La recuperación de la imagen de los Kirchner es un fenómeno en el que parecen coincidir todos los encuestadores. La dimensión, consistencia y, sobre todo, el sentido de ese fenómeno, es otro problema. Vale la pena indagar en esos aspectos, no tanto por lo que indican sobre la peripecia del Gobierno, sino porque revelan varias de las condiciones en que se desenvuelve hoy la política. Esa es la razón por la que sirve formularse estas preguntas. No porque se pretenda disparar sobre una ambulancia.
El flanco menos relevante de la convalecencia oficial es el de las cifras. Los analistas que consignan una mejoría -desde los de Poliarquía hasta Hugo Haime- de inmediato aclaran algunas peculiaridades: a) se trata de movimientos pequeños y fluctuantes, que en ningún caso modifican la distribución estructural de 70% de imagen negativa y 30% de imagen positiva; b) el progreso está acotado, sobre todo, a los sectores de bajos ingresos; c) se registra de manera especial en el conurbano, se atenúa en el promedio del área metropolitana y se torna muy difuso cuando la muestra cubre todo el país; d) es menos visible el restablecimiento del oficialismo que el deterioro de la oposición.
Más importante que anotar esas acotaciones es determinar si esos tímidos indicios constituyen una novedad en la biografía de los Kirchner. En principio, es habitual -y no sólo en la Argentina- que quienes administran el Estado mejoren de aspecto, entre elección y elección, aun cuando vengan de una derrota. Salvo en el caso de una crisis de gobernabilidad, el que está en el poder tiene más posibilidades de mostrarse eficaz que quien está en la oposición. Ya lo había detectado el hiperrealista Giulio Andreotti, cuando dijo que "el poder desgasta? sobre todo al que no lo tiene".
La Argentina exagera esta dinámica por la debilidad de su sistema político. La pulverización de los partidos crea por momentos la sensación de que lo único que quedó de organizado y operativo en la esfera pública es el Estado. Quien está en el comando del Estado tiene una ventaja competitiva sobre quienes están fuera de él. Pero esta asimetría suele ser provisoria y se neutraliza al comenzar las campañas electorales. Cuando la marea de los votos es adversa, el murallón del aparato oficial sirve de poco.
Para convencer a su clientela de que han vuelto a ser un buen producto electoral, los Kirchner deberían demostrar, además, que la pasable restauración de su imagen no repite un proceso que ya se registró hace poco más de dos años. Al finalizar el conflicto con el campo (julio de 2008), la Presidenta y su esposo cayeron en un abismo de impopularidad que nunca antes habían conocido. Sin embargo, entre cuatro y seis meses más tarde, los índices de imagen de la pareja se recompusieron, igual que ahora. Para tomar una referencia: en octubre de 2008, el Gobierno estatizó las jubilaciones casi sin obstáculos, y la prensa comenzó a hablar de la resurrección del matrimonio. Esa tendencia se revirtió al lanzarse el proselitismo de los comicios legislativos en los que Kirchner cayó derrotado.
El principal argumento que utilizan los apologistas del repunte actual es la mejora de la economía. En el primer cuatrimestre de este año, la producción de automóviles fue 53% superior a la del mismo período de 2009, y las exportaciones se incrementaron en un 77 por ciento. La cosecha de granos, por su parte, pasó de 62 millones de toneladas en 2009 a 92 millones en 2010. Casi dos puntos del crecimiento del PBI se explican por la situación agropecuaria.
Ahora bien, si el restablecimiento del kirchnerismo está en relación con estos datos, habría que poner una gota de duda sobre su consistencia. No sólo porque son incrementos que toman como base de comparación un muy mal año -sobre todo para el campo-, como 2009. También porque están apareciendo algunas señales preocupantes en el horizonte. La más visible es la crisis de Europa, adonde la Argentina destina el 35% de sus exportaciones. Los expertos pronostican que el ciclo recesivo europeo significará una mayor devaluación del euro frente al dólar, moneda hacia la que hoy vuelan las inversiones. Ese movimiento aprecia también al peso, que está hoy atado al dólar.
El Gobierno podría romper esa atadura con una devaluación, pero la receta aceleraría la inflación, que este año será del 25% y el que viene acaso alcance el 30 por ciento. La recesión europea, la consecuente revaluación del dólar -y del peso- y la aceleración inflacionaria -más la posibilidad de que en el segundo semestre aparezcan problemas en China- obligan a moderar la expectativa de que la regeneración de la imagen de los Kirchner vendrá desde el campo económico.
Esa idea, además, se basa en una hipótesis discutible: que el derrumbe del matrimonio se debió, en su momento, a factores económicos. ¿Cómo explicar, si fuera así, que la Presidenta haya sufrido el rechazo de los sectores medios de las grandes ciudades en octubre de 2007? Para esa época, el gran público desconocía las disfunciones de la economía, que sólo alarmaban a algunos expertos. Es posible, entonces, que el conflicto del Gobierno con la mayor parte de la sociedad esté condicionado por variables de carácter político y, si se quiere, simbólico, más que por el grado de confort material que obtiene la ciudadanía. Si ése fuera el caso, la pregunta que habría que hacerse es qué capacidad tienen los Kirchner de reinventar la política.
En estos días están demostrando que muy poca. Quizá, ninguna. Ellos parten del diagnóstico de que les ha ido mal por no haber hecho lo suficiente. No por haber hecho cosas equivocadas. En vez de cambiar, se caricaturizan a sí mismos: más propaganda, más subsidios, más presiones. Como si el problema hubiera sido que se quedaron cortos. No que se equivocaron.
Esta percepción se proyecta a las relaciones políticas. En vez de intentar algún acercamiento -dialogando, negociando, incluso convenciendo- con quienes están en conflicto, prefirieron duplicar la realidad. De ese modo, se aseguran la existencia de un mundo que les resulte afable: el que ellos mismos construyen con los recursos del Estado.
Lo están intentando en el campo de los negocios. Irritados con algunos miembros de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), presionaron a casi todos los integrantes de la entidad para que renuncien a ella. Algunos especulan con que un pedido de licencia, colectivo, los salvaría de la ira santacruceña. Ilusiones. Mientras tanto, Kirchner intenta seducir a la Unión Industrial Argentina que preside Héctor Méndez. El Banco Nación decidió financiar a Méndez para que monte una fábrica de autopartes dentro de las instalaciones de Fiat, en Córdoba.
El Gobierno también está incubando un "nuevo campo". Al lado de la Comisión de Enlace, instaló un Consejo de Productores Argentinos (CAP), al que Guillermo Moreno presta oficinas en el Mercado Central. En sus primeras declaraciones, el presidente del grupo, Ider Peretti, desmintió haber pedido coimas a productores que, por su intermedio, querían exportar a Venezuela. Otro directivo del consejo es el abogado y tambero Guillermo Draletti, quien durante el escándalo de la valija venezolana funcionó como efímero defensor de Pdvsa, con coartadas que Antonini Wilson desautorizó.
La tendencia a clonar a los protagonistas de la vida pública, en vez de conquistarlos, es bastante antigua en la Presidenta y en su esposo. Durante el conflicto del campo, ellos enfrentaron a los caceroleros con sus propios manifestantes, que en vez de cacerolas llevaban palos. Junto al periodismo independiente instalaron, en paralelo, otro financiado por el Estado. Y al tedeum porteño le opusieron, en Luján, un tedeum para los amigos. La empresa es inmensa y enloquecedora: ya que, en su fantasía, la realidad pretende destituirlos, los Kirchner se han propuesto destituir a la realidad.


