La transmisión de semejante convicción es parte de una estrategia electoral. Cuando gran parte de la ciudadanía está persuadida de que una elección está definida antes de la movilización hacia las urnas, las probabilidades de polarización tienden a disminuir. El votante no oficialista elige a un candidato opositor por convicción y no opta por aquel que percibe con más chances de arrimarse al favorito. Ocurrió en los comicios de 2007, cuando Cristina Kirchner, con algo más del 45 por ciento, aventajó ampliamente a Elisa Carrió (23%) y a Roberto Lavagna (16,9%).
En cambio, si el candidato oficialista genera dudas sobre su triunfo, la teoría del voto útil hace furor y favorece al candidato opositor que más cerca está de quien lidera las encuestas. No es el caso actual; entre otras cosas, porque la oposición aún no resolvió sus candidatos definitivos.
Quienes pretenden presentar hechos consumados a siete meses y medio de la hora de las urnas deberían analizar el elevado nivel de volatilidad de la opinión pública argentina, para lo cual basta reseñar la evolución de la imagen positiva de Cristina Kirchner desde que llegó a la Casa Rosada, tomando datos de las consultoras Poliarquía y Management & Fit. Allá por diciembre de 2007, exhibía un 55% de buenas opiniones, las que dos años después cayeron al 23%, para subir tras la muerte de Néstor Kirchner hasta el 56% y descender al 45% el último mes.
Los opositores a la Presidenta buscarán convencer al resto de que la tendencia es declinante para el oficialismo en función de la caída en la imagen presidencial de los últimos tres meses. Los seguidores de Cristina Kirchner, en cambio, enfatizarán el fuerte crecimiento exhibido desde su peor momento, tras las elecciones legislativas de 2009.
Determinar la tendencia implicará recorrer un largo proceso hasta octubre, en
el cual será clave lo que se haga o se diga, desde el Gobierno y desde la
oposición, ante los dos grandes problemas de la opinión pública: la inseguridad
y la inflación.
El problema de la inseguridad fue reconocido por el Gobierno al crear un
ministerio tras los episodios de violencia social de diciembre. Sin embargo, la
admisión del problema no fue acompañada de soluciones. Al mismo tiempo, quedaron
en evidencia no pocas diferencias dentro del oficialismo sobre cómo enfrentarlo.
Claro que este hecho no afectará tanto las chances electorales del kirchnerismo
si la ciudadanía tampoco percibe soluciones en la oposición.
La inflación trae un inconveniente adicional para el Gobierno. Es el hecho de que éste se niega a reconocerla como problema. Y cuando algún funcionario atina a darle entidad, el debate se orienta a buscar culpables fuera del Gobierno. En el diagnóstico oficial, las razones de la inflación se asocian con la acción de grupos monopólicos u oligopólicos, empresarios angurrientos que quieren quedarse con todo, a los que sólo se puede combatir con el garrote de Guillermo Moreno. Del porcentaje de ciudadanos que compren esa argumentación dependerá el mayor o menor grado de erosión del apoyo al Gobierno.


