Con razón o sin ella, por un entramado complejo de causas, es un hecho objetivo que una parte de la sociedad está más enojada que agradecida con quien produce sus alimentos.

Las roturas de silobolsas, los veganos en la pista de la Rural de Palermo, la campaña contra los cerdos para China, el Proyecto Artigas, los animalistas “rescatando” gallinas ponedoras de sus jaulas, el movimiento de los “pueblos fumigados”, etc. son las exteriorizaciones más extremas de ese enojo, que se expresa más masiva y silenciosamente en las elecciones cotidianas en el mercado.

No se trata de un fenómeno exclusivo de la Argentina. En Europa estas reacciones llevan ya mucho tiempo y han empujado a los gobiernos a implementar distintas políticas que hoy se plasman en el Green Deal, y la estrategia “Farm to Fork”.

Hacia el largo plazo, seguramente se generará un nuevo contrato social entre el agro y la sociedad. Pero los términos de ese acuerdo dependerán de que en el corto y mediano plazos el agro pueda demostrar que es capaz de reparar el sistema terrestre mediante la adopción de prácticas que van mucho más allá de la neutralización de impactos (como las “buenas” prácticas, los cultivos de cobertura o la recuperación parcial de envases de agroquímicos, por ejemplo).

Sostener la línea argumental de que todo lo que se hace en el agro argentino está bien y que somos perseguidos por el mundo por nuestra alta competitividad, no parece una actitud razonable. Es necesario asumir errores que se cometieron en un contexto (paradigmas y valores) que se ha modificado y mostrar voluntad de cambio, para revertir la imagen que hoy tiene la sociedad.

Se sugieren aquí algunas ideas que deberían adquirir el carácter simbólico de gestas nacionales para llevarlas adelante.

1) El gran cinturón verde del norte argentino: un mega proyecto de restauración del paisaje como opción de desarrollo rural, que implique la reforestación con especies de áreas deforestadas, por ejemplo, a lo largo de las rutas 34, 16 y 12, desde Salvador Mazza a Iguazú.

Si se reforestaran 50 m a cada lado de esas rutas implicaría plantar unas 18.000 has, lo que constituiría un importante secuestro de carbono, aumentando la oferta de servicios ecosistémicos como calidad de agua, control de la erosión, valores culturales, regulación del clima, reducción de vulnerabilidad, regeneración de la biodiversidad, etc.

La movilización económica que implicaría sería enorme: viveros forestales, mano de obra, maquinaria, transporte, etc. etc.

Este proyecto debería involucrar tanto a la sociedad civil (productores, alumnos de escuelas, ONGs, ciudadanos en general) como a los gobiernos provinciales y especialmente municipales a lo largo de esos 1.800 km.

Podría haber múltiples iniciativas de “cinturones verdes”.

2) Reconversión energética del agro o “Cero combustibles fósiles” a 2050: el sector agropecuario argentino es responsable del 22% del consumo total de gasoil de nuestro país, unos 3.800 millones de litros por campaña en la producción y transporte.

Al mismo tiempo, el agro es productor de biocombustibles. Hay numerosos trabajos que indican que técnicamente el reemplazo es posible en la maquinaria agrícola y –desde ya- en el parque de camiones y vehículos utilitarios.

Si se lograra modificar la reglamentación del “uso propio”, un productor que tiene el grano de soja, por ejemplo, podría entregarlo a una industria y recibir a cambio biodiesel para su maquinaria o para negociar con los transportistas.

No sólo se trataría de un aporte importante para disminuir las emisiones de carbono del país, sino que se constituiría un fuerte mercado interno para los biocombustibles, se desarrollarían una serie de nuevas tecnologías, maquinaria nacional, etc. etc.

3) Nuevas formas de forestación para capturar carbono: aumentar la superficie forestada
Es parte central de la propuesta argentina en el acuerdo de París para mitigar el cambio climático. Sin embargo, en las principales áreas agrícolas del país la forestación difícilmente logre competir con los cultivos comerciales como soja, maíz, girasol, trigo, etc. Al mismo tiempo, en la mayor parte de ellas, el alambrado ha perdido su sentido tecnológico en la medida en que la ganadería ha sido desplazada.

Varios países consideran dentro de sus estrategias de mitigación, la promoción de una práctica agroforestal como la plantación de “cercos vivos” (diferente de cortinas forestales) que permite secuestrar carbono, reducir la emisión de gases de efecto invernadero, favorecer la biodiversidad y mejorar la salud de los suelos.

En un cálculo rápido, si en las provincias pampeanas se implantaran especies nativas 1 metro a cada lado del 20% de los alambrados perimetrales (sin considerar alambrados internos) de las explotaciones (CNA 2018), significaría forestar casi 29.000 hectáreas.

Otras iniciativas en este sentido podrían ser: implantar por ley cercos vivos a lo largo de las rutas nacionales

4) ¿Glifosato cero?: El glifosato es el herbicida más utilizado a nivel mundial, lo que lo colocó en la mira de la agenda pública ambientalista convirtiéndolo en “símbolo del mal”. Lograr su reemplazo tendría un efecto simbólico contrario equivalente, pero ¿qué podría suceder con el negocio agrícola argentino sin ese herbicida?

Hay varios factores que facilitarían ese camino: el número creciente de malezas resistentes (39, 15 de las cuales resisten a dos o más), la aparición de nuevos herbicidas en el mercado, la expansión de los cultivos de servicio, promisoria maquinaria para control mecánico de malezas manteniendo gran parte de la cobertura vegetal en superficie, etc.

EEA INTA Marcos Juárez, 2021: maíz sembrado sobre suelo con Vicia villosa con una rolada, sin herbicidas

Son indicadores de que el modelo de control de malezas que sostuvo la gran expansión agrícola en los últimos 30 años se está agotando y que se está produciendo un cambio tecnológico. ¿Por qué no adelantarse y ponerle una fecha de vencimiento a la vigencia del glifosato en Argentina?

5) Plan de acción para la protección de los polinizadores: Argentina no escapa al problema global de los altos niveles de amenaza a que se encuentran sometidos los insectos polinizadores, en particular abejas y mariposas, y se confirman los descensos poblacionales de los polinizadores silvestres a nivel nacional, regional y local. Huelga destacar el rol fundamental de estos insectos en la reproducción de las plantas cultivadas. Se sugiere que sea el sector el impulsor principal de una estrategia nacional para la conservación de los polinizadores, que tenga como ejes:

- Promover hábitats favorables para los polinizadores, incluyendo prácticas agrícolas sostenibles.

- Mejorar la gestión de los polinizadores y reducir los riesgos derivados de plagas, patógenos y especies invasoras.

- Evitar y reducir el uso de los pesticidas perjudiciales para los polinizadores domésticos y silvestres, y desarrollar alternativas a su uso.

- Apoyar investigaciones que ayuden a cubrir los vacíos de conocimientos existentes en relación con la conservación de polinizadores.

Implementar estas ideas-gestas requiere de desafíos complejos para el contexto argentino:

- Acuerdos amplios dentro del sector agropecuario para incluir a la mayoría

- Acuerdos público-privados para que las iniciativas se traduzcan en políticas que trasciendan el corto plazo.

Por Alejandro Valeiro