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Hubo festejo íntimo en Olivos, pero festejo al fin. Corrieron unas pocas copas de vino tinto y champagne. Cristina Fernández y Néstor Kirchner se sintieron vencedores políticos por un día. Ese objetivo persiguieron desde que detonó el conflicto con el campo. Ese objetivo, casi convertido en obsesión, llevó al oficialismo a obtener una mayoría ajustada en el Congreso para imponer el plan de retenciones móviles.

¿Pero ganaron, de verdad, Cristina y Kirchner? La política no tiene nunca interpretaciones lineales y uniformes. En un sentido, no se puede discutir el triunfo: el matrimonio tuvo siete votos más que la oposición y esa diferencia le concede legitimidad a su plan. La legitimidad se logra en cualquier democracia y en cualquier Parlamento del mundo con un solo voto de más. Habrá que computar también como un acierto la decisión de enviar el polémico proyecto al Congreso, aunque esa decisión haya sido instada por la Corte Suprema. El Congreso se ubicó así en un sitial inédito en la era kirchnerista: la sociedad tuvo oportunidad de escuchar un amplio debate, de descubrir un abanico de posturas diferentes. El mérito le cabe también a la oposición, aunque esa oposición haya sido anémica a la hora de transformar las palabras en un proyecto alternativo. El bochorno solitario lo consumó el diputado ultrakirchnerista Carlos Kunkel, cuando insultó al ex gobernador Felipe Solá simplemente por no pensar del todo igual.

Los jefes de las entidades rurales tampoco quedaron fuera de ese cuadro. Siguieron sin una mueca de crispación las discusiones y los discursos. No hubo orador que los haya maltratado. Opinaron con palabras prudentes y terminaron estrechados en un saludo con el jefe del bloque del PJ, Agustín Rossi. Los ruralistas desecharon la posibilidad de volver a la protesta con bloqueos y piquetes. Aunque la protesta seguirá. El camino para ellos tiene desde ahora dos direcciones: el Senado, donde después de lo que sucedió en Diputados quizá no exista el paseo oficial imaginado; como recurso postrero la Corte Suprema, aunque el máximo Tribunal pareció hacer un gesto inconfundible cuando sugirió a la Presidenta la convalidación del plan de retenciones por parte del Congreso.

El problema para el matrimonio Kirchner no sería este presente de felicidad fugaz sino, tal vez, el futuro que se avizora. Han dejado jirones de poder y de política para alzarse con la victoria de ayer. ¿Cómo se entendería eso si lo que buscó la pareja presidencial fue, precisamente, un fortalecimiento de aquel poder? Esa contradicción se anida en el concepto de poder que ellos profesan, apegado siempre a la aparente intransigencia. Es aparente: el proyecto votado en Diputados tuvo siete modificaciones en los últimos dos días. Ocurre que esas modificaciones llegaron tarde, sin remedio, para sellar tratos con otros bloques y darle al plan un consenso y un sostén de votos más generoso que el que tuvo.

Puede ser que ningún proyecto, ni aun el de mayor consenso, hubiera alcanzado para extinguir el conflicto porque ese conflicto escaló, sobre todo por impericia del Gobierno, hasta alturas insospechadas. Pero del texto que resultó aprobado en Diputados terminaron quedando al margen un grupo importante de peronistas, los radicales K, toda la oposición e, incluso, las entidades del agro.

De nuevo aquella idea encapsulada del poder. Kirchner y también Cristina dieron en la última semana, sobre todo en las horas decisivas, innumerables marchas y contramarchas. No se portaron como negociadores avezados. Vale un ejemplo. Rossi convocó entre el jueves y el viernes a una negociación a los jefes del ARI disidente, Eduardo Macaluse, y de Buenos Aires Para Todos, Claudio Lozano. Lozano tuvo un diálogo auspicioso con el jefe del bloque oficial. El diputado viajó rápido desde el Congreso a la Casa Rosada para redondear el posible acuerdo con Alberto Fernández. El jefe de Gabinete lo recibió con trato cordial, pero se negó a mover un acento del proyecto original. Pocos minutos antes lo había llamado Kirchner.

Las posiciones entre esos sectores y el Gobierno llegaron a estar más arrimadas de lo pensado. También hubo varios intentos frustrados con Solá. Pero el matrimonio presidencial dinamitó los puentes cada vez que sobrevoló una duda sobre la necesidad de ratificar la decisión sobre el plan de retenciones móviles. En esa ratificación, según reza el artículo uno del proyecto, se ocultaría para Cristina y Kirchner la noción de poder y autoridad que conciben, que ahuyentó a los aliados.

