En este contexto, el sector productor se consolida como uno de los grandes ganadores. Una combinación de factores convierte a 2025 en un año excepcional para los eslabones primarios: condiciones climáticas que, en términos generales, jugaron un rol clave para la producción a campo; un contexto macroeconómico más estable que comienza a incentivar la planificación de largo plazo; y, como corolario, un mercado con valores excepcionales para la mayoría de las categorías, lo que permitió recuperar rentabilidad en un escenario que aún continúa siendo desafiante en materia de costos.
Al analizar los valores de la hacienda en los últimos 20 años, se observan récords históricos en prácticamente todas las categorías. Medido en dólares, el precio del ternero de 160 a 180 kilos se ubica un 86% por encima del promedio del período 2005–2024; el del novillito liviano de hasta 390 kilos, un 56% por encima; y el del novillo, un 70% superior a dicho promedio.
Asimismo, en los últimos doce meses —medidos a noviembre— todas las categorías registraron aumentos superiores a la inflación. Mientras el Índice de Precios Internos al por Mayor (IPIM) mostró un incremento interanual del 22,5%, la hacienda presentó subas que promediaron entre 60% y más del 90% en el caso de los novillos.
En efecto, la semana pasada se conocieron los datos del último informe económico ganadero elaborado por la SAGPYA. De acuerdo con la información presentada, todos los eslabones de la cadena productiva —desde la cría hasta la invernada e incluso el engorde— mostraron márgenes brutos superiores a los del año pasado. Algunos segmentos, como la cría y el ciclo completo, registraron desempeños 54% superiores al promedio de la serie iniciada en 2011, un comportamiento pocas veces observado en un mismo ciclo ganadero.
En definitiva, el negocio ganadero exhibe números favorables en un contexto político que parece encaminarse hacia una nueva fase de reformas estructurales en materia impositiva y laboral. Este escenario conforma el marco de un cambio de época que comienza a reflejarse en las expectativas del sector.
Resulta particularmente virtuoso que esta mejora en las expectativas se dé en un año de buenos márgenes, ya que, en la medida en que esta fuente
genuina de ingresos se consolida y aumenta la confianza del sector, se generan mayores incentivos para la capitalización en hacienda, dando inicio a la tan esperada y postergada fase de retención.
Recordemos que, en los últimos años, el stock de vientres disponibles para reproducción ha caído de forma significativa, con una pérdida cercana a un millón de cabezas en apenas dos años. Si bien la cantidad de terneros logrados por vaca ha mostrado una leve mejora con el correr del tiempo, el número total de nacimientos continúa limitado por el tamaño del rodeo, que se ubica en poco más de 22 millones de vacas, según el último dato oficial. En efecto, la mayor zafra de terneros de los últimos 15 años se registró en 2022 —previo a la sequía— con 15,1 millones de cabezas, frente a una producción actual de 14,6 millones, es decir de 500 mil terneros menos.
En este sentido, un menor número de terneros disponibles al inicio del ciclo limita, lógicamente, la reposición a lo largo de toda la cadena de engorde, impactando posteriormente en la oferta de animales terminados para la industria y, por ende, en la disponibilidad de carne tanto para el consumo interno como para la exportación.
Sucede que este escenario de oferta restringida se ha encontrado, a su vez, con un mercado internacional sumamente demandado, con valores históricamente elevados. Esta situación obligó a la exportación a trasladar gran parte de esa mejora de precios al productor para asegurar niveles de abastecimiento que permitieran sostener la actividad.
No obstante, hacia el cierre del año, varias plantas frigoríficas —especialmente aquellas orientadas a la exportación— optaron por reducir su actividad, adelantando paradas anuales con el objetivo de mitigar los quebrantos acumulados.
Para la industria, en particular, la situación que revela este final de año plantea un desafío significativo de cara al próximo ciclo. Si los pronósticos se
consolidan, 2026 debería marcar el inicio de la tan esperada fase de retención, lo que tensionará aún más el aprovisionamiento de la industria y obligará a maximizar la eficiencia operativa en todos sus aspectos, desde la compra de hacienda hasta la elección de los destinos comerciales.
En definitiva, 2025 cierra como un muy buen año para el productor ganadero, aunque deja algunos aspectos menos favorables para los demás eslabones de la cadena, especialmente aquellos vinculados a la transformación y comercialización del producto final.
Si bien el ánimo general del sector de ganados y carnes es positivo, las decisiones de inversión de mayor relevancia aún aguardan la consolidación de una serie de reformas legislativas impulsadas por el Gobierno tras la renovación del Congreso, las cuales, por el momento, constituyen uno de los ejes centrales de la apuesta política para el próximo año legislativo.
Fuente: ROSGAN


