En agosto de 1992, el mínimo no imponible para un trabajador soltero sin cargas de familia le alcanzaba para comprar 1645 kilos de pan francés o 3607 litros de leche fluida o 525 kilos de asado, según los precios promedio mensuales relevados por el Indec, que por entonces era creíble, no sólo para el FMI. Lo que es mucho más importante: era creíble para los propios argentinos y nadie andaba buscando mediciones privadas alternativas.

En 2006, cuando ya estaba en plena marcha el "modelo inclusivo de matriz diversificada" o como sea que lo definan las autoridades, la entonces ministra de Economía Felisa Miceli, decía que la palabra "ajuste" había sido desterrada para siempre del vocabulario de los argentinos.

Pero entonces, el mínimo no imponible del país que crecía a tasas chinas y distribuía en favor de los asalariados, sólo alcanzaba para que un trabajador soltero y sin cargas de familia comprara 743 kilos de pan o 1192 sachets de un litro de leche o 219 kilos de asado. Es decir, ganando mucho menos que en 1992, en 2006 se lo consideraba "rico" y pasible de sufrir un impuesto a los "altos ingresos", según la definición que usó hace pocos días la presidenta Cristina Kirchner.

Siguiendo el ejemplo, se pagaba el impuesto a partir de un ingreso 55% inferior en términos de pan francés, 67% más bajo en términos de leche o reducido 58% en términos de capacidad de compra de kilos de asado.

¿Cómo es la situación hoy? Si se toman los precios más bajos que se encuentran en el área metropolitana, porque los del Indec son imposibles de encontrar, el resultado es digno de la saga de una película poco feliz: "El ajuste continúa".

El mínimo no imponible que anunció Cristina Kirchner alcanzaría hoy para que un soltero sin cargas de familia adquiera unos 868 kilos de pan, apenas un poquito mejor que en 2006 y tomando como base un kilo de francés a ocho pesos. Los lectores sabrán qué calidad consiguen por ese valor, si es que lo encuentran, porque lo más corriente es que no se consiga un pan medianamente comible por menos de diez.

En términos de leche, serían 1475 litros, menos de la mitad que en 1992 y apenas un poco mejor que en 2006, después de destruir la actividad con políticas que supuestamente defendían "la mesa de los argentinos". Si se quería defender el derecho de los argentinos a comer, ¿por qué se gravan más los salarios en términos de poder de compra de alimentos?

Si de comprar kilos de asado se trata, el mínimo no imponible anunciado por Cristina Kirchner representa unos 158.

LO PEOR ESTÁ POR VENIR

Si éstas parecen malas noticias, conviene prepararse para las peores. La primera es que los precios de referencia para hacer los cálculos son actuales, mientras que el mínimo no imponible bajará sólo en marzo. Hasta entonces, la presión impositiva es todavía mayor. Y seguirá alta, porque nadie espera que para marzo pan, carne y leche sean más baratos, sino todo lo contrario.

Para colmo, si se le quiere creer a Moreno y al Indec, los cálculos también dan mal. Por ejemplo, el mínimo no imponible que Cristina Kirchner anunció dos meses antes de que empiece a regir significaría en términos de sachets de leche sólo 2775, si se lo consigue a los fantasiosos precios del organismo criticado por el FMI. Es decir, incluso con los $ 2,5 por litro el mínimo no imponible alcanza para comprar 23% menos que en 1992.

Si se consigue pan francés a $ 3,8 el kilo o asado a $ 12,5 todas las veces que se lo quiere comprar y resulta ser que ambos resultan comibles y satisfactorios como los que medía el Indec en 1992, entonces se está apenas un poquito mejor.

Pero ya se sabe que al Indec no le cree ni siquiera el Gobierno, que ha admitido ante el FMI que debe reformular su modo de medir, que como decía la mujer protagonista del dicho campero "da risa y da rabia". Ante argumentos como éstos muchos dicen: "Comparan con los 90 y ya todos sabemos cómo terminó esa historia". Pues entonces, si el argumento es que la convertibilidad terminó mal porque los asalariados ganaban mucho en términos de bienes o porque a los asalariados se les cobraban muy pocos impuestos por su trabajo o por ambas razones, deberían decirlo. Mientras, las rentas financieras y por la compraventa de títulos valores siguen exentas de ganancias. Y se permite que jubilados y pensionados de privilegio, como la Presidenta, sigan cobrando sus beneficios mientras cobran jugosos salarios públicos. Y el Gobierno se financia además con el peor de los impuestos a pobres y trabajadores, que no es otro que la inflación.