Es cierto que la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), disminuyó su estimación sobre la producción de soja en el país.

En su informe mensual, la estimación pasó de 52 a 49,50 millones de toneladas.

La reducción, obviamente, se debe a la ola de calor y la debilidad de lluvias que, desde mediados de enero hasta los primeros días de febrero, azotaron la región agrícola.

Las precipitaciones registradas entre el 7 y el 14 de febrero lograron revertir, en parte, los daños. Pero, sólo en parte.

Sin embargo, de acuerdo a nuestra opinión, es muy probable que la caída en la producción sea mayor. Arriesgamos a predecir un volumen de cosecha próximo a 47 millones, más que nada por los perjuicios ocasionados sobre las sojas de primera.

Para colmo, los cultivos sufren el ataque de arañuelas, trips y chinches. Y, por su control, los costos se incrementan.

Con relación a la principal zona productora, la región núcleo, se estima que alrededor del 35% de los lotes de soja de primera se encuentra en la fase de llenado de granos. Y aproximadamente el 20% de la soja de segunda se halla en el comienzo de formación de vainas.

El cuadro para el productor es harto difícil. Es muy distinto a lo que la gente común cree y muy diferente al existente a mediados de diciembre, luego de la devaluación.
La rentabilidad del agricultor cuelga de un hilo y la posibilidad de quebranto es alta. Todo depende de la cuantía de la cosecha.

Desde ese mes, el precio ha evolucionado en baja, casi permanentemente. No solo en Chicago. También en el país. Y, con los derechos de exportación la bajante se nota más.

Y simultáneamente, el productor sufre un incremento en los costos, tanto de transacción como de procesamiento, que en muchos casos llega al 100%.

El gasoil como insumo central, sobre todo al momento de la cosecha y del transporte ha sufrido un aumento de precio alarmante. En tanto el de la soja no ha hecho otra cosa que caer.

El humor en el campo es diametralmente opuesto al de fines del año pasado. Y con mucha razón.