Marco Aurelio García es el principal asesor en política exterior de Lula. Es
también un hombre de su entera confianza. Marco Aurelio estuvo la semana pasada
en Buenos Aires igual que Lula, pero arribó un día antes. Pudo haber sido, como
ocurre muchas veces, la avanzada de una misión oficial que contó, además, con
una formidable representación de empresarios. Pero no: el asesor se encargó, con
muchísima discreción, de recoger en ese tiempo adicional opiniones sobre los
vaivenes en la Argentina. Hizo una ronda tramada por el embajador Mauro Viana
con selectos entendidos de la economía y la política.
Lula está intranquilo con las cosas que suceden aquí. Se trata de la
intranquilidad que tiene Brasil como líder natural y objetivo de la zona. Uno de
los países clave en la región para sus intereses, Bolivia, está convertido en un
polvorín. La mitad del consumo industrial brasileño de gas depende del
suministro boliviano. Las turbaciones políticas que sufre Cristina Fernández
tampoco son una novedad grata para el Planalto. La Argentina, además de ser
vecino, es su socio principal del Mercosur.
Aquella intranquilidad de Lula tuvo dos disparadores. El presidente de Brasil
habló hace semanas con un influyente dirigente de la política argentina que pasó
por su tierra. Esa conversación lo terminó cargando de dudas. Antes había
sucedido algo que le sonó extraño: una mediación para que hablara de urgencia
con Cristina. Fue al mediodía del jueves 17 de julio, cuando el voto de Julio
Cobos había decretado la derrota oficial en el Senado y merodeaba la cabeza de
Néstor Kirchner la idea de una renuncia de su esposa. Lula al final, disipado
ese rumor, nunca habló con la Presidenta.
Esos antecedentes ayudan a explicar la importancia con que Lula rodeó su
visita de la semana pasada. Una importancia que resultó aún mayor para Cristina,
que ha observado en sus ocho meses de gestión cómo la escena mundial se encogió
para nuestro país en contraste con la apertura que había elevado como bandera de
campaña. Aquel estrechamiento quedó reflejado en varios datos: el Gobierno debió
recurrir de nuevo al financiamiento de Caracas, cuya tasa está por encima del
15%. Las tasas en los mercados internacionales oscilan en el 5%. Son las que
están pagando en la región, por ejemplo, Brasil y Perú. El riesgo país, que
martirizó en las épocas de la Alianza, se insinúa de nuevo.
Hubo otros dos gestos que tuvo Lula para no opacar ni un segundo la cumbre.
Prefirió omitir en público los desencuentros de la Ronda de Doha de la OMC,
durante la cual Brasil defendió la liberalización del comercio internacional en
contra de la postura argentina. Esas diferencias se conversaron únicamente en
privado. Tuvo paciencia para diferir su partida y aceptar el encuentro
tripartito junto a Cristina y Hugo Chávez, sobre cuya conveniencia no estaba del
todo convencido.
Marco Aurelio también minimizó las diferencias en la Organización Mundial de
Comercio. El adelantado de Lula se fue entusiasmado con el cambio de actitud que
registró en Cristina, aunque ese entusiasmo no le alcanzó para disipar otros
enigmas que recogió, sobre todo, de empresas brasileñas con inversiones aquí.
Los enigmas de Marco Aurelio no parecen distintos al del común de los mortales
argentinos: ¿Se hará cargo el Gobierno de la inflación? ¿Recuperará credibilidad
en sus estadísticas? Hablando de inflación y de estadísticas no podía faltar la
figura de Guillermo Moreno: "Es un hombre incomprensible, sorprendente", le
dijeron los empresarios.
A Anthony Wayne no le preguntaron por Moreno. Wayne es el embajador
estadounidense en Buenos Aires. Ha tenido tanta comunicación en las últimas
semanas con el Departamento de Estado como durante el escándalo de la valija de
Guido Antonini Wilson. ¿Qué sucedió? A Washington llegó también información
inquietante sobre el futuro del Gobierno. Existió, a propósito, un mensaje
directo del subsecretario para el Hemisferio Occidental, Tom Shannon. El
funcionario ha sido clave en el mantenimiento de la parca relación bilateral y
en el ordenamiento del caso de la célebre valija. El subsecretario sondeó,
incluso, la necesidad de un viaje relámpago a Buenos Aires. No lo hizo. En
cambio vino el embajador en Washington, Héctor Timerman. Necesita acopio de
información y de argumentos antes de volver.
