Deciles a Alberto y a Cristina que se queden tranquilos. Si tengo que votar, voto del lado del Gobierno."

Lo habría dicho Julio Cobos poco después de las cinco de la tarde del miércoles pasado, cuando el senador ultrakirchnerista por Santa Cruz Nicolás Fernández le urgió una respuesta sobre su postura en el debate crucial sobre las retenciones. Once horas después, Cobos votaba en contra del Gobierno.

Es parte de la contrahistoria que hoy, desde lo más alto del Gobierno, cuentan los que perdieron. Lo hacen con la certeza de que les será muy difícil, si no imposible, instalarla como historia oficial. Lo saben por experiencia directa: fueron ellos, en estos años de dominio político, quienes escribieron e impusieron su propio relato, sobre las versiones de los entonces derrotados.

Si la otra historia es cierta, ¿qué pasó con el voto de Cobos? ¿Qué cambió entre las cinco de la tarde del miércoles y las cuatro de la madrugada del jueves? ¿Qué presiones, propias y ajenas, lo llevaron a rechazar la ley por la cual la Presidenta había jugado mucho más capital político que el aconsejable?

El Gobierno está convencido de que Cobos simplemente le mintió al emisario. Que tenía decidido votar como votó, movido por sus convicciones y por los ruegos de su familia. Pero que como supuso que nunca llegaría ese momento, le resultó más fácil mandar el mensaje tranquilizador, asegurando una postura que jamás iba a llevar a la realidad. Pero la realidad fue otra.

En el torbellino de ese día casi no se reparó en el comunicado que Cobos difundió el miércoles de noche, tres horas después de su conversación con el senador santacruceño y cuando empezaba a crecer la idea de que la votación terminaría empatada en 36, obligándolo a definir con su voto. En ese breve texto, Cobos dijo que ante las versiones sobre su postura, sólo iba a revelarla en el recinto si eso llegaba a ser necesario. Vuelve aquí la idea de que consideraba improbable tener que desempatar.

Siempre de acuerdo con la versión de los derrotados, cuando vio que la paridad entre los senadores era muy fuerte y las posiciones de una y otra parte se habían hecho irreductibles, Cobos trató de convencer al senador santiagueño Emilio Rached para que volcara su voto a favor del Gobierno.

Rached, radical K como él, respondía al gobernador Gerardo Zamora, que ya le había aportado cinco votos decisivos al Gobierno en la Cámara de Diputados. Pero Cobos chocó contra una pared. Ni siquiera cuajó la idea de una abstención, o de una ausencia sorpresiva. Rached también tenía su propia carga de presiones, como mínimo de su pueblo y su familia. Y Rached se dio vuelta, como se dieron vuelta media docena de senadores del peronismo oficialista y luego lo haría el propio Cobos.

Cerca de la medianoche el Gobierno empezó a sentir la certeza del desastre que venía. José Pampuro y Miguel Pichetto no lograban quebrar la decisión de quienes habían resuelto abandonar el barco oficialista. Ni persuasión, ni amenazas: nada daba resultado.

Un ministro, que seguía el debate en contacto directo con Olivos, dijo cuando eran más de las 2 del jueves: "Cobos quiso sacar una ventaja personal y ahora solamente puede salir por la puerta de los traidores. O nos traiciona a nosotros o traiciona al campo después de haber hecho gestos de que estaba con ellos."

Cuando se aproximaba el momento decisivo y se agotaba la lista de oradores, Cobos se fue del recinto a sus oficinas, donde estaban su mujer y sus hijas. A Ernesto Sanz, el jefe de los senadores radicales, le avisaron que "Cobos está con Fernández en su despacho". Sanz entonces reclamó de viva voz que Cobos volviera a presidir la sesión. Pensó que el Fernández con el que estaba en el despacho era Alberto, el jefe de Gabinete. Y supuso que el vicepresidente no iba a poder resistir esa última presión del Gobierno.

El Fernández que estaba con Cobos no era Alberto sino Nicolás, el senador por Santa Cruz ya mencionado en esta historia. Pero Sanz no se equivocaba del todo: la misión de Nicolás F. era ponerlo en comunicación con Alberto F.

Hablaron por teléfono pasadas las 3 de la madrugada. Y según la historia contada por las altas fuentes oficiales aquí citadas, un Cobos con el ánimo quebrado, pero firme en su decisión, le dijo al jefe de Gabinete: "No puedo votar a favor; me tenés que ayudar."

"¿Cómo?", fue la pregunta.

"Acepten un cuarto intermedio. Lo voy a proponer en el recinto. Mañana nos juntamos con la Presidenta y armamos un proyecto que le dé solución a este problema. Estamos muy cerca", dijo el vicepresidente.

"Imposible. Aunque nosotros te acompañemos con el cuarto intermedio, los radicales no te lo van a dar. Vos tenés una responsabilidad institucional. Votá por la aprobación de la ley y decí que lo hacés en nombre de esa responsabilidad, pero que creés que esto no soluciona el problema y te comprometés a trabajar con la Presidenta en la búsqueda de una solución. Eso nos obliga a nosotros y a vos te deja bien parado", respondió, apremiante, el jefe de Gabinete.

"No puedo votar a favor. Mi hija ya me dijo que si lo hago no va a poder caminar por las calles de Mendoza", argumentó Cobos.

"Entonces hacé lo que dice tu hija", lo despachó Alberto Fernández, notoriamente ofuscado.

Cobos fue al recinto. Habló. Pidió el cuarto intermedio. No se lo concedieron. Votó. Y cambió la historia.

La hipótesis tremendista de Néstor Kirchner, que pronosticó una catástrofe institucional si el Gobierno cedía ante el campo o perdía en el Congreso, fue rebatida sin vueltas por la realidad. El clima social y político inmediato a la derrota oficialista es de alivio y descompresión. Y a nadie asombran las especulaciones acerca de una posible recuperación de Cristina y su gestión, en paralelo con el opacamiento, quizá transitorio, del peso político de Néstor Kirchner. Aunque en el Gobierno sostenían, todavía anoche, que todavía no está claro cuál es el rumbo de salida.

Con su voto, Cobos se transformó en algo parecido a un héroe civil. Es la recompensa que disfruta por haber actuado según las propias convicciones. Las mismas que poco tiempo atrás lo habían llevado a abandonar el radicalismo sin brújula para sumarse al kirchnerismo triunfante. Ahora los vientos parecen soplar en otra dirección. Es una rara virtud lograr que las convicciones coincidan una y otra vez con el humor social, que siempre está hecho de una materia tan cambiante.