Según los resultados de una encuesta realizada por la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, las inversiones extranjeras directas (IED) experimentarán en el mundo, durante el período 2004-2007, una recuperación global, después de tres años de declive.
Los principales países receptores de esa tendencia en alza serán China, India y los Estados Unidos, seguidos por Tailandia, Polonia y la República Checa. A continuación figura México, que ocupa el primer lugar en América latina. Otros países de nuestra región que se perfilan como atractivos para la inversión directa son Chile y Brasil, que centran sus expectativas, en materia de recuperación de inversiones, en los productos metálicos, la minería, el petróleo y la agricultura.
La encuesta también revela que el mayor optimismo con respecto a las corrientes futuras de inversión está depositado en los países asiáticos. Casi el 90% de las opiniones consultadas cree que los flujos hacia la región aumentarán continuadamente hasta 2007.
El 77% de los analistas internacionales entrevistados estima una mejora de la inversión global para el bienio 2004-2005; el 14% piensa que los flujos permanecerán constantes, y sólo el 9% opinó que disminuirán. Un porcentaje aún mayor, que representa el 80%, espera que las corrientes de inversión continúen subiendo entre 2006 y 2007.
La Argentina, que durante los años 90 se encontraba entre los destinos más importantes de la región, no aparece entre las naciones que aprovecharán esta nueva ola mundial de inversiones extranjeras y ni siquiera ha sido mencionada por los expertos. La decisión, aunque dolorosa para los intereses del país, era absolutamente previsible a la luz de los parámetros y los análisis que los inversores internacionales suelen tomar en consideración a la hora de arriesgar sus capitales en otros territorios.
Todo proyecto de inversión requiere -mínimamente- conocer cuál será la tasa de retorno y cuál la rentabilidad prevista, términos de una ecuación que en la Argentina, por razones diversas, actualmente no son fáciles de calcular. ¿Acaso puede medirse el impacto de los costos laborales cuando la legislación específica se modifica de acuerdo con las exigencias o presiones sindicales? También la falta de previsibilidad en temas impositivos contribuye a la incertidumbre imperante, dado que la política tributaria no está definida con claridad y se va fijando, por lo general, de acuerdo con las necesidades ocasionales de un Estado que no hace grandes esfuerzos para reducir su gasto público.
La cuestión del respeto y el acatamiento a la seguridad jurídica ocupa un lugar privilegiado en el análisis de los inversores y aquí también nuestro país ofrece flancos débiles y vulnerables. Baste recordar lo acontecido en los últimos años, durante los cuales se pulverizaron contratos, se avasalló la propiedad privada y, fundamentalmente, se quebrantó severamente la confianza interna y externa al declararse el mayor default de la historia mundial.
No menos importantes son los aspectos vinculados con la falta de seguridad física, con el accionar impune de los grupos piqueteros, con la falta de independencia del Poder Judicial, con la falta de transparencia en el funcionamiento de organismos del Estado y, en definitiva, con la situación de anomia que se ha generalizado en el país. Sólo cuando se avizore que se empiezan a revertir estas tendencias negativas, la Argentina saldrá de la cuarentena en la que se encuentra y volverá a ser un territorio atractivo para recibir las inversiones que requiere para su desarrollo.


