La aplicación de políticas, que emparchan los agujeros negros de la economía, prácticamente asegura un cambio radical en la actual tasa de devaluación del peso.

Con la actual estructura de precios relativos, disparatada, donde los servicios como la energía eléctrica y el gas central resultan ser más baratos que cualquier cosa, donde exportar lo que sea no tiene mayores posibilidades, y por ende el saldo de la balanza comercial tiende a cero, donde viajar al exterior es más conveniente que hacerlo por el interior, no parece posible que el tipo de cambio quede sin mayor alteración.

La realidad es que el gasto público ha aumentado cerca del 35% en los primeros ocho meses del año y el déficit fiscal se ha duplicado tan sólo en un año por lo que el año 2016 no tiene sustentabilidad si no se provoca una modificación radical que traería una fuerte contracción del consumo y de la economía en general.

Una devaluación en términos reales, dada la historia económica argentina, provocará un fuerte aumento en la inflación, con licuación de pasivos.

Para reducir o eliminar el déficit fiscal, los precios regulados deberán volver a los niveles que el mercado establece. Por lo tanto, las tarifas de los servicios públicos en el área metropolitana, que en su mayoría, tienen subsidios deberían aumentar.

Aunque ninguno de los candidatos a presidente quiere decirlo con claridad, al menos hasta después de los comicios nacionales, la verdad es que el país camina sobre un flan que, a medida que transcurre el tiempo, más blando se hace.

En este contexto, resulta lógico apostar a un cambio que al menos devuelva la competitividad perdida al agro. Obviamente, no sabemos cómo será. Ni cuán traumático, ni cuán fuerte…