Un muro es siempre una metáfora de distancias e impotencias. Un inconcebible
muro físico cayó en San Isidro. Otro muro, menos visible y más definitivo, se
está levantando entre los dirigentes que gobiernan y la sociedad gobernada.
Funcionarios que serán candidatos. Candidatos a legisladores que nunca serán
legisladores. Puras maniobras de hombres y de estructuras, todos muy lejanos de
las impaciencias colectivas.
Sólo un notable aislamiento puede explicar que el poder haya concebido a los
candidatos como el problema y la solución de una elección virtualmente perdida.
Eso puede suceder cuando la derrota le es anunciada a la oposición. El gobierno
tiene, en cambio, políticas y gestión, que son las que la sociedad evalúa cuando
usa las urnas.
El kirchnerismo planteó las elecciones de junio como un plebiscito, y esa
palabra la han adoptado hasta los propios y pocos parroquianos de Olivos. Hugo
Chávez ha sido, hay que reconocerlo, más claro y honesto. Siempre propuso un
plebiscito en los términos de un plebiscito: sólo se lo gana con el 50 por
ciento de los votos. Perdió una vez, cuando sacó el 48 por ciento de los
sufragios y reconoció la derrota.
En cambio, la campaña kirchnerista se hará, según todo lo indica, con el
discurso de un plebiscito. Discurso y campaña, nada más. ¿O en la noche del 28
de junio no volverá a ser lo que es, una simple elección de mitad de mandato? ¿Kirchner
no se declarará vencedor, acaso, con sólo un 35 por ciento de los votos, si es
que llegara a ese porcentaje? Plebiscito o elección. Cualquier cosa da lo mismo.
La última noción de institucionalidad ha quedado sepultada por una retórica
de crisis, según la cual todo estaría permitido por la excepcionalidad de una
dramática situación nacional e internacional. Un gobierno sin gobernabilidad es
un peso muerto , se encrespó Daniel Scioli, después de empaparse en la tormenta
de críticas que recibió. Scioli ratificó el viernes que será candidato a
diputado.
Mucho menos lírico, Néstor Kirchner comprobó antes dos peligrosas situaciones
prácticas. Una de ellas es que los intendentes del estratégico conurbano estaban
colocando candidatos en las dos listas peronistas: la de Kirchner y la de De
Narváez y Felipe Solá. La otra es que el nombre del ex presidente sólo
arrastraba entre un 32 y un 35 por ciento de voluntades en el segundo cordón,
donde habitan los bonaerenses más pobres. Hasta sus más cercanos encuestadores
le habían advertido de que ahí, en el segundo y más poblado cordón, Kirchner
debía alcanzar al 50 por ciento de los votos. Es la única manera de compensar
una derrota limpia en el primer cordón y un fracaso estrepitoso en el interior
bonaerense.
Otro bloque de votos tan importantes como el conurbano ya está perdido. Es el
que integran los distritos de la Capital, Santa Fe y Córdoba. El congreso
peronista de Santa Fe decidirá el próximo viernes su estrategia electoral.
¿Resultado? Aquí todo lo que huele a kirchnerismo espanta a la gente , dijo uno
de sus principales dirigentes. El jefe político de ese peronismo, Carlos
Reutemann, ya ha tomado distancias insalvables de Kirchner.
El peronismo de Córdoba se le sublevó a Kirchner con la elección de Eduardo
Mondino, viejo antikirchnerista, como candidato a senador nacional. Mendoza ha
caído en manos del adversario, y Entre Ríos vacila entre el peronismo gobernante
y la oposición del radicalismo y la Coalición Cívica. En ese puñado de seis
distritos vive el 75 por ciento del electorado argentino. ¿Qué es todo eso, sino
la definición de una derrota?
El problema de Kirchner es que su última orden no está siendo obedecida. El
gobernador salteño Juan Manuel Urtubey se hizo a un lado en el acto; el chaqueño
Jorge Capitanich está pensando si acatará o no, y el sanjuanino José Luis Gioja
se abrazó a las instituciones y al cumplimiento de su mandato. Todos ellos
estaban al lado de Kirchner hasta hace pocos meses. Otros gobernadores, menos
comprometidos con el kirchnerismo, ya han decidido la desobediencia. Quizá no
haya habido "presiones", como asegura el Gobierno, pero dos de esos mandatarios
confirmaron que fueron "invitados" a ser candidatos.
