Alentar un mayor desarrollo tecnológico para aumentar la producción por hectárea y minimizar --en lo posible revertir-- los procesos de degradación de los recursos son los objetivos que pueden atemperar los efectos de las prácticas de manejo a largo plazo sobre las propiedades químicas del suelo.
Para este último aspecto es fundamental el conocimiento del impacto que producen las diferentes prácticas agronómicas sobre la calidad del suelo, agua y aire.
Las propiedades químicas, físicas y biológicas del suelo determinan su calidad o capacidad de funcionamiento, las que requieren numerosos estudios de largo plazo para entender cómo se modifican.
A estas conclusiones se arribó tras el taller organizado por los integrantes del Comisión Química de Suelos de la Asociación Argentina de la Ciencia del Suelo, integrado por el doctor Juan Alberto Galantini, quien es el presidente; M.Sc. María Rosa Landriscini, y M.Sc. Liliana Suñer, secretarias, junto a representantes del Cerzos y del Departamento de Agronomía (UNS).
Como resultado del encuentro se elaboró una serie de pautas para optimizar los estudios a largo plazo, teniendo en cuenta algunos detalles del diseño estadístico, de la periodicidad y metodología del muestreo, de las propiedades químicas a analizar, así como del procesamiento posterior de los datos obtenidos.
Dicho material será presentado durante el XXIII Congreso Argentino y XIX Congreso Latinoamericano de la Ciencia del Suelo, a desarrollarse en Mar del Plata, del 16 al 20 de abril venideros.
Donde los cambios son más complejos
La actividad agropecuaria modifica el ambiente natural, ya que produce cambios tanto en la vegetación y su relación con el resto de los organismos, como en el suelo. Es allí donde los cambios son más complejos y sus efectos se manifiestan en el corto, mediano y largo plazo.
Los cambios rápidos son fáciles de detectar, se pueden estudiar de manera más simple y sus efectos pueden llegar a atenuarse con prácticas correctivas. Sin embargo, los efectos a largo plazo son mucho más difíciles de detectar, ya que son pequeños cambios que suceden casi imperceptiblemente y se ven con el paso de los años.
Son más difíciles de estudiar porque requieren muchos años de monitoreo y evaluación, y bajo condiciones que no siempre son las mismas, ya que los sistemas productivos van evolucionando. Por ejemplo, los genotipos utilizados en la actualidad son diferentes a los del siglo pasado, los insumos fueron aumentando y variando, y las prácticas de manejo se fueron modificando.
Algunos de los cambios a largo plazo más estudiados han sido:
* La pérdida de materia orgánica del suelo. Un indicador importante de
conocer, ya que es un elemento clave dentro del suelo que influye sobre la
relación suelo-planta-agua-atmósfera, íntimamente ligada a la calidad ambiental
y a la fertilidad del suelo.
* La acidificación de los suelos, ya que no solo modifica el ambiente en el que
se desarrollan todos los organismos del suelo, sino que también tiene un fuerte
impacto sobre la disponibilidad de los nutrientes.
* La pérdida de nutrientes del suelo, consecuencia de menores aportes de
fertilizantes que las extracciones realizadas con las cosechas (sean grano o
pasto), lo que modifica los equilibrios y la disponibilidad para los cultivos.
* Cambios en la densidad aparente edáfica que influye sobre el crecimiento de
las raíces y modifica la dinámica del agua en el suelo.
Todos estos estudios tienen la particularidad que requieren mantener un sistema productivo en forma controlada para obtener abundante información durante muchos años.
Los ejemplos clásicos de los estudios a largo plazo son los iniciados entre 1843 y 1856 en Rothamsted, Inglaterra, y los iniciados en 1876 en las parcelas Morrow de Illinois; Estados Unidos, los que aún hoy continúan.
Tantos años de información representan un patrimonio fundamental para el conocimiento de los sistemas productivos.
En nuestro país los ejemplos son mucho más recientes, pero parcelas en Estaciones Experimentales del INTA en el Chaco (con más de 40 años), en Marcos Juárez, Pergamino, Balcarce, Bordenave o Hilario Ascasubi permiten conocer los impactos de la actividad del hombre en el tiempo.
Este conocimiento brinda una sólida base para generar las medidas necesarias para mejorar nuestra relación con el ambiente.
Para este tipo de experiencias es fundamental el compromiso de las instituciones y los investigadores, además del apoyo de la sociedad.
Es importante valorar los esfuerzos realizados, mayoritariamente por el INTA
y las Universidades, pero es mucho más importante que de esas experiencias
surjan conclusiones que mejoren nuestra calidad de vida. Para ello, no solo hay
que tener las parcelas experimentales y aplicar todo el conocimiento para
obtener la mayor información posible, sino que también es importante poder
transferir esos resultados a todos aquellos que lo necesitan.
Las claves
* Entre el 93 y 99% del alimento que consume la población del mundo deriva
del cultivo del suelo.
* En base a los datos de población y superficie agrícola mundiales, existen 0,20
hectárea por persona: una quinta parte de una manzana para satisfacer las
necesidades de una persona.
* A nivel mundial, los procesos de degradación de los suelos afectan a más del
45% de la superficie cultivada, lo que se traduce en una reducción de su
capacidad de producir o queden fuera del circuito productivo que, sumado a la
expansión de las ciudades, hace que esa quinta parte de una hectárea disponible
tienda a ser menor.
Trabajo en equipo
Además de Juan Galantini, Landriscini y Suñer, de la reunión con los integrantes del Comité Química de Suelos de la Asociación Argentina de la Ciencia del Suelo coordinaron las mesas de trabajo M.Sc. María de la Mercedes Ron (UNS) y M.Sc. Ana María Lupi (INTA Castelar), actuando como secretarios M.Sc. Gabriela Minoldo (UNS) y Ing. Agr. Matías Duval (UNS-Agencia).
Colaboraron en las diferentes actividades Juan Manuel Martínez, Julio O. Iglesias, Rita Canelo, Fernando López, Simón Lorenzo, Daiana Huespe, Karen Pitz y Cecilia Costantino.
En el taller participaron investigadores y técnicos de diferentes puntos del país, como Azul, Bahía Blanca, Balcarce, Buenos Aires, Bordenave, General Villegas, Hilario Ascasubi, Manfredi, Miramar, Río Cuarto y Tres Arroyos, entre otros.
El doctor Galantini es investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC, BA), desarrolla sus actividades en el CERZOS (UNS-CONICET) y el Departamento de Agronomía de la UNS.


