Durante demasiado tiempo concebimos al suelo únicamente como un soporte del cultivo. Hoy sabemos que es mucho más que eso: un complejo vivo que sostiene la biodiversidad, regula ciclos de agua y nutrientes y captura carbono, contribuyendo a mitigar el cambio climático. Cuando este entramado se degrada, no sólo se compromete la productividad inmediata, también se debilita la resiliencia de los sistemas agrícolas y se pierde la oportunidad de regenerar ecosistemas que nos garantizan alimentos sanos. En Argentina, esta degradación ya tiene números concretos: según un estudio del INTA, los suelos agrícolas han perdido entre 25% y 36% del carbono orgánico (COS) respecto de su condición prístina, y hoy funcionan en promedio al 46% de su capacidad potencial. 

Entonces, ¿cómo seguimos produciendo alimentos sin hipotecar nuestro futuro? La respuesta está en la agricultura regenerativa, un modelo que no se conforma con sostener, sino que busca recuperar lo que hemos degradado. Implica rediseñar el sistema productivo desde la raíz, poniendo al suelo —como complejo vivo— en el centro de la estrategia. A través de su restauración logramos aumentar la resiliencia de los sistemas frente a eventos adversos, reducir la dependencia de insumos externos y, en consecuencia, mejorar la rentabilidad a largo plazo.

Ahora bien, ¿cómo integramos este nuevo paradigma a un sistema productivo tan arraigado en lógicas tradicionales? Aquí es donde la biotecnología juega un papel fundamental, a través de programas nutricionales y fisiológicos que parten de una lógica distinta a la convencional. Su enfoque contempla una mirada 360° del sistema y busca optimizar la interacción suelo-planta en cada etapa del cultivo, desde la semilla hasta la madurez de la planta, optimizando sus procesos naturales para lograr raíces más sólidas, mayor eficiencia fotosintética, mejor uso de nutrientes y un cierre de ciclo equilibrado.

Y si durante el proceso ocurren imprevistos, como granizo, sequías, aplicaciones inadecuadas u otros factores de estrés, también existen estrategias de rescate que ayudan a la planta a regenerar tejidos, equilibrar respuestas hormonales y acelerar la recuperación. En definitiva, la regeneración no es un momento puntual, sino un camino que se construye paso a paso a lo largo de toda la vida del cultivo.

Este nuevo enfoque va más allá de las prácticas técnicas: implica una transformación cultural y sistémica. Supone integrar nuevas voces, ya sean empresas, investigadores, instituciones y consumidores, y reconocer que los productores y asesores no son meros ejecutores de recetas, sino protagonistas activos de un cambio necesario. Un cambio que requiere asumir que la agricultura del futuro no se construye solo sobre rendimiento, sino también sobre resiliencia, diversidad y compromiso con las próximas generaciones.

Por Matías Lopresto, socio y Director de Marketing de Biofilm