La presidenta Cristina Kirchner viajó a Rosario para festejar los 126 años de la Bolsa de Rosario con las manos vacías.

A pesar del clima previo, relacionado con la segmentación de las retenciones a los pequeños productores y una baja en la alícuota del maíz, no hubo ni anuncios ni gestos de acercamiento al sector. Lo que si existió, y de forma sobreabundante por los 50 minutos de duración del discurso de la Presidenta, fue una defensa férrea del modelo económico y de las retenciones al agro en particular. De poco sirvió que Cristian Amuchástegui, el presidente de la entidad rosarina, le pidiera "que se liberen permisos de exportación y replantearan impuestos que afectan a la rentabilidad". La respuesta fue tajante: "Los derechos de exportación no son un castigo. Son un instrumento de nuestra política económica".

Se podría decir que con estas declaraciones el sector quedó aún peor que antes. Algo de esto se pudo percibir en los pocos, medidos y formales aplausos que brindó el auditorio.

Sin embargo, vale la pena rescatar que junto a la defensa de las retenciones, a Cristina Kirchner se le escapó una confesión sobre las reales motivaciones que tiene este gravamen y que llegan hasta a contradecir sus anteriores afirmaciones.

En su discurso, la Presidenta comenzó por alejarse de los marcos teóricos para decir "que hay debatir con números". Continuó con la crítica "al alto nivel de informalidad y evasión que todavía hay en la economía". Y remató: "Yo estoy dispuesta a cambiarlas, pero yo tengo que sentarme y mirar que hay, evidentemente, una gran evasión que me obliga a mantener los derechos de exportación, que son altamente redistributivos y que tienen una sola salida, la Aduana, y por eso se pueden controlar. Porque es notable, ese número es muy fuerte".

En efecto, la confesión presidencial demuestra que la razón más fuerte de la existencia de este impuesto es la facilidad y seguridad de su cobranza. Y mientras no exista un sistema de recaudación tributaria más equilibrado y efectivo parece bastante lógico que ningún gobernante quiera terminar de destetarse de las retenciones.

En estos últimos años, tanto es el protagonismo que han ganado las retenciones que se les pide que solucionen casi todos los problemas de los argentinos. Basta ver los debates y los argumentos que se utilizan. ¿Qué sería de la asignación universal sin las retenciones? ¿Y los jubilados? ¿Quieren sacar las retenciones y convertirnos en un país africano?

Parte de la dirigencia rural también ha sufrido este contagio al creer que las retenciones también pueden solucionar los problemas de los pequeños productores si se las llegara a segmentar.

Y así las cosas, por acción o por omisión, las retenciones se han convertido en el alfa y en el omega, en el principio y en el fin, del sistema impositivo argentino.

¿Por qué entonces no se trabaja de una buena vez una reforma tributaria integral? Hasta el momento nadie parece empujar el lápiz en el Congreso de la Nación con un proyecto de ley de reforma. El diputado Ricardo Buryaille, presidente de la comisión de Agricultura, se viene quejando de la situación. "Tenemos que tener coherencia. Cuando decimos que las retenciones son un mal impuesto debemos trabajar para encontrar otra alternativa superadora". El trabajo presentado por el Juan Llach en el último seminario de la Fundación Producir Conservando parece ser la excepción a la regla. Allí se plantea y analiza el reemplazo gradual de las retenciones a las exportaciones por el impuesto a las ganancias, políticas de desarrollo local y una política nutricional de alcance universal.

Gracias a un nuevo sistema de incentivos se podrían eliminar gradualmente los impuestos distorsivos, afirma el trabajo. Pero además prueba que es fiscalmente factible la eliminación gradual de las restricciones a las exportaciones; el reemplazo gradual de las retenciones por impuestos a las ganancias manteniendo la reducción de los subsidios vigentes a la producción agroalimentaria; la unificación gradual de la alícuota del IVA sobre los alimentos en un 10,5%y la eliminación gradual del subsidio al gasoil. Surge como conclusión que para evitar que la actual crisis fiscal se transforme en crónica deben diseñarse políticas que permitan un rápido crecimiento de la economía y, por esa vía, reconstruir la solvencia fiscal.

Y quizás, quién dice, el gobierno lo invite algún día a Juan Llach a discutir su trabajo. No por nada Cristina Kirchner también confesó en la Bolsa de Comercio de Rosario que "no hay nada más fácil que discutir con números. Es más difícil cuando es con ideología". De haberlo aplicado antes, ¡cuánto nos hubiéramos ahorrado!

Por Félix Sammartino