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Todo se construye y se destruye tan rápidamente. Eso deben estar pensando por estas horas en el poder central, estragado por un conflicto que la tozudez oficial potenció hasta el paroxismo.

El gobierno nacional perdió la agenda, la iniciativa, la credibilidad y es hoy un elefante en un bazar que todo lo que toca se rompe. ¿A quién se le puede ocurrir ordenar la detención del más mediático de los ruralistas, Alfredo De Angeli, hasta transformarlo en una especie de Perón conjetural que generó una pueblada entrerriana potenciando su veta de líder? Un dislate que acicateó el sábado negro.

La interminable crisis con el campo atravesó como un rayo todas y cada una de las teorías que se lucubraban en el laboratorio de Olivos imaginando décadas de gobierno con la santacrucificación de la Argentina: un líder basando su base de sustentación en el temor y no en el carisma; un Ejecutivo encerrado en sí mismo y trazando una raya diferenciadora: los que no están conmigo están contra mí.

Encontraron en gruesos sectores del campo la horma del zapato. Por primera vez, en los curtidos rostros de los chacareros que han convertido a las rutas en su lugar de residencia, apareció una resistencia que nadie hubiera imaginado. Reina por estas horas un clima espeso, con rasgos de anarquía en el que nadie sabe quién manda y quién es el mandado.

El máximo síntoma de debilidad apareció el viernes con el ridículo pedido a los gobernadores de que sean ellos los que ordenen el empleo de las fuerzas de seguridad para despejar las rutas. ¿Vive el oficialismo en una burbuja?

La situación resquebrajó el poder político que Néstor Kirchner había construido y le explotó en las manos a la presidenta Cristina Fernández, quien, en seis meses, sufrió una caída inédita en popularidad e imagen.

Fuera del far west en que se ha convertido el interior (ver páginas 2 a 12), es hora de empezar a introducirse en las huellas que la crisis deja en el kirchnerismo.

Los legisladores nacionales (como sucedía con la mayoría de los políticos en el 2001-2002) vuelven a sus provincias temerosos de encontrarse frente a un escrache o simplemente chocarse con las miradas de hiel de quienes los votaron hace muy poco tiempo y hoy se sienten traicionados.

Los legisladores nacionales (como sucedía con la mayoría de los políticos en el 2001-2002) vuelven a sus provincias temerosos de encontrarse frente a un escrache o simplemente chocarse con las miradas de hiel de quienes los votaron hace muy poco tiempo y hoy se sienten traicionados.

Los mandatarios de provincia del peronismo blasfeman por lo bajo a la Casa Rosada mientras observan la caída en picada que sufren en sus respectivas provincias.

Los muertos que, en Balcarce 50, creían haber matado han resucitado.

"Están locos", fueron las dos palabras que pronunció el jueves un ex gobernador mientras la tarde se vaciaba como las góndolas de los supermercados. ¿Cuál es la "locura" que embriaga desde hace meses a la presidenta y a su antecesor? Regar con nafta un incendio que día a día se hace más voraz por simple tozudez y por la no puesta en práctica de actitudes que todo el país está demandando: vocación de diálogo, reconocimiento de errores y una amplia convocatoria a todos los sectores para salir del escarnio que ya toca la economía y aumenta la angustia social.

Aunque el silencio de radio pretenda hacer creer que aquí no está pasando nada, Santa Fe fue el territorio que demostró la preocupación oficial. En 24 horas se desarmó la interna justicialista que el núcleo duro del kirchnerismo empezaba a ver como una luz roja.

Los medios porteños repiqueteaban todos los días y a toda hora con que Carlos Reutemann desafiaba el 13 de julio el poder de Kirchner, en un test match que terminaría provocándole la primera derrota intestina al santacruceño y que, de ahí en más, los desafíos se multiplicarían.

Temprano por la mañana del miércoles, la presidenta de la Nación llamó al operador Juan Carlos Mazzón y le ordenó explorar una lista de unidad que evite la compulsa interna. Agustín Rossi habrá sentido (pese a la redundancia) que ya nada tenía sentido y cedió la presidencia del partido al ultrarreutemista Ricardo Spinozzi.

Al Lole apenas le bastaron dos minutos para aceptar el pedido presidencial, sabedor también de que no corren buenos tiempos para hacer campaña proselitista.

Aunque hasta ahora nada se ha dicho, Cristina Fernández quedó con una sensación amarga tras su reunión del martes con Hermes Binner. "Este ya se cortó solo", comentaron por lo bajo una vez que el santafesino dejó la Casa Rosada.

Algo de razón tenían los voceros de Palacio: Binner llegó a Santa Fe, convocó a una conferencia de prensa y desacreditó los números de la coparticipación con los que se había entonado la presidenta.

Un mapeo sobre la realidad política de la bota azuzó el cambio de planes. Rossi tendría problemas para recorrer el interior por su defensa de las políticas nacionales hacia el agro y Reutemann adquiriría categoría de presidenciable si triunfaba en la interna. Santa Fe pasaría a ser la provincia perdida. Las internas se cayeron como un castillo de naipes frente a una leve ventisca.

Otra vez, como dice Jorge Asís en su última columna, la historia parece volver a golpearle la puerta al Lole. Nadie cree que si sucede volverá a negarse a atender porque se está afeitando. Córdoba y Entre Ríos viven procesos parecidos. Juan Carlos Schiaretti recuperó puntos tras la dudosa elección que le ganó a Luis Juez. El gobernador cordobés ayer invitó a los ciudadanos a participar de los piquetes.

El silencio de Mauricio Macri y el tono crispado de Elisa Carrió siembran un manto de dudas sobre la capacidad de la oposición extra-PJ para convertirse en alternativa. Lo advierte Eduardo Duhalde, quien como un tiburón huele la sangre y empieza a bucear un poco más cerca de la superficie.

La inmovilidad del gobierno hace consistente una vieja máxima que Cristina y Néstor deberían aprender de memoria: los cementerios políticos están repletos de hombres y mujeres que se plantaron con firmeza en sus "instintos" para sólo ver pasar los acontecimientos sin que siquiera voltearan la cabeza para decirles adiós.