Ahora, sin Kirchner, Cristina empezó a gobernar. Esto es, empezó a afrontar
la dificultad. Su tragedia personal, que operó como un generador de apoyo
genuino y extendido, pareció derivar, al menos en este primer ensayo, en lo que
más se temía. Sin la turbulenta usina de decisiones que era Kirchner, el
Gobierno reaccionó tarde y mal. Y sigue sin encontrar el rumbo.
La Presidenta eligió el camino del encierro en su círculo íntimo y la
ideologización rudimentaria. Repartió castigos y algún premio, disparando una
módica crisis entre sus ministros, aún abierta. Y ella y sus funcionarios se
mostraron, en estos largos días, como ausentes de la realidad, enfrascados en un
mundo propio donde la búsqueda de ventaja política asomó más importante que la
solución al drama humano y social que se despliega en el Parque Indoamericano.
Quienes, ante la desaparición de Kirchner, auguraban un repliegue de Cristina
sobre lo que ella llama “kirchneristas de paladar negro”, hoy pueden pasar a
cobrar sus apuestas. Esa forma de kirchnerismo no incluye, necesariamente, la
condición peronista. Por el contrario, dos de los hombres más desgastados por la
sucesión de equivocaciones son peronistas de toda la vida: el jefe de Gabinete,
Aníbal Fernández, y el ministro de Justicia, Julio Alak. Alrededor de ellos,
sorpresivamente, florece cierta curiosa forma de solidaridad de peronistas
federales que desde hace tiempo venían oponiéndose a Kirchner.
Según fuentes oficiales, en el actual grupo dominante sobresalen como cabezas
visibles el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini y el jefe de la
Secretaría de Inteligencia, Héctor Icazuriaga. Son dos “pingüinos” que
acompañaron a los Kirchner desde los lejanos años patagónicos.
Como aliados funcionales operan desde los principales dirigentes de derechos
humanos, empezando por Hebe de Bonafini y su bien lubricada estructura, hasta el
infatigable Luis D’Elía.
En el juego de intrigas y sospechas que ahora atraviesa al Gobierno, ayer se
daba como muy deteriorada la posición de Francisco Larcher, número dos de
Inteligencia, virtual jefe operativo de esa secretaría y dueño de una autonomía
que quizás terminó por incomodar a Icazuriaga.
La decisión de quitarle el control real de la Policía Federal a Aníbal y la
formalidad jurisdiccional a Alak fue el castigo a ambos por haber cumplido una
orden judicial y enviar a los policías a desalojar el predio. Las imágenes de
represión, que sólo la prensa independiente mostró mientras la propaganda
oficialista las escondía prolijamente, detonaron la crisis interna. Bajo la
precaria idea de un orden logrado por efecto mágico al solo influjo del carácter
supuestamente popular del Gobierno, despreciadas las herramientas de la
negociación y de la acción siquiera disuasoria de las fuerzas del Estado, el
núcleo duro del Gobierno, en exacta sintonía con la Presidenta, impulsó el
retiro de la Federal del parque ocupado y consagró la virtual vía libre, casi la
incitación, a los choques trágicos entre vecinos y ocupantes.
Anunciado ya el vaciamiento de su poder y la consagración de Nilda Garré como
nueva ministra de Seguridad, Aníbal y Alak debieron seguir poniendo la cara y
justificar las acciones contrarias a su decisión original. Esa humillación extra
puede anotarse como el derecho que se cobran los vencedores y el ejemplo que se
pretende dar a quienes piensen en oponerse a ellos.
Ya se contó que la creación del nuevo ministerio y la apurada entronización
de Garré tomaron por sorpresa a los propios involucrados, que se enteraron de su
degradación casi al mismo tiempo que el común de los ciudadanos. No fueron los
únicos: ministros y gobernadores que aguardaban el viernes el comienzo del acto
en la Casa Rosada, reunidos en un salón del Ministerio del Interior junto a
Florencio Randazzo, acudieron a la convocatoria sin saber qué se diría. Cuando
preguntaron por Cristina, en esa antesala, recibieron una escueta respuesta:
“está reunida con Nilda”. ¿La nueva ministra se habrá enterado allí de su nuevo
destino, minutos antes de que fuera anunciado? ¿Fue de ella la decisión de
iniciar una purga que quizás le cueste el puesto al comisario general Néstor
Valleca, jefe de la Federal desde hace seis años, con Kirchner presidente?
El destrato también impactó en los kirchneristas porteños. Ellos, que llevan
la pelea contra Mauricio Macri, vieron ayer confirmados sus temores: el ministro
Amado Boudou, después de su frustrado experimento político en la Provincia,
anunció desde París que pretende ser el próximo candidato a Jefe de Gobierno en
la Capital.
Boudou cuenta con el favor de la Presidenta y además, o justamente por eso,
ha tejido buenas relaciones con Zannini y con Julio De Vido, otro integrante del
kirchnerismo original.
El perjuicio les cae encima a los que venían trabajando para repetir la
candidatura de Daniel Filmus, que ya obligó a Macri a ir a una segunda vuelta en
2007. Ese armado es parte de un movimiento interno más amplio, expresado en la
línea interna La Corriente, donde se anotan entre otros el ministro Carlos
Tomada, el jefe de los diputados K Agustín Rossi y el ex canciller Jorge Taiana.
Ellos pretenden disputar desde el peronismo los espacios de poder kirchneristas.
No les va a resultar sencillo, como puede verse.
Boudou de peronista no tiene nada y su credo liberal lo distancia del núcleo
duro que rodea a Cristina. Pero a todos los une la disputa contra el aparato
peronista. Hasta el gobernador Daniel Scioli, referente justicialista aún más
allá de la Provincia, ya experimentó el tipo de castigo que estos cruzados
aplican.
Con excepción de funcionarios del Gobierno que insisten con explicaciones al
borde de lo patético, y de los dirigentes porteños que le pegan duro a Macri por
su innegable cuota de responsabilidad en los tristes sucesos de Villa Soldati,
el resto del kirchnerismo se mantiene en un silencio clamoroso.
“Esto es absoluta responsabilidad de Macri, pero nosotros estamos prisioneros
de no criminalizar el reclamo social y nos olvidamos que la gente nos reclama
poner orden en el espacio público”, dice un diputado de kirchnerismo indudable y
acostumbrado a meter los pies en el barro del Gran Buenos Aires. No es el
ejercicio que suelen hacer los que deciden desde la burbuja.
En la Provincia la reacción gubernamental es diferente. La situación en el
predio ocupado ayer en Bernal estaba siendo atendida por el intendente de
Quilmes, el ministro de Desarrollo Social y la policía bonaerense. Es el tipo de
respuesta ante intrusiones que son mucho más habituales que las que aparecen en
los medios, pero que tienen un desarrollo acotado y un trámite por lo general
expeditivo.
“Los que estamos en el territorio somos nosotros. Pero desde que murió Néstor
la política quedó congelada”, se lamenta el legislador.
Una semana de incidentes y terror en Villa Soldati, de errores políticos
groseros y retrocesos como el haber tenido que mandar a la Gendarmería después
de retirar a la Policía Federal, parecen haber hecho olvidar a cierta dirigencia
kirchnerista que hace apenas un par de semanas Cristina perforaba el techo de su
imagen en las encuestas y les prometía un camino firme hacia la victoria
electoral.
Hoy aquellas certezas están puestas en cuestión. La inquietud les va creciendo junto con el torpe manejo y la falta de solución a la crisis que empezó en Villa Soldati y se extiende a otros puntos del área metropolitana. Nunca pensaron que tan rápido iban a extrañar tanto a Kirchner.


