Superada la sequía de la campaña anterior, ahora la producción granaria alcanzará más de 90 millones de tn. Un volumen notable considerando las condiciones institucionales adversas. Las lluvias permitieron, en buena parte, este logro, pero también contribuyeron -y decisivamente- el proceso innovativo del entramado de capital técnico-organizacional, humano y social que opera en el área rural.
Sin embargo, no hay razones para festejar. Pues más que económico, el éxito es financiero. La soja se lleva casi el 60% de esa producción. La concentración es hija de la actual política económica y conlleva todo tipo de problemas edafológicos, que habremos de sufrir -en muy pocos años- por el consecuente impacto ecológico. El trigo es el patito feo, con una producción de tan sólo 7,5 millones de tn -en un área de apenas 3,1 millones de hectáreas- este cereal, hoy, hace un aporte irrisorio con tan sólo un 8% del total. Una muestra de la decadencia: en la campaña 2007/08, la superficie sembrada llegaba a casi 6 millones de hectáreas.
Años atrás, la Argentina encabezaba el ranking de exportadores y hoy tiene, en el comercio mundial, una participación de un magro 3%. Hace tres años, el 70% de la producción del complejo triguero se exportaba; hoy, solamente, el 24%. La actividad triguera de nuestro país ya no es protagonista en el mercado mundial; sólo atiende al mercado interno y, apenas, logra un escaso volumen exportable.
¿Es posible revertir este cuadro para hacer de la producción agrícola una actividad sustentable? Claro que lo es. Y éste es un año especial para ello dada la humedad en el perfil de los suelos. ¿Cómo hacerlo? Debe reducirse drásticamente la alícuota por derechos de exportación, eliminar las súbitas intervenciones estatales en el comercio y terminar con las trabas al comercio del trigo que reducen aún más la cotización del cereal.
No estamos exagerando: la falta de rotación brinda amargos frutos en poco tiempo. Y este no es un problema de los chacareros solamente, sino del país todo. Existe, por parte de los actores agrícolas, una enorme avidez por sembrar trigo con el fin de reparar el daño que ocasiona la escasa (o baja) rotación de cultivos. En tal caso ¿cuál sería el impacto fiscal? Tan reducido es el volumen de exportación que si la producción se triplicara el volumen exportable se incrementaría alrededor de un 400%. Con una alícuota, por ejemplo, de 5%, la recaudación fiscal sería similar a la que el Estado logra con la actual (23%).
Es práctica común que luego del trigo se siembre soja (de segunda) y, cada vez más, maíz (de segunda) en la misma campaña, por lo que el aumento en la superficie para este cereal no implicaría necesariamente un baja en la producción de los granos gruesos. La tecnología y la genética hoy disponibles permiten lograr verdaderos milagros al respecto, sobre todo en un contexto de precios nuevamente convenientes.
En los próximos dos años podríamos superar una producción de 20 millones de tn. Recordemos que, por ejemplo, en la campaña 97/98, la superficie sembrada era de 7,4 millones de hectáreas. Si se repitiera este comportamiento, hoy con las innovaciones existentes, fácil sería llegar a tal volumen. Dado que el trigo es un cultivo anual y por encontrarnos en el momento biológico justo, la meta es alcanzable. Y no queda mucho tiempo para cambiar, falta la decisión política; quienes son responsables de la política económica deben tomar el toro por las astas. Pero para ello, deberán quitar la mirada sobre el ombligo.


