Esta percepción se transforma en un sentimiento genuino y ello explica la fuerza y la dedicación con la cual los lideres políticos se abocan a su vocación y la búsqueda a veces obsesiva, que hacen del poder.
Desde el reestablecimiento de la democracia en 1983, la Argentina ha tenido tres líderes políticos: Alfonsín en los ochenta, Menem en los noventa y Kirchner en la primera década del siglo XXI. Entre ellos, De la Rúa y Duhalde, pese a tener personalidades muy diferentes, actuaron como la bisagra entre la década de Menem y la de Kirchner.
La vocación por el poder es una fuerte constante en los tres líderes, para quienes la política es en los tres casos no sólo el eje de su acción, sino también su obsesión.
Pero hay diferencias y matices, aunque los tres hayan buscado el poder como prioridad.
Alfonsín y Menem ejercían una suerte de seducción, trataban de agradar.
Kirchner es diferente: parece buscar más ser temido que amado y esta es su particularidad.
Los dos primeros trataron más bien convencer, mientras que el último se caracteriza por imponer.
Alfonsín y Menem fueron esencialmente negociadores y el Pacto de Olivos fue la evidencia de ello. En cambio Kirchner se caracteriza por jugar al todo o nada, con una personalidad distinta.
Entre Menem y Kirchner hay una identidad común que es el peronismo y ello diferencia a ambos de Alfonsín.
Los dos líderes provenientes del PJ muestran, más allá de las diferencias de personalidad y de ideología, algunas coincidencias. Ambos como gobernadores establecieron la reelección indefinida en las respectivas constituciones provinciales y los dos dieron un lugar políticamente preponderante a la familia. Con Menem, su hermano Eduardo fue una pieza clave para tener la sucesión presidencial bajo control. Con Kirchner, su esposa fue la clave para generar una suerte de efecto de reelección indefinida, al poder turnarse la pareja en el ejercicio de la Presidencia sin plazo hacia el futuro.
Pero en el liderazgo político el instinto tiene un rol clave. Es que la política es una combinación de razón y de pasión y pese a que el marketing ha invadido el terreno de las elecciones, y que los técnicos y asesores tienen un campo de influencia cada vez más amplio, el líder político suele tomar sus decisiones en soledad.
En el caso particular de Kirchner, parece tratarse de un líder con una aguda percepción y conocimiento sobre el poder, pero con menor aptitud para la política.
Su instinto lo lleva a tratar de aplastar cualquier amenaza o límite a su poder, aunque en el terreno político su interés pueda ser diferente.
Es así como si Kirchner no hubiera entrado en conflicto con el campo y los principales medios privados, seguramente no hubiera perdido la elección legislativa de 2009 y enfrentaría con menos riesgos la presidencial de 2011.
Pero la prioridad por el poder se antepone a la conveniencia política y esta es una característica de su instinto y estilo de liderazgo.
El autor es Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría


