Ni Mario Das Neves ni Cristina Kirchner pudieron mostrarse triunfantes, tal
como ambos habían pronosticado en los días previos. Lo único palpable era la
idea creciente en el peronismo disidente de que las cosas, tal como están en la
oposición, no pueden durar mucho más tiempo. Una corriente no menor de ese
peronismo no kirchnerista (entre sus dirigentes figura Felipe Solá) apuraba ayer
un acercamiento a Mauricio Macri. Ellos creen que la candidatura presidencial
del jefe capitalino es la única que va quedando en condiciones de enfrentar al
gobernante kirchnerismo.
El triunfo de Das Neves fue demasiado módico para un político que gobernó su
provincia durante ocho años, que venía siendo halagado por las encuestas y que
no se dejó seducir por proyectos de continuidad que hubieran requerido de un
cambio constitucional. Debió enfrentarse -es cierto- con la constatación
irrefutable de otras mediciones de opinión pública.
En el norte del país y en la Patagonia es donde la Presidenta cuenta con los
mejores índices de imagen positiva. Catamarca y Chubut están en esas geografías
donde Cristina Kirchner tiene aún el poder de dar vuelta una elección. Das Neves
empezó la campaña convencido de que su candidato, Martín Buzzi, ganaría por más
de 15 puntos, pero llegó al domingo de elecciones con la seguridad de que su
triunfo marcaría una diferencia de entre cinco y diez puntos con el kirchnerista
Carlos Eliceche. Ganó, al final, por menos de un punto. Digan lo que digan, la
pelota estuvo vacilando entre un bando y otro, y cualquiera pudo ganar y perder.
El gobierno nacional se preparaba para arrasar al peronismo disidente en Chubut
y varios de sus voceros hicieron trascender que la victoria de su candidato
sepultaría a Das Neves por más de diez puntos. Tampoco eso sucedió. El peronismo
kirchnerista y el peronismo disidente quedaron más cerca de un empate técnico
que de triunfos y derrotas. Sin embargo, el gobierno nacional está en
condiciones de mostrar que pudo hacer mucho, en muy pocos días, frente a un
gobierno provincial largamente consolidado.
¿Qué sucedió, entonces? Más allá de las cuestiones locales, la experiencia
indica que, en un año de elecciones presidenciales, un porcentaje de la sociedad
vota también por proyectos nacionales. El gobierno nacional tiene una candidata
(una sola candidatura, no dos), una idea de país y un equipo de campaña que
funciona mejor que el equipo de gobierno. Esa era la estrategia de Néstor
Kirchner cuando imaginó la reforma de la ley electoral, que la oposición y la
nueva relación de fuerzas parlamentarias, tras las elecciones legislativas de
2009, no advirtieron ni intentaron modificar nunca. Una oposición condenada a
dirimir sus fórmulas el 14 de agosto, dos meses antes de las elecciones
presidenciales, debe enfrentarse, así las cosas, con un gobierno en campaña
permanente desde diciembre del año pasado.
El peronismo disidente quedó herido en la noche patagónica de anteayer. Sólo
podía consolarse con una comparación: el radicalismo había resultado más herido
todavía, una semana antes, en Catamarca. Es un consuelo muy modesto para quienes
pretenden ocupar la oficina presidencial en lugar de Cristina Kirchner a partir
del próximo diciembre. "Esto no puede durar así un día más", deslizó entre
susurros Graciela Camaño, pese a su habitual reserva para diagnosticar los males
que aquejan al peronismo disidente. Camaño tiene un compromiso fundamental con
Eduardo Duhalde.
El propio Das Neves dejó entrever ayer que se bajaría de la interna entre los
disidentes, en la que competiría con Duhalde y Alberto Rodríguez Saá; esa
interna tendrá en la Capital su primer capítulo dentro de un interminable
calendario de elecciones regionales. "Esa interna está ya en terapia intensiva",
avanzó Felipe Solá. El gobernador chubutense no se bajó, en cambio, de su
precandidatura presidencial.
Sea como fuere, es difícil imaginar una candidatura presidencial, según las
encuestas de ahora, entre los actuales precandidatos del peronismo disidente.
Una franja de ellos empezó a acelerar los trámites de una alianza con Macri, que
nunca descartó, en reserva, la necesidad de una coalición con el peronismo
disidente. "Una mayoría de la sociedad cree que el peronismo garantiza el
control del poder y no podemos ignorar eso", les dijo hace poco a sus amigos
políticos. Felipe Solá les anunció ayer a otros peronistas que se predispone a
iniciar de inmediato negociaciones con Macri.
Catamarca y Chubut han mostrado también a gobiernos locales antikirchneristas
debilitados por nuevas alianzas opositoras enhebradas por el kirchnerismo. El
caso de Catamarca es muy claro: Brizuela del Moral no perdió casi ningún voto
con respecto a las elecciones que lo habían hecho gobernador cuatro años antes.
Sucedió, sin embargo, que el peronismo kirchnerista sumó a Ramón Saadi, que
controla entre el ocho y el diez por ciento del electorado catamarqueño.
Fue una mala alianza ideológica, y hasta estética, pero le permitió al
oficialismo marcar la diferencia que le faltaba para condenar a los radicales a
la derrota. Algunos radicales importantes están apurando también la
reconstrucción del Acuerdo Cívico y Social que los llevó en 2009 a un empate
nacional con el kirchnerismo. La única negociación complicada es la que deberán
hacer con Elisa Carrió, pero ésta no ha cerrado sus puertas a un eventual
acuerdo.
La propia Cristina Kirchner debería reflexionar sobre lo que sucedió en
Catamarca y en Chubut. El clima político que se creó a partir de los dos últimos
domingos le es propicio, aunque ambas provincias sólo expresan a menos del dos
por ciento del electorado nacional. La esperan, seguramente, nuevo triunfos
provinciales en Salta y en Tierra del Fuego, donde se harán las próximas
elecciones provinciales, otra vez en el Norte y en la Patagonia.
El otro lado de la luna indica que son los gobiernos las principales víctimas
electorales, sometidos siempre a los vaivenes de última hora y a la condición
imprevisible de la política. Das Neves y Brizuela del Moral creían que habían
ganado antes de hora sus respectivas elecciones. No fue así. Uno perdió y al
otro lo salvó una dosis mezquina de suerte, pero suerte al fin. El "ya ganamos"
kirchnerista es un contrasentido de cualquier gobierno que se prepara para un
atolondrado domingo de elecciones.


