Hasta ahora, la sojifobia oficialista parecía una pantalla para justificar la
expropiación de la renta agrícola. El modelo no es propiedad intelectual del
kirchnerismo. Ya hace muchos años que es una idea políticamente correcta
capturar las ventajas competitivas generadas por el sector rural, que se
expresan en su creciente participación en el mercado internacional de alimentos
y agroenergía.
Pero hasta el momento, las políticas implementadas se limitaban a descremar
el negocio, con lo que se trababa o limitaba su desarrollo. La novedad que
aportan los Kirchner es que creen que hay que destruirlo.
Es en la práctica una política de Estado.
De lo contrario, no se comprende el ataque que han sufrido todas y cada una
de las instituciones que tienen que ver con el desarrollo agroindustrial, que
experimentó un salto espectacular en los últimos treinta años.
Un período en el que no existió una política económica que lo contemplase.
Más bien, todo lo contrario.
El campo y la agroindustria sobrevivieron a los derechos de exportación,
tipos de cambio diferenciales, atraso cambiario, controles de precios, vedas al
consumo o a la exportación, errores garrafales en la política sanitaria (aftosa)
y otras calamidades. También sobrevivió al ciclo de bajos precios
internacionales fruto del proteccionismo y los subsidios, característicos de la
sobreoferta mundial de alimentos que primó hasta mediados de los 90.
En una cinematográfica huída hacia delante, siempre encontró una ventanita
abierta para lograr avanzar, jalonando el camino con varios récords que
asombraron a todo el mundo.
Y desencadenaron algo más que una corriente de simpatía hacia el sector:
fueron llegando, sin prisa y sin pausa, enormes inversiones, a pesar de nuestra
crónica inestabilidad, las preocupaciones sobre la macroeconomía, y la
incomprensión de los gobiernos sobre este enorme potencial del gigante que,
finalmente, despertaba tras una larga hibernación.
Resumamos: en apenas doce años, la Argentina se convirtió en líder mundial
del producto más dinámico de la canasta alimentaria global: la soja. Se triplicó
su producción, que pasó de 15 a 47 millones de toneladas el año pasado.
Y no fue en detrimento de otros productos del sector. El maíz creció un 70% y
el trigo venía también en alza, al igual que la ganadería vacuna, la producción
de leche y todos los demás rubros, desmintiendo la temeraria tesis de la "sojización".
Una muletilla que caló hondo en el imaginario colectivo, al amparo de la
propaganda oficial destinada a justificar una exacción mayor que el famoso
corralito y el default a los bonistas.
Acompañando a la expansión sojera, se levantó en quince años el complejo
industrial más importante de la Argentina y el cluster agroalimentario más
grande y competitivo del mundo.
Factura cuatro veces más que la industria que le sigue. La última oleada de
inversiones está todavía en marcha, y llevó la capacidad de molienda a 50
millones de toneladas. Allí se agrega valor a la soja, que parte al mundo
convertida en aceite y harinas de alto contenido proteico.
Desde hace unos años, la industria aceitera contaba con un régimen de
admisión temporaria de soja extranjera (paraguaya principalmente). Esta semana,
la AFIP lo anuló.
El argumento: forzarlos a que salgan a buscar la soja que según el Gobierno
los productores están reteniendo.
Una vuelta de tuerca que se suma a la demora en la devolución del IVA, con el
pretexto de que están siendo investigadas por presuntas irregularidades. En
realidad, siempre lo han estado, y siempre lo están, porque "las cerealeras"
-como se tilda con ignorancia a las empresas industriales que procesan
oleaginosas- son políticamente incorrectas.
En la misma semana, se conocieron los indicadores de salud fiscal, que
mostrarían signos negativos si se cumpliera con la devolución del IVA y si no se
contara con los fondos expropiados a los futuros jubilados. Ya no se trata de
demostrar que puede haber un modelo de desarrollo más interesante que el
agroindustrial. Nadie se niega a discutir esto. Pero lo que se propone desde el
gobierno no es otra alternativa, sino directamente desmantelar lo que existe.
No es atacando a la cadena agroindustrial hasta su destrucción total como la
Argentina va a volver a crecer.