Wayne se acostumbró a palpar muy bien aquí el clima político y hasta a
descifrar algunos de los códigos del universo kirchnerista. La semana pasada
acompañó el periplo de Carl Meacham, asesor en asuntos de América latina del
senador Richard Lugar, el republicano de mayor jerarquía de la Comisión de
Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU. Meacham apenas sobrevoló las
indagaciones políticas pero fue incisivo con otras preguntas. ¿Cuáles? El
destino de la economía, la necesidad de inversiones y, por supuesto, la
inflación.
Hay puntales de la economía que hasta hace poco ni se miraban y que ahora se
empiezan a colocar bajo un grueso lente. Un caso podría ser el de las reservas y
el del superávit fiscal. El llamado corazón de la caja. Los números oficiales
continúan siendo positivos, pero sobre el terreno se verifican rarezas. Hay,
sobre todo en el interior, un freno fuerte de la obra pública. En algunos casos,
como la autopista Rosario-Córdoba, las tareas fueron paralizadas. En otros,
existe un retraso muy importante de los pagos. Tampoco el Gobierno cumple con el
plan de asistencia financiera a las provincias. O cumple en cuentagotas. El
Chaco recibió una ayuda la semana pasada para efectuar los pagos salariales del
Estado.
A Moreno, quienes pudieron verlo la semana pasada, no lo vieron bien. Lo
vieron desilusionado. Desde la crisis que representó la renuncia de Alberto
Fernández ha preferido moverse en las sombras, sin una aparición. No tuvo, de
verdad, buenas noticias como tampoco la tuvieron, en un aspecto, Cristina y
Kirchner: un sector del empresariado hizo público el disgusto que antes apenas
cuchicheaba por la inflación disimulada detrás de los índices de novela que
distribuye el INDEC. Entre esos empresarios hubo representantes de la UIA, que
solió acompañar sin quejidos la marcha de la economía.
El secretario de Comercio fue tajeado también por la filosa palabra de Cobos.
Al vicepresidente se lo observa muy cómodo, tal vez demasiado, en el nuevo papel
político que le toca jugar desde aquella madrugada del Senado. Ya dijo casi todo
lo que tenía para decir sobre el conflicto con el campo. Pero su libreto no está
agotado: quizás en días, en semanas, empiece a marcar algunos defectos de la
marcha de la economía. Cobos escucha a dirigentes radicales, históricos y de los
nuevos, pero habla con más frecuencia de la conocida con tres peronistas de
talla, uno de ellos actual gobernador.
Para Cristina y Kirchner no hay vuelta: la relación con el vicepresidente,
antes o después, desembocará en una ruidosa crisis. Será también una crisis
institucional. El matrimonio presidencial no ha podido procesar el voto en
contra de las retenciones, aunque Kirchner admitió que, al final, les sacó un
problema de encima. La estrategia apuntaría al castigo y al aislamiento
simultáneo. Salieron a criticarlo Aníbal Fernández, Florencio Randazzo y Julio
De Vido. La Presidenta goza con una pequeña venganza: le pidió al senador José
Pampuro que la represente el domingo que viene en la asunción de Leonel
Fernández como nuevo presidente de la República Dominicana. Una misión que, sin
dudas, hubiera correspondido a Cobos.
La confrontación abierta no parece, en este caso, un buen negocio para el
Gobierno. En la confrontación Cobos va sumando simpatías y soñando con un
proyecto político futuro. ¿Con el radicalismo? Es posible. Sergio Massa hubiera
preferido ablandar esa pelea. El jefe de Gabinete busca también terminar con
otras rispideces: espera la venia presidencial para recibir en audiencia a Juan
Schiaretti. La relación política con el gobernador de Córdoba y con el peronismo
de esa provincia está quebrada. Massa supone que el oficialismo no está ahora
para darse esos lujos.
Por esa razón saltaron chispas cuando Randazzo se despachó contra Schiaretti
y José de la Sota. La desesperación cunde también entre los jefes del Congreso
que deben rehacer la tropa diseminada luego de la derrota en el Senado. "Avisen
si quieren arreglar o no con los diputados de Córdoba", comunicó Agustín Rossi,
el jefe del bloque del PJ, a la espera de alguna instrucción ordenadora. "Los
votos hay que contarlos hoy de a uno, no por decenas como cuando había
abundancia", completó un prominente senador pensando en la discusión que vendrá
por la reestatización de Aerolíneas Argentinas.
En efecto, aquellos legisladores bocetan el nuevo tiempo político que nació en la Argentina luego de la refriega con el campo. ¿También lo saben Cristina y Kirchner? ¿Lo aceptan? Nadie suele cambiar una buena vida por otra tan desangelada en un santiamén.


