Siempre en tono belicoso. Crisparon al país fomentando antagonismos. Ahora que hay un muerto, se preguntan quién es el autor intelectual de la violencia. ¿Es necesario pronunciar los nombres de dichos autores?
La forma en que los Kirchner han practicado la política -un duelo, una batalla siempre absoluta- sólo lleva a estas encrucijadas. Quien siembra vientos, dice la Biblia?
Primero, los enemigos de los Kirchner fueron los productores agrarios, luego, en general, todos los hombres del campo, tanto estancieros como peones; después, las clases medias urbanas, que desde hace tiempo no los votan; después, la oposición en general; después, los editores y periodistas; más tarde, los jueces? Así, el kirchnerismo quedó reducido a lo que es hoy: un partido de Estado. Un esqueleto de funcionarios, regado con los recursos del presupuesto, pero cuyo vínculo con la sociedad es cada vez más tenue.
El Gobierno ha diluido al Parlamento hasta hacerlo prácticamente inexistente. Negando el quórum y mediante otras chicanas reglamentarias en las cuales son maestros algunos legisladores del kirchnerismo, la vida política argentina parece haberse olvidado del Congreso.
Fue un diseño deliberado: la política para los Kirchner existe en los discursos de la Presidenta, a razón de uno o dos por día, y en la reiteración incesante de esta jerga, a través de múltiples reprogramaciones.
Y la política, para el Gobierno, se hace en la calle. Para conservar la calle, el Gobierno confiaba en la CGT. Pero la calle es peligrosa.
La alianza del kirchnerismo con la CGT de Hugo Moyano ilustra el oportunismo oficial. En 2003, los Kirchner celebraban la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), fundada en 1991 por Germán Abdala, como un ejemplo de renovación y democracia sindical. Le prometían pronta personería gremial, único pasaporte para que una central pueda actuar en la vida sindical.
Esa promesa nunca se cumplió. Entre Víctor De Gennaro y Moyano, el Gobierno prefirió a éste, sin importarle que la CGT de Moyano nunca hubiera hecho el menor gesto para democratizarse.
Hace pocos días, 200.000 afiliados a la CTA votaron sus autoridades sin que se produjeran incidentes. No fue fácil. La vida sindical no es un lecho de rosas. Sin embargo, esta confederación, cuyos afiliados tienen que inscribirse y pagar la cuota, renovó su conducción, por lo que se oxigenó. Hoy, sus dirigentes históricos pueden mostrar la coherencia de su opción por la autonomía sindical.
Por el contrario, ¿cuánto hace que la CGT no da una señal de apertura democrática? La central de Moyano ha dilapidado el capital social del sindicalismo argentino. Su alianza de corto vuelo con el Gobierno realimenta la sospecha de oscuros pactos por la repartija de cargos.
Su seguidismo del poder coloca a los trabajadores en la posición de eternos mendigos del Estado. Moyano, que pocas horas antes de los acontecimientos de Barracas era endiosado por el kirchnerismo como su salvador, ha mostrado su verdadera faz. Bastó el terrible episodio de Barracas, con su secuela de muerte, para que surgiera a la luz lo que la CGT escondía: bajo la alfombra deslumbrante, había? bolsones de gansterismo, violencia asesina, patotas impunes. Los medios de comunicación lo muestran todo.
Al calor del clima de confrontación y riña que los Kirchner arrojan día tras día al país, de nuevo la sangre ha manchado la calle. Es hipócrita que ahora pretendan lavarse las manos.