La peor novedad le vino a Kirchner desde el conurbano: Hugo Curto,
interminable caudillo de Tres de Febrero, adelantó que él está ahí para ser
intendente y no candidato. Curto es un antiguo dirigente sindical con importante
influencia entre los barones del conurbano. Tres concejales de Curto ya están
con De Narváez y Solá. Muchos podrían tomar el ejemplo de su indisciplina.
El problema no son los candidatos, sino el Gobierno. Nunca se hubiera
necesitado presionar sobre las instituciones si una clara mayoría social
estuviera de acuerdo con la administración. Es lo que no está sucediendo desde
hace rato con el kirchnerismo.
Debe puntualizarse, de todos modos, que las instituciones son una
responsabilidad de todos y no sólo de los que gobiernan. La reflexión viene a
cuento por el choque verbal que hubo entre el ministro del Interior, Aníbal
Fernández, y el vicepresidente Julio Cobos. Fernández llamó "sinvergüenza" a un
gesto de Cobos, entre otros agravios. No es manera de tratar a un vicepresidente
en una república en serio. Fernández debe respetarlo. Pero ¿puede Cobos liderar
una oferta electoral opositora siendo el vicepresidente de la Nación? Una cosa
es pertenecer a una corriente política y otra es liderarla. Cobos también está
forzando sus propios límites institucionales.
El gobierno es el problema del Gobierno, en efecto. Los aumentos de las
tarifas de servicios públicos, luz y gas, sobre todo, saquearán los bolsillos de
los argentinos. ¿Por qué? Porque todos los argentinos deberán solventar las
importaciones de gas por la falta de inversión local. Punto. Kirchner se negó
siempre a ver ese conflicto inexorable.
Incluso el problema de las tarifas subsidiadas estuvo en el origen del
conflicto entre el Gobierno y el campo. Hace más de un año, altos funcionarios
de entonces le plantearon al matrimonio presidencial una dura opción frente a la
necesidad de terminar la fiesta: o se acababan los subsidios al consumo de
servicios públicos o el Estado debía aumentar sus ingresos. Hay que aumentar los
ingresos , dictaminó Kirchner. Cúmplase, pero ¿de dónde saldría el dinero para
ese aumento de la recaudación? Kirchner hurgó hasta que encontró la veta: sería
la soja, entonces con muy buenos precios internacionales. Nunca volvió atrás.
Bienes argentinos han sido embargados en Francia. La Argentina tiene en
default nominal, desde hace ocho años, unos 28.000 millones de dólares entre los
holdouts y el Club de París, que podrían ser mucho menos. Si se le aplicara a
los holdouts la quita de los bonistas que ingresaron en el canje en 2005, la
cifra de 20.000 millones de dólares se achicaría a poco más de 4000 millones. La
deuda caída con el Club de París, la que ya venció, es de unos 4500 millones de
dólares, aunque el total es de cerca de 8000 millones. Una deuda de unos 8500
millones de dólares es manejable para la Argentina, pero nada se hizo en tantos
años de desafíos al mundo y de aislamiento internacional.
El gobierno se distrae hasta de la plaga del dengue. Es conmovedora la
soledad de la ministra de Salud, Graciela Ocaña, sometida al primer informe
senatorial de un ministro del kirchnerismo, desprotegida por el kirchnerismo. No
seré candidata en medio de una crisis sanitaria , adelantó Ocaña, tratando de
escapar del muro entre la sociedad y el Gobierno.
El mejor nombre para plebiscitar el kirchnerismo es Kirchner. ¿Por qué ordenó
incluir a gobernadores e intendentes? Tal vez para probar inciertas lealtades,
aun a cambio de que la sociedad termine eligiendo a escondidos suplentes. Una
democracia más devaluada aún es el precio de semejante salto al vacío.


