pero la actualidad requería de salidas más conservadoras.
Por aquella misma razón Barrionuevo se atrevió a dar el paso que dio. Incluso con una legión discreta: los plásticos y el gremio de estaciones de servicio son sus puntales fuertes. Pero otro factor determinante para su conducta fue la situación del peronismo. Difícilmente Duhalde, uno de los hombres que suele dialogar con Barrionuevo, suponga que el dirigente gastronómico pueda ser una pieza clave en el futuro armado alternativo a los Kirchner. Pero podría serlo, en cambio, en este tiempo turbulento y de desgaste que afronta el matrimonio presidencial.


