En Rusia, una ola de calor provocó pavorosos incendios forestales, centenares de muertos en todo el país y su capital, Moscú, sumergida en una nube de humo.
El avance del fuego obligó a las autoridades rusas a declarar el estado de emergencia en un área en la que existen plantas nucleares, ante los riesgos de un accidente. El impacto de esta catástrofe se produce también sobre la economía. La sequía afecta a las cosechas, con pérdidas que ocasionarán una caída de las exportaciones y una posible crisis alimentaria.
Mientras estos fenómenos son cada vez más reiterados, los sistemas de prevención y capacidades de respuesta de los gobiernos marchan rezagados o son superados por los desastres. Ocurrió con el tsunami que devastó las costas del sudeste asiático, en los EE.UU. cuando se produjo el huracán Katrina, más recientemente en Haití y Chile con los terremotos. Es decir, afecta a todas los países, desde los más poderosos y los más pequeños y vulnerables.
Las catástrofes naturales se han transformado en una de las mayores amenazas a la vida humana sobre el planeta, tanto o más que las guerras y conflictos.
Conformar estrategias de asistencia más desarrolladas es, por lo tanto, un reto principal que obliga a pensar en términos más globales que nacionales; involucra a los Estados y los organismos internacionales.
La ola de calor que afecta a Rusia encuentra a la potencia nuclear en una situación de emergencia sin precedentes. Las catástrofes naturales son más amenazantes que las guerras.


