Eso solo ya resulta directa e inevitablemente gravoso para el poder político.
Quedó al descubierto, de paso, que el plan de culpar a los productores por el desabastecimiento volvió como un búmeran sobre sus ideólogos. Al final, la escasez apareció: gente acopiando bienes esenciales, estaciones de servicio sin combustibles, pasajeros varados ante la imposibilidad de viajar, pérdidas por la retracción del turismo. Otra notoria falta de cálculo, como lo fue haber validado el reclamo de los camioneros.
Nada idéntico, pero parecido. La estrategia de la "paciencia oriental" para ablandar o forzar una retirada del enemigo, expone a los aliados a pagar facturas cada vez más onerosas y alienta, entre quienes pueden, las prácticas del avestruz en los actos oficiales públicos. Derivaciones, al fin, de la táctica de la guerra prolongada.
El país no está de verdad paralizado, pero en más de un sentido luce como si lo estuviese. Ya se posponen decisiones de calibres diversos, consumos, proyectos e inversiones; salvo aquello que sirva para ponerse a resguardo de eventuales contingencias o sacar réditos financieros de oportunidad. En la economía por lo menos, las expectativas son un valor aceptado: ahora prevalecen, claramente, las menos propicias.
Al revés de lo que habría preferido, justo en esta época del año cuando suelen sobrar los dólares, el Banco Central pierde reservas en lugar de ganarlas. Ante una demanda también estimulada por la caída del tipo de cambio, busca a todo trance dar señales de que mantiene el control del mercado y de que está en condiciones de fijarle al dólar el precio que quiera. Jugar con el factor sorpresa, dar la impresión de que puede bajarlo más, desarmar juegos especulativos: así acierte, no deja de ser un plan costoso, de contingencia e impuesto por contingencias que no maneja.
Todo el mundo lo comenta, entre los especialistas. "Mayo fue un mes bravo, bravísimo en las primeras tres semanas. Hubo fuerte pérdida de depósitos y una fuga de divisas de al menos 2.500 millones de dólares. Y aunque en los últimos días la turbulencia aflojó, todavía persiste".
En lo que va de la crisis, los exportadores de granos liquidaron US$ 6.200 millones, o sea, hubo una oferta de divisas más que considerable. Una parte fue absorbida por los importadores, pero quedó un resto altísimo. Conclusión: se lo llevaron los grandes operadores, más lo que pudieron haber chupado de las reservas del Banco Central.
Perdidos en el intento por descifrar cada paso del poder político, hace semanas que los asesores de empresas prefieren poner el ojo a la actividad económica. Perciben que puede haber ingresado en una fase declinante, así las estadísticas oficiales, maquilladas, no lo vayan a admitir. Ven que comienzan a retraerse la demanda y las ventas: notan, en fin, un clima enrarecido. Y aun cuando hay desajustes que venían de antes, como la inflación, el actual escenario se parece bien poco al previo a la crisis con el campo.
Nadie se atreve a pronosticar, seriamente, si se trata de un fenómeno sólo transitorio o de un quiebre con proyección más larga. Lo cierto es que el "quieren enfriar la economía" dejó de ser un estilete esgrimido contra extraños y propios: el riesgo es que el crecimiento se ralentice, y en serio.
Por muy acertada que sea la pretensión de achacarle responsabilidades a los duros del bando contrario, lo que ha pasado y pasa pone entre paréntesis la pericia del Gobierno para manejar la situación. Visto como arrancó el conflicto y hasta donde llegó, algo parecido ocurre con la efectividad del modelo de núcleo cerrado, con el acierto en las decisiones y la capacidad para prevenir consecuencias.
A veces también puede ocurrir que ni siquiera se vean las obviedades más enormes. Cuánta importancia tiene por culpa de quién se tiran cuatro millones de litros de leche por día. Lo verdaderamente importante es que se tiren cuatro millones de litros de leche por día.
De tan insostenible que es, seguro que en algún momento se le encontrará una salida al conflicto con el campo. Claro que cuanto más se tarde mayores serán los costos y más trabajoso remontarlos. Vale bien poco, ya, el trofeo del ganador, para el caso de que alguien pretendiese que puede haberlo. Hay, eso sí, pérdidas.