Sólo cuando entre el viernes a la noche y la madrugada de ayer el matrimonio olfateó el temor a una derrota, resolvió aceptar un retroceso. Fueron las modificaciones destinadas a beneficiar a pequeños y medianos productores que Rossi anunció en medio del debate. ¿Estuvo cerca la posibilidad de una derrota? Estuvo, si como señales valen algunas gestiones desesperadas de legisladores oficiales. Existieron conversaciones con peronistas bonaerenses disidentes para que abandonaran el recinto y simplificaran la ecuación de la mayoría simple que requería el Gobierno para ganar.

El matrimonio presidencial debería ahora mismo, quizá, levantar la alfombra de la victoria para saber qué quedó. El conflicto con el campo seguirá debajo de esa alfombra y, según sea su evolución, es probable que termine condicionando el largo tiempo que todavía le resta a la Presidenta en el poder. Debajo de esa alfombra asomará también la crisis en que ha quedado sumido el peronismo y la fractura que sufrió la concertación con los radicales.

No hay antecedentes de un flamante jefe peronista como Kirchner que haya sido desafiado tan rápido por su partido. Es cierto que el ex presidente tiene sobre sus espaldas cuatro años de Gobierno. Pero se dedicó de lleno al PJ desde que asumió Cristina. Cristina asumió en diciembre, aunque en el imaginario colectivo parezca mucho más. Kirchner soslayó dos cosas clave antes de empujar a su partido a la pelea con el campo: planteó un antagonismo y una confrontación propia de un peronismo que hace mucho no existe, que no existía incluso cuando en los 70 regresó Juan Perón. Entiende la conducción, además, sólo como la orden y el látigo, que el mismo Perón archivó no bien fue derrocado por un golpe militar.

Córdoba y Entre Ríos son dos provincias que se han fugado de su órbita. Los diputados de Santa Fe, por la voltereta de Jorge Obeid, terminaron respaldando la votación oficial. Pero el peronismo santafesino tiene otro pensamiento más ligado a Carlos Reutemann. El ex gobernador ya anunció que esta semana vendrá al Senado con un proyecto alternativo al del matrimonio. Otra grieta se abrió en Buenos Aires con el voto negativo de Solá aunque, tal vez, no sea ésa la grieta más inquietante. En la principal geografía electoral de los Kirchner suceden cosas llamativas: ¿Cómo se entiende que 400 gendarmes debieran ser movilizados para resguardar a Cristina el día en que asistió a Chivilcoy a la inauguración de una fábrica con empleo para 700 personas? ¿Cómo se entiende que Daniel Scioli, uno de los dirigentes que mantuvo por años elevados índices de popularidad, deba tomar ahora prevenciones cada vez que sale al interior de la Provincia?

Tampoco la concertación con los radicales volverá a ser lo que fue. Fue hasta ayer un barniz efectivo para darle al kirchnerismo una tonalidad política que le cuesta tener. Varios radicales K votaron de la mano con Solá. Esa ruptura posee otro matiz: el conflicto creciente que envuelve al kirchnerismo con Julio Cobos. Cierta autonomía del vicepresidente para intentar encarrilar el conflicto con el campo y de paso ganar protagonismo despertaron la ira de los Kirchner. La ira aumenta por la resistencia de Cobos. Hasta Alberto Fernández, antes protector del vicepresidente, debió salir a criticarlo para calmar al matrimonio.

Está entreabierta la puerta allí de un conflicto institucional. Kirchner atizó otro conflicto con la Corte Suprema cuando le reclamó públicamente a su titular, Ricardo Lorenzetti, que desmintiera una supuesta reunión con Cristina por el proyecto de las retenciones móviles. Lo pidió como si esa supuesta reunión hubiera sido un sacrilegio. Los jueces se molestaron y replicaron con un texto que pretendió apartarlos de la tormenta política.

La tormenta no ha pasado y le sigue impidiendo rehacerse al Gobierno de Cristina. Viajó a una reunión del Mercosur que fue teñida por el conflicto con el campo. Casi no pudo disfrutar la liberación en Colombia de Ingrid Betancourt , a la cual había dedicado muchas energías. Debió suspender su viaje a España porque corría riesgo de pasar inadvertido en medio de la angustiante realidad de la Argentina. Pero llegó la votación en Diputados, templó el ánimo de los Kirchner y hubo brindis en Olivos.