Paradojas de la vida. La Argentina celebra sus 200 años de historia como país y proyecto común y, lejos de encontrarnos unidos y animados, el momento nos encuentra divididos, enfrentados y recelosos unos de otros por lo que decimos o, incluso, pensamos.
Cualquier hacer o decir es motivo de peleas, acusaciones y distanciamiento, y sentimos que la grieta entre nosotros se agranda y nos atormenta caer en ella.
Festejo triste; realidad preocupante. ¿Hemos llegado al final de nuestro proyecto común? ¿Cuánto más se soporta tanta distancia y crispación mutua?
Se oyen muchas voces que apelan a redoblar apuestas; a imponer un discurso sobre el otro y hacerlo sin límites, para que el pueblo -rehén y víctima del drama- tome postura a favor de uno o del otro. Actitud macabra, drama que continúa.
Seamos audaces y busquemos por otro lado la salida de este laberinto que nos tiene encerrados desde hace tanto tiempo.
Creo en el poder de los sueños compartidos. Proporcionan la cura para corazones sufrientes y solitarios. Creo que una buena causa no puede perecer; no sin al menos volver a intentarlo.
El diagnóstico luce preocupante: tenemos enferma nuestra alma. Para eso no hay cirugía ni antibióticos de fácil aplicación. Para curar el alma de los argentinos se requiere un tratamiento personal, íntimo y profundo. ¿Estamos listos para el esfuerzo? ¿Por dónde empezar? Ante la desazón y los miedos, propongo lo que todos hacemos en nuestras vidas privadas: busquemos el silencio y la calma.
Dejemos de hablar: que pare el ruido y podamos oír nuestro corazón. ¿Qué nos pasó que llegamos a este punto, qué ofensa tan profunda cometimos para encontrarnos así?
Para este aniversario regalémonos una nueva oportunidad. Yo voto por renovar las promesas que nos hicimos de jóvenes -cuando nos conocimos- prometiéndonos un futuro de trabajo y prosperidad. Y recordemos cuando en ese pasado -no tan lejano- veíamos que si bien las dificultades eran muchas, la fuerza del sueño común hizo fácil su logro.
Aún somos jóvenes y nos sobran las ganas y energías. Estamos a tiempo de recuperar el tiempo perdido. Bajemos la cabeza; pidamos perdón por lo que nos hicimos, por lo que callamos, por tantas ofensas de más. Por no haber sido más generosos a la hora de la adversidad o más sabios en los momentos de prosperidad.
Que se callen las acusaciones y sólo se oigan nuestras disculpas. No será un grito, tan sólo un murmullo, un susurro, una insinuación. Pero será un nuevo comienzo, un nuevo amanecer que nos encontrará unidos nuevamente, reconciliados, tal vez de la mano para avanzar juntos hacia donde el destino nos lleve. La vida nos ofrece una nueva oportunidad. La tormenta pasará y el sol volverá a brillar para todos. También para nosotros.
Sólo debemos recuperar aquellos sueños de nuestra infancia que nos permitieron vivir una vida juntos: libertad, progreso y justicia para todos los habitantes de buena voluntad de este mundo que quieran habitar nuestras tierras.
En 2016 volveremos a celebrar nuestro vínculo fraterno; puede ser una fiesta inolvidable de reconciliación. No parece una mala idea. ¿Nos damos la oportunidad?


