"Me siento tan nervioso como si estuviera por rendir un examen", desliza, mientras se acomoda, puntual y correcto, en un sillón de un hotel de Londres, cerca de Marble Arch. Desde sus primeras reflexiones queda claro que él hubiera querido vivir una vida más normal. Sin embargo, desde antes de que cumpliera 30 años, un huracán atraviesa su existencia de vez en cuando, descoloca las piezas de su vida y lo convierte en la figura pública que no quiere ser.
Isidoro Graiver fue secuestrado en 1972 y liberado a cambio de un rescate. Intentaron secuestrarlo de nuevo en 1975, presuntamente organizaciones subversivas, aunque él recalca que nunca se aclaró quiénes fueron. En 1977, fue ilegalmente detenido y torturado por los militares. Luego estuvo preso varios años. El "caso Graiver" fue juzgado por la justicia democrática en los años 80. Isidoro fue entonces un testigo clave de ese proceso. En las últimas semanas, él volvió al primer plano cuando desmintió públicamente la versión de su cuñada, Lidia Papaleo, sobre la venta de Papel Prensa a los diarios La Nacion, Clarín y La Razón, en 1976.
¿Cómo está después del último y reciente torbellino que lo colocó otra vez en el centro de la polémica? "Mal", responde sin vacilar, y agrega: "No me gusta que mi nombre vuelva a estar en el debate público. Ahora me han metido en una guerra en la que no tengo nada que ver, pero sobre la que no puedo guardar silencio". A pesar de todo, prevalece en él una especie de pacto de sangre con la familia Papaleo (con la que compartió la prisión y la tortura) o las virtudes de un caballero, pero lo cierto es que nunca desliza un agravio y ni siquiera un mal gesto hacia sus parientes políticos. Se limita al relato de lo que él vivió, a la traslación de su verdad, que es muy distinta, por cierto, de la versión Papaleo de la historia.
¿Por qué lo hace? ¿Por qué esa decisión de enfrentarse solo contra una versión que cuenta con el arbitrario auspicio del Estado? La respuesta es larga, pero comienza con un dato desconocido de los Graiver: un abuelo de Isidoro (y, por lo tanto, de David Graiver) murió en un campo de concentración del nazismo. Una tía y una prima salieron con vida de otro campo de concentración nazi, pero sólo cuando terminó la Segunda Guerra. El propio Isidoro estuvo preso por la última dictadura durante años y sufrió inhumanas torturas.
"Con esa historia personal no puedo permitir que se hable livianamente de delitos de lesa humanidad cuando se trata de hechos que yo viví, de los que fui protagonista y de los que soy testigo. Yo sé que esos hechos fueron normales dentro de una situación de mucha aflicción de mi propia familia tras la muerte de David", dice. "La venta de Papel Prensa fue una operación normal en ese contexto de angustia familiar por enormes compromisos financieros en el exterior", ratifica. "Mi versión es la misma desde 1977. Nunca dije nada distinto, incluso ante jueces militares o ante jueces de la democracia", precisa.
Una sola cosa parece alterar la serenidad de Isidoro Graiver. Es el recuerdo de las versiones que circularon, incluso en boca de ministros kirchneristas, de que existían diferencias entre él y su hermano David en los tiempos previos a la muerte de éste en un accidente de avión en México. "¿Qué saben ellos de la relación que hubo entre nosotros?", estalla, y precisa: "Siempre me llevé muy bien con David, pero nuestra relación nunca fue tan buena y estrecha como en los últimos meses de su vida".
A Isidoro Graiver le tocó después el liderazgo de la administración de la herencia de su hermano en meses turbulentos. Debió hacer frente, sobre todo, a la compleja situación financiera tras la muerte de David, que provocó la inmediata caída de dos bancos en el exterior, uno en Nueva York y otro en Bruselas. "Nuestra situación en la Argentina era buena, pero se debía mucho dinero en el exterior. Había que vender empresas cuanto antes. Fue doloroso, pero había que hacerlo", recuerda.
¿Influyó la presión de Montoneros? A él sólo le consta que su cuñada Lidia Papaleo lo sorprendió un día con el relato de que había un duro planteo de dirigentes montoneros para que los Graiver devolvieran depósitos de la organización guerrillera por varios millones de dólares. "Era un problema más, pero nunca supe antes de esa relación financiera con Montoneros ni David me hizo nunca mención alguna a eso", puntualiza. ¿La presión de dirigentes montoneros a la familia Graiver siguió luego en democracia, cuando el gobierno de Raúl Alfonsín dispuso un importante resarcimiento a la familia? "Sí", contesta, lacónico, y calla.
Su hijo Pablo, que vive en Londres desde hace muchos años, está pendiente de los problemas de salud de su padre, de 65 años. ¿Esos malestares prematuros de la salud son secuelas de la cárcel y la tortura? "Nunca me victimicé y no quiero hacerlo ahora. Hay personas que tienen los mismos problemas que yo de salud y no pasaron por la cárcel ni por la tortura. Es la vida no más", responde Isidoro.
¿Sabe por qué decidí también no callarme ahora? Isidoro Graiver es el que pregunta. ¿Por qué? "Por mis nietos. No quiero que algún día mis nietos me pregunten qué he hecho por la verdad y que yo no tenga una respuesta digna." La conversación empezó con el abuelo que murió en los campos de concentración del nazismo y concluye con sus nietos. Tres generaciones de Graiver (los abuelos, los padres y los propios David e Isidoro Graiver) han vivido con igual intensidad la aventura, la tragedia, la audacia y el dolor. Sus nietos son ahora la parte más importante de la vida y del futuro de Isidoro Graiver. Para ellos quiere, dice, una vida normal, con luces y sombras, pero sin huracanes ni violencia, una vida que no sea como la suya.


