Estamos en una situación mundial y nacional muy crítica que merece un análisis responsable. Frente a la necesidad de divisas que tendrá su máxima expresión en el año próximo, hay sólo dos formas de obtenerlas: endeudamiento o producción. Podemos generar total o parcialmente los 15.000- 18.000 millones de dólares necesarios:

1) promoviendo el crecimiento y el desarrollo del interior, expandiendo la producción o

2) buscarlos en el FMI, u otros organismos o países más caros, endeudando a futuras generaciones.

No hay otro sector de la economía argentina que de un año a otro pueda incrementar sus exportaciones en esas cifras que no sea el complejo agroindustrial.

En pocas semanas avanzará firmemente la cosecha de soja, ya concluida la de trigo y casi las de maíz y girasol. Una cosecha magra que representa un retroceso importante sobre las de los años pasados. De 96 millones pasamos a unos 70-73 millones de toneladas. El retroceso tiene causas naturales, la gran sequía con pérdida de rendimiento, y otras, políticas y económicas, que produjeron una menor superficie de siembra en trigo, maíz y girasol más una disminución en el uso de tecnología en la mayoría de los casos. Estas últimas provocadas por el conflicto campo-gobierno, donde asistimos a un fuerte enfrentamiento de dos modelos de Argentina: la visión del "nuevo federalismo" versus la visión "unitaria hegemónica".

A ello se suman los altos costos de producción (a la siembra) en relación al valor de los productos (a la cosecha). Estos, además, sufren una depreciación importante por retenciones, a pesar de la baja de sus cotizaciones internacionales.El resultado es que buena parte de los productores, los más chicos, aquellos a quienes los discursos dicen defender, estarán sin capital de trabajo y muchos en situación de quiebra. Sin créditos razonables y en un contexto donde las reglas de juego no están claras, la próxima siembra será menor y más concentrada, por su bajo costo de implantación, en la soja.

Está claro que la falta de una política agroindustrial de mediano-largo plazo promovió en los hechos, no en los dichos, un fortísimo incremento de la superficie de soja, generando en muchos casos distorsiones en los equilibrios sustentables del sistema, llegando en casos extremos al monocultivo de soja.

Paralelamente disminuyó la superficie sembrada con maíz, girasol y trigo, básicamente por falta de apoyo y desequilibrios en la cadena de comercialización.

En ganadería la situación es peor aún. En pocos meses, si sostenemos el consumo per capita actual, dejaremos de disponer de cantidades significativas de carne bovina para exportar. En producción lechera se sigue desalentando la inversión y el desarrollo de la actividad.

Un punto relevante son los tiempos, económicos y biológicos, para el 2010. La siembra de trigo se juega en mayo y en agosto-septiembre, ambos de 2009; las de maíz, soja, sorgo y girasol, no hay casi nada de tiempo.

Podemos apostar seguros a la producción, siendo los alimentos uno de nuestros pocos rubros competitivos que tendrán demanda internacional en medio de la crisis, pero no tenemos mucho tiempo para actuar, el 2010 ya está en juego. Para ello hay que clarificar las reglas de juego, dar créditos para capital de trabajo y buscar entre todos una cosecha récord que genere oportunidades y trabajo en todo el territorio argentino, con una visión federal, o medrar con la posibilidad de endeudarnos nuevamente e innecesariamente con el FMI u otros organismos más onerosos.

Ya lo hicimos en el 2002. Podemos hacerlo juntos, tenemos con qué, el tiempo de los estadistas es hoy.

Por: Fernando Vilella
Fuente: DIRECTOR PROGRAMA AGRONEGOCIOS Y ALIMENTOS, EX DECANO FACULTAD DE AGRONOMIA, UBA