Fueron 1000 kilómetros de rutas argentinas en dos días. O, si se prefiere la precisión, 1021 km que recorrió LA NACION para atravesar cuatro provincias, catorce piquetes de transportistas y ocho protestas de ruralistas al costado de la ruta.
Con escalas en veinte estaciones de servicio de seis empresas diferentes y consultas a decenas de playeros, automovilistas y vecinos de las ciudades, pueblos y parajes recorridos, la conclusión obvia -que conseguir nafta en el interior es poco menos que una odisea- deja paso pronto a la aparición de un sinfín de historias personales.
Son historias de desesperación, como la de ese automovilista que llegó a ofrecer 10 pesos el litro para poder continuar su viaje (y ni aún así consiguió); o como la del dueño de un Audi A4 que, ante la cara de incredulidad del playero, pidió en Gualeguay que le llenaran el tanque con nafta normal o común, único combustible disponible en varios kilómetros a la redonda. "Es eso o lo tengo que dejar acá tirado", dijo, a sabiendas del daño que le provocaría al motor.
Son historias de temor, como la de ese empleado de una estación del sur de Córdoba que confesó: "La gente que viene está desesperada, porque necesita el combustible para volver a su casa o para ir a trabajar. Y nosotros mismos corremos el riesgo de que nos suspendan". Sin gasoil y sin naftas, hacía dos días que lo único que podía hacer era limpiar los pisos.
Son historias de especulación, como la de ese hombre que cargó varios bidones en una estación de Victoria y después lo vieron vendiendo la nafta a $ 6 el litro; o como la de los remiseros de una ciudad del sur de Santa Fe, que aumentaron la tarifa, porque sus autos, con equipos de GNC, son casi los únicos que pueden circular.
Y son también historias de desconfianza y violencia entre vecinos, como pasó en una Esso de Venado Tuerto, en la que tuvo que intervenir la policía: la estación recibió algo de combustible, que le duró poco más de tres horas, y algunos clientes que se quedaron sin nafta intentaron agredir a los empleados, pensando que estaban guardando el producto para especular.
Hay historias como la de Juan Marcetti, que a los 74 años peregrinaba por los alrededores de Pujato (Santa Fe) en busca de un litro de nafta -sí, uno solo- necesario para aliviarle el dolor a su esposa, que sufre una discapacidad. Ocurre que la mujer que la atiende vive alejada del pueblo, y sólo puede llegar en su moto. Sin nafta -un litro, por lo menos- la moto no anda; sin moto, nadie puede cuidar a la mujer de Juan. "Es la vergüenza más grande. No tenemos Gobierno, no tenemos nada de nada", se descarga.
Más allá de un radio de 150 kilómetros de la Capital, fue casi imposible hallar durante el jueves y el viernes que duró la recorrida una estación que vendiera nafta súper. Las pocas excepciones afloraron en Rosario, la única ciudad grande del periplo, y en estaciones que, en el mejor de los casos, tenían una cuadra de cola. El corte de las rutas por parte de los transportistas que reclaman una solución al conflicto del campo fue implacable con los camiones de las petroleras.
Hubo además una estación que tenía nafta premium (la vendía a $ 3,70) en Pérez, Santa Fe, y una con nafta normal en Gualeguay, Entre Ríos, (a $ 2,46). En todas partes, la reacción fue la misma: es la primera vez que sufren un desabastecimiento de esta magnitud. "Hace 20 años que estoy acá y nunca nos pasó algo así", comentó Héctor Arias, en la localidad cordobesa de Camilo Aldao.
Paradójico: sí era posible encontrar gasoil -el combustible que más suele escasear en el país- en varias bocas de expendio. La casi total ausencia de camiones en las rutas ajustó por esta vez la demanda con la oferta.
Récords
Varios récords se rompieron a causa del abastecimiento. Nunca en la historia de Corral de Bustos, Córdoba, se habían visto cuatro cuadras de cola para comprar producto alguno. La YPF recibió 12.000 litros de nafta y en pocas horas todo el pueblo se enteró y agotó el producto. Tampoco se recuerda alguna vez en que las estaciones hayan estado tan relucientes. "Limpiamos unas 30 veces al día", exageró Darío Acuña, en una Petrobras sobre la ruta 8. Desde hacía tres días, no tenía nada mejor para hacer.
Sobre esa misma vía, en el kilómetro 261 (El Arbolito, Buenos Aires) la llegada de LA NACION interrumpe la monotonía que reina entre empleados y camioneros estacionados en la YPF. Hasta los dos perros del lugar despiertan de su siesta. Todos quieren hablar o salir en la foto. El camionero mendocino Pablo "Pichu" López toma la posta: dice que salió el martes hacia la Capital Federal con su carga de agua mineral y hace dos días que paró en esa estación, a la espera de que se levanten los piquetes. También ellos tienen problemas con el combustible. "En la ruta se encuentra poco y nada; a lo sumo te cargan 100 litros, que no alcanza para mucho", dice.
Con las rutas semivacías (casi no se ven camiones y son pocos los autos que escapan al desabastecimiento), la desolación parece aún más grande en pueblitos como Cavanagh, sobre la ruta provincial 12 de Córdoba. Dos empleados toman mate con un productor de la zona. Los viejos surtidores, que parecen ser de cuando YPF era estatal, están con candado. Víctor Mariatti, técnico de computadoras, entra con su Clio y con alguna esperanza de conseguir nafta para llegar a Canals, donde tiene que completar un trabajo. Desde hace tres días que no hay. "Ya me pasó el miércoles que tenía que salir y no pude", cuenta Víctor. Y no es el único en perder trabajos. "Aquí están todos los negocios parados", agrega.
Fue para no perder más viajes que Raúl Duré aceptó pagar $ 2,80 el litro de gasoil en Pérez, en lugar de los $ 2,05 que abonaba en Rosario, a escasos 10 km de allí. Un amigo lo "dateó" y corrió a llenar el tanque de su combi y seis bidones de 20 litros en una Esso que todavía tenía parte del combustible que recibió el lunes. La cola era inusualmente larga para el tamaño de la estación y el tamaño de Pérez; había "dateados" de varios lugares de la zona. "Este es un piquete que le hace el Gobierno al pueblo", protesta Raúl.
Otros creen que las responsabilidades son compartidas. A pocos metros de Raúl, Daniel Agustine aguarda con su compañero para cargar la nafta necesaria para volver a Nogoyá, Entre Ríos. "Esto es culpa de las dos partes, del Gobierno y del campo. Si no dialogan, no va a haber solución", opina. Ellos son camioneros y están de paro. "¿Sabés qué pasa? Hace 15 días que no viajamos. Y si no viajamos, no cobramos."


