Hay que abordar los desequilibrios que derivaron en la crisis mundial y encontrar nuevos compradores de última instancia de los excedentes comerciales del planeta. El espanto de que la recesión mundial se transforme en depresión es una oportunidad para alcanzar algunos consensos. Si no hay acuerdos, por defecto volverá a imponerse el proteccionismo, que hundirá el comercio y prolongará las vacas flacas.

Estados Unidos venía operando como comprador de los excedentes comerciales mundiales. El déficit acumulado de la cuenta corriente norteamericana (una medida de la falta de ahorro o el sobreconsumo de una sociedad) había estado creciendo desde 1992. Hasta 1997, creció a tasas moderadas y, a partir de allí, picó en alza, aun cuando en el segundo período de la administración de Clinton hubo un creciente superávit de cuentas fiscales (el ahorro público contribuyó a moderar el excesivo gasto privado). En los últimos años, el déficit trepó a los 800 mil millones de dólares (el 6% del producto norteamericano).

La falta de ahorro en los EE.UU. fue funcional a la digestión de los excedentes comerciales de otras economías del planeta, con China a la cabeza. El circuito se retroalimentaba, porque las economías exportadoras financiaban las crecientes compras norteamericanas colocando sus excedentes de ahorro en títulos de deuda y valores nominados en dólares.

Se sabía que un desequilibrio económico no podía prolongarse indefinidamente. Pero la racionalización y el compromiso con los intereses del corto plazo muchas veces sesgan la interpretación de la realidad y los pronósticos. Al principio se sostuvo que los desequilibrios no eran significativos y que el déficit de cuenta corriente estaba financiando parte del proceso de recapitalización de la economía de Estados Unidos. Cuando la estadística puso en evidencia que el "desahorro" estadounidense estaba mucho más vinculado con el sobreconsumo (consumo de características bulímicas) que con la inversión de bienes de capital, la racionalización se trasladó al campo de las finanzas. Como muchas economías emergentes estaban ahorrando por encima de sus requerimientos de inversión interna, por distintas razones, era inevitable que Estados Unidos, por la madurez de su desarrollo financiero y la seguridad que ofrecía, atrajera esos capitales y operara, en contrapartida, como comprador de última instancia de los excedentes comerciales de los países que le prestaban sus ahorros.

Con la técnica estadística y la computadora, es cada vez más simple correlacionar variables, pero el problema es que muchas veces se manipula la causalidad de la relación. ¿Eran los excedentes financieros del mundo emergente la causa del sobreconsumo norteamericano, o su consecuencia? Los académicos van a seguir investigándolo, pero, a esta altura de la crisis, el problema de los desequilibrios de la economía mundial ya no puede ser soslayado ni en el diagnóstico ni en la terapéutica. Con la reparación del sistema financiero y la recomposición del crédito mundial no alcanza. Hay que abordar la solución de los desbalances comerciales del planeta, y hay que abordarla no en contra del comercio, sino a favor de su profundización.

El comercio internacional no es un juego de suma cero. El proteccionismo es la reducción al absurdo de la solución que demandan los desequilibrios. Además, implica el retorno a la autarquía y a un mercantilismo en versión nueva. Luego de la experiencia de los años 30, sería como tropezar otra vez con la misma piedra. El proteccionismo va a prolongar la recesión y la salida de la crisis y va a reavivar los nacionalismos xenófobos. Como recordó el actual alcalde de Londres, Boris Johnson: "Cuando mercaderías, gente y servicios no pueden cruzar las fronteras, son los soldados los que, generalmente, abren paso".

Pero la crisis también ha demostrado que el equilibrio tampoco se alcanza espontáneamente dejando operar los mercados. Hay que negociar y acordar.

Hay que partir de la premisa de que la discusión y el posible acuerdo en busca del equilibrio de la economía mundial son muy complicados, porque enfrentan intereses muy divergentes. Los países con excedentes exportables esperan que Estados Unidos vuelva a su papel de consumidor de última instancia. Si se les cayó el consumo privado, que lo reemplacen con el público, sin discriminar el origen de la producción (de allí la reacción mundial contra el "compre norteamericano" que se filtró en el paquete de estímulo fiscal). Estados Unidos, a su vez, espera que el mundo le siga prestando para financiar el ahora gigantesco déficit de sus cuentas públicas y necesita durante el ajuste importar menos y exportar más. Es decir: que otros países lo sustituyan por un tiempo como compradores de última instancia de los excedentes comerciales.

La preocupación común por la prolongación y el agravamiento de la crisis convocan a la reflexión y al diálogo. Lamentablemente, la crisis encuentra al mundo con ausencia de grandes estadistas, que son los que hacen las diferencias en estas circunstancias. Está por verse si el nuevo mandatario estadounidense proyecta un liderazgo que eleve el nivel y trascienda los intereses impuestos por el presente. Los valores posmodernos también han alcanzado a la política.

Un foro relevante para discutir el tema es el G-20 (que reúne a las principales potencias, las del G-8, con los países emergentes más relevantes de las distintas regiones del mundo). Los principios declarativos de la pasada reunión del G-20 en Washington (noviembre de 2008) estuvieron bien orientados en el sentido de preservar el comercio mundial. Pero las declaraciones no comprometen intereses ni modifican la realidad. En el nuevo encuentro del foro (Londres, en abril), se debería conformar una mesa ejecutiva de análisis y decisión sobre los desequilibrios, que involucre, de manera especial, a cinco de los miembros del G-20: Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Arabia Saudita. Los cuatro primeros tienen intereses obvios en reequilibrar la economía internacional (Estados Unidos, por su enorme déficit, y los otros tres, por sus enormes superávits). Arabia Saudita, por su parte, ha vuelto a ser el oferente central de petróleo en el mundo. Con la caída de la demanda, vuelve a tener excedentes productivos, que puede poner o sacar del mercado en corto tiempo. El posible acuerdo sobre los desequilibrios mundiales requiere que las cotizaciones del petróleo sigan bajas durante el período de ajuste. Si el petróleo volviera a subir en época de vacas flacas, por restricciones de oferta, los reacomodamientos se complicarían y la recesión duraría más.

Ese conjunto de países puede acordar consensos básicos homologables en el marco del G-20 y establecer medidas para restablecer el equilibrio. Sobre la base de estas medidas, que buscan preservar el comercio internacional, cobra otro sentido la discusión sobre las nuevas regulaciones financieras, incluida la reingeniería de los organismos internacionales. Las finanzas al servicio de la producción y el comercio, como debe ser.

Tarea difícil: tarea para estadistas.

El autor es doctor en Ciencias Económicas y en Derecho y Ciencias Sociales