La situación agrícola en el sur de la provincia de Santa Fe refleja una disminución en la superficie del cultivo de trigo. Esto se da por la combinación de múltiples factores, entre los cuales tienen un importante protagonismo las escasas precipitaciones, que interrumpieron las labores al inicio de la siembra de los trigos de ciclo corto. También, en los lotes implantados se dio una marcada disminución del uso de fertilizantes, por lo que investigadores del INTA asumen que impactará en la productividad de los cultivos.

Julia Capurro, especialista en cultivos de cobertura del INTA Cañada de Gómez –Santa Fe–, expresó: “La superficie de trigo bajó en promedio entre un 20 % y 30 % en toda el área respecto de la campaña pasada, pero esa disminución fue más pronunciada en una amplia zona que recibió menos lluvias durante el mes de junio, donde disminuyó entre un 40 % y 50 %”.

Por esto, los productores de la región vuelcan altas expectativas en conservar los rindes proyectados de los próximos cultivos estivales y evitar pérdidas. En este sentido, el equipo de especialistas del INTA Cañada de Gómez recomienda lograr mayor cobertura de los suelos con el objetivo de implantar los cultivos con mejor nivel de humedad.
“Para atender a la sustentabilidad de los sistemas productivos es imprescindible que los lotes permanezcan con una cubierta verde durante todo el año”, sostuvo Capurro.

Los cultivos estivales ocupan los lotes desde mediados de primavera hasta inicios del otoño. Durante el resto del año, la implantación de cultivos de cobertura, como gramíneas, leguminosas y sus mezclas, permite aprovechar insumos del ambiente tales como la luz del sol, el agua y los nutrientes del suelo para generar una cubierta verde y enfrentarse naturalmente con malezas.

“Esta estrategia posibilita, antes de la llegada de las lluvias primaverales, crear un techo vegetal que, anclado por sus raíces, no será arrastrado por los escurrimientos superficiales y facilitará el ingreso y conservación de una mayor cantidad de agua de lluvia en el perfil del suelo”, agregó la especialista.

En este sentido, Capurro comentó que realizaron mediciones en un cultivo de soja que recibió