El miedo es un poder invisible

¿Qué pasó en las profundidades del 26 de octubre? ¿Qué dice el resultado de nuestra sociedad? ¿Cómo consiguió el mileísmo ganar una elección en plena crisis política, económica y social de su propio gobierno? Como en todos los intentos explicativos, no existe una fuerza determinante a la que atribuir la totalidad del resultado electoral, pero sí existen mareas profundas (en ciencias marinas se le llaman mareas de primavera) que permiten entender mejor lo que pasó, y más importante aún, lo que está pasando. Se trata, sin dudas, de la consolidación de ciertas tendencias estructurales en la reconfiguración del sistema político que se abrió en 2023 con la llegada de Milei al poder, pero también, de una serie de hechos que marcan el pulso y organizan los sentimientos mayoritarios del electorado nacional del domingo 26O.

Si buscáramos identificar la raíz principal de la performance libertaria en la elección debiéramos comenzar analizando el rol de una emoción primaria: el miedo. ¿Miedo a qué? Y, más importante aún, ¿cuáles fueron las condiciones de eficacia de esa emoción política tan básica como la ira o la esperanza? La elección bonaerense de septiembre derribó el mito de la imbatibilidad electoral libertaria (las fuerzas del cielo pueden ser derrotadas en el terreno que definía su ventaja estratégica con relación a las fuerzas de la casta: la opinión pública) y explicitó que, en la actual correlación de fuerzas del sistema político en descomposición, el kirchnerismo sigue siendo la minoría opositora más relevante (de hecho, la elección despenalizó al kirchnerismo como herramienta de castigo electoral). Un peronismo que, más allá de las lecturas palaciegas sobre las tensiones del liderazgo ascendente de Kicillof o sobre el rol determinante de los intendentes en el resultado electoral de septiembre, para el electorado nacional, sigue orbitando en torno a la galaxia kirchnerista.

 La crítica social del ajuste enunciada por y desde el kirchnerismo, en su fase final frentetodista, es socialmente percibida como una reivindicación tácita de la emisión monetaria, el déficit fiscal, los altos impuestos, la inflación y los privilegios corporativos 

Es decir, el activador del miedo no es la fecha de la elección de la PBA, sino que los tímidos intentos por reconstruir al peronismo metropolitano se sigan organizando en torno al ideario kirchnerista: el Frente de Todos como morfología final, hace que la crisis de ese lugar de enunciación se extienda en todas las direcciones, de CFK a Massa, de Moreno a Grabois, de Kicillof a Máximo. ¿Es posible salir de esta trampa? ¿Hubiese contribuido una ruptura de Kicillof al momento del desdoblamiento a parir originalidad enunciativa? ¿Alcanza con una ruptura política sin una ruptura de ideas? ¿O acaso, lo único novedoso que deja la elección de septiembre es la emergencia de un nuevo poder -el poder bonaerense y autónomo de los intendentes que gestionan- dispuestos a reescribir un nuevo capítulo político desde abajo y desenganchados de la crisis nacional? 

Pasando en limpio: la emergencia del miedo a que un resultado adverso a LLA haga volar por los aires la economía no se produce porque LLA pueda perder, sino porque el kirchnerismo pueda ganar. La condición de eficacia del miedo fue la posibilidad cierta de un triunfo kirchnerista, que inmediatamente es asociado por la mayoría del electoral como sinónimo de crisis económica nacional y personal. ¿Por qué el kirchnerismo, otrora epicentro de orden político post-2003, hoy produce miedo? El kirchnerismo ha cristalizado en el imaginario nacional dominante como un agente del caos.

Esto quiere decir centralmente tres cosas: en primer lugar, el kirchnerismo, que hoy es el peronismo realmente existente (aún con todos sus matices internas), puede vehiculizar el descontento, pero no puede representar un cambio; en segundo lugar, que el antikirchnerismo tiene un consenso social, político y cultural más profundo que el antimileísmo, y que esa mayoría social organiza las hipotéticas mayorías políticas del sistema, tanto en una elección de medio término como en un ballotage; en tercer lugar, lo que se proyecta por detrás de la mayoría anti-kirchnerista es la persistencia de una fractura sociológica entre la clase media y el peronismo: gran parte del electorado independiente -inclusive de quienes no votan a Milei y que quizás no votaron en esta elección- asocia conceptualmente al peronismo con la inflación, con la crisis y con un Estado que no funciona. Valga la redundancia, lo asocia con el caos, no con el orden. Vaya problema para esa fuerza, para el peronismo y para el sistema político argentino (mientras el kirchnerismo siga siendo el principal organizador de la oposición).

Sin estas tres constataciones, la elección de septiembre, las amenazas de Trump, el alza del riesgo país y la campaña del miedo montada por el aparato comunicacional del mileísmo hubiesen carecido de la efectividad que tuvieron. En estas condiciones, y sin alternativas políticas con un programa económico real para aplicar, el electorado optó por pagarle electoralmente a LLA la construcción de un orden antiinflacionario y fiscal que es visualizado como un logro básico de cualquier esperanza productiva o de consumo futura. Para la mayoría electoral, la persistente presencia del kirchnerismo como oposición realmente existente del sistema representa una “amenaza destructiva” para los precarios logros de ese orden (y su posible evolución futura). Dicho de otro modo, la crítica social del ajuste enunciada por y desde el kirchnerismo, en su fase final frentetodista, es socialmente percibida como una reivindicación tácita de la emisión monetaria, el déficit fiscal, los altos impuestos, la inflación y los privilegios corporativos. Sin que ningún dirigente o figura peronista se encargue de desmentir en sus ideas y en sus prácticas ese conjunto de reivindicaciones y esa valoración que formula la clase media y el informalariado. El miedo es un poder invisible escribió Hobbes.

 Como en todos los intentos explicativos, no existe una fuerza determinante a la que atribuir la totalidad del resultado electoral, pero sí existen mareas profundas (en ciencias marinas se le llaman mareas de primavera) que permiten entender mejor lo que pasó, y más importante aún, lo que está pasando 

Más allá de la coyuntura

Las elecciones nacionales del 26 de octubre consolidaron ciertas tendencias estructurales en la reconfiguración del sistema político que se abrió en 2023 con la llegada de Milei al poder. Se trata de tendencias en estado de revolución permanente, como consecuencia de la dificultad de la LLA para institucionalizar un nuevo ordenamiento político, económico y social. Pero, ceteris paribus, el sistema comienza a manifestar patrones discernibles. Un orden en el aparente desorden. La primera tendencia estructural es la consolidación de LLA como única fuerza política nacional ascendente en el marco de un sistema que profundiza su descomposición. Es decir, un sistema que se fragmenta verticalmente (crisis de los partidos y liderazgos nacionales) y horizontalmente (guerra de religiones al interior de las viejas tradiciones políticas).

¿Cómo es posible que el poder nacional esté en crisis y al mismo tiempo esté germinando una inestable y plebeya herramienta política nacional? Una explicación presumible radica en la segunda tendencia estructural: la fractura que se va estabilizando entre la política nacional y la política subnacional, percibidas cada vez más por el electorado como dos jurisdicciones políticas diferentes. En el marco de esa división operativa de la representación, la política nacional queda -por el momento y hasta que no surja una fuerza contrahegemónica no kirchnerista- para LLA, mientras que el resto de los partidos quedan subordinados a los ámbitos provinciales y locales. Esta tendencia se manifiesta a lo largo de todo el calendario electoral: Milei “no pudo entrar” en los territorios de los gobernadores y, el 26 de octubre quedó de manifiesto que los gobernadores “no pueden entrar” a la política nacional.

La tercera tendencia estructural es que el peronismo pierde progresivamente su potencial de mayoría frente a la sociedad y se diluye como partido de representación nacional, ocupando un rol estable y utilitario de minoría intensa opositora (30-25% de los votos nacionales) dentro del sistema. Este sesgo conservador se ve impulsado por la reconversión del peronismo de maquinaria electoral a partido identitario. La implicancia de este deslizamiento a lo largo de la extensa hegemonía kirchnerista, es que la sociología metropolitana (centralmente el AMBA) valora más la unidad que la renovación. Sintomáticamente, todas las internas que emergen de la crisis de la “casa matriz” son diferentes formas de radicalización de la identidad kirchnerista (de Grabois a Moreno). Así, si en la década del 80s el electoralismo justicialista empujaba hacia afuera de las fronteras organizativas facilitando la renovación de ideas y dirigentes, en la postpandemia digital, el sectarismo identitario empuja hacia adentro de las fronteras organizativas, bloqueando cualquier posibilidad de liderazgo o idea por fuera de los contornos “sacralizados” del pasado (volver al 43, al 45, al 73, al 2003 o al 2008).

 Sin novedad, para la sociedad nacional son simplemente gobernadores buscando diputados para negociar (y en el peor de los casos, para entorpecer). Con novedad, para la sociedad nacional pueden ser una oposición a la altura de la época 

Resultado paradójico: la herejía no paga electoralmente pero el sectarismo identitario tampoco permite construir una nueva mayoría. Este laberinto funciona como una autoexclusión del PJ de los debates de la clase media y el informalariado en la era post 2023: nuevos partidos, nuevos liderazgos, nueva economía, nuevo reformismo. La defensa de la “identidad peronista” (proscripción, democracia en peligro, la doctrina, oposición dogmática al neoliberalismo, contradicción emocional entre la “crueldad de Milei” y el “amor peronista”, etc.) parece estar diseñada para desembocar en un programa de minorías (un partido testimonial que hace consciente la viabilidad de la derrota) y no para disparar nuevamente cierta ambición renovadora. Por lo tanto, romper ese nudo gordiano parece ser uno de los desafíos más complejos y relevante de la política peronista que aspire al poder.  

La cuarta tendencia estructural es una consecuencia de la polarización entre LLA y el tardo-kirchnerismo, y de la ruptura emocional de la sociedad con “los profesionales de la política”: un proceso de desaparición conceptual y práctica de la “tercera vía”, “centro” o “avenida del medio”, a través de una atomización acelerada y depuradora de las fuerzas partidarias y figuras políticas que representaban esa noción. El veto de la sociedad no es sólo contra las variantes de las cepas de CFK, sino también contra los “tacticistas de la grieta” que, en el imaginario social, son sinónimo de una corporación que se benefició a costa del declive argentino de los últimos 15 años. Para la sociedad que emerge de la larga decadencia nacional, detrás de las sonrisas de los afiches, de los argumentos rebuscados, de los trajes con corbatas celestes, se proyecta un engaño (a veces una picardía, una mentira o una canchereada). Y las víctimas de esa doble moral, son los argentinos de a pie. Por ello, y de acuerdo a esta cuarta tendencia estructural, lo contrario a Milei no es un Milei kirchnerista, pero tampoco una cooperativa de la realpolitik. Es un vacío de enunciación y productividad política que aún no ha sido creado.  

La performance de Provincias Unidas se ubica en este cuadrante. La involución de “Grito Federal” a “Provincias Unidas” se plasmó en una suma de gobernadores sin sociedad civil, que de cara al electorado no alcanza a superar la barrera de un partido de defensa corporativa de los intereses regionales (que ya habían votado favorablemente en las elecciones provinciales) para transformarse en una fuerza nacional. En ese sentido, en lugar de utilizar los territorios donde no tenían gobernadores para enriquecerse con nuevas figuras provenientes de la sociedad (apalancándose en la demanda de renovación), apostaron aquí y allá por el elenco estable de la política tradicional de los últimos 20 años. Para la sociedad, eso los transformó en una suerte de “ambulancia de la casta”. Los gobernadores pueden alcanzar para la política subnacional, pero para proyectarse a la política nacional y romper la trinchera que ha edificado la sociedad entre el espacio subnacional y el nacional, no pueden sólo ser gobernadores. 

 El activador del miedo no es la fecha de la elección de la PBA, sino que los tímidos intentos por reconstruir al peronismo metropolitano se sigan organizando en torno al ideario kirchnerista: el Frente de Todos como morfología final, hace que la crisis de ese lugar de enunciación se extienda en todas las direcciones, de CFK a Massa, de Moreno a Grabois, de Kicillof a Máximo 

Esto plantea un desafío mayúsculo para la estratégica alianza geopolítica y geoeconómica de Córdoba y Santa Fe: la construcción de una coalición política nacional, con epicentro en la Región Central, debe implicar una incorporación primordial de nuevos estereotipos sociales, que expresen la novedad cultural, económica y social que esta coalición podría darle al país. Es decir, debería implicar en forma transparente y de cara a la sociedad, un proceso genuino de renovación dirigencial en sintonía con las emociones anticasta de la sociedad. Sin novedad, para la sociedad nacional son simplemente gobernadores buscando diputados para negociar (y en el peor de los casos, para entorpecer). Con novedad, para la sociedad nacional pueden ser una oposición a la altura de la época. Ese ejercicio conlleva la capacidad de despojarse de sus ataduras partidarias y culturales. Del CFI a “la unión de fuerzas sociales” ¿Están a tiempo? ¿Pueden?

Bajar un cambio

Si el salvataje del tesoro norteamericano le permitió a LLA correr la elección, el salvataje electoral de la población argentina le permite al gobierno (o le debiera permitir), afrontar la resolución de las causas que lo trajeron a la crisis política, económica y social que casi se lo devora. La sociedad no le ha otorgado al gobierno un cheque en blanco ni una ratificación plena del ejercicio 2023-2025. Se trata más bien, de un salvataje social para que el gobierno disponga del oxígeno necesario para poder, ahora sí, darle orden, profundidad e institucionalidad a la reforma del capitalismo argentino. Es la sociedad, y no LLA, la que sacó a Milei de la crisis y le armó un nuevo bloque político.

Contradiciendo el diagnóstico de la política tradicional, la sociedad no estalla; por el contrario, utiliza las elecciones para seguir “quemando” las naves de la política tradicional. Dinámicas novedosas: ya no es el sistema político el que ordena el poder, es la sociedad (que corre por delante de la política) quien va reconfigurando el sistema político. En este marco, una porción significativa de la Argentina convalidó electoralmente el orden macroeconómico y el ajuste fiscal como logros básicos a resguardar frente a un eventual retorno de la política económica kirchnerista, que la sociedad mayoritaria juzga como anacrónica y responsable de los años de estancamiento. En esa disyuntiva, la sociedad postergó parte de su demanda productiva y de consumo para 2026-27, y le asigna el mandato de las reformas inconclusas a Milei y LLA con exclusión de otras fuerzas políticas.

 El veto de la sociedad no es sólo contra las variantes de las cepas de CFK, sino también contra los “tacticistas de la grieta” que, en el imaginario social, son sinónimo de una corporación que se benefició a costa del declive argentino de los últimos 15 años.

Fuente: Panamarevista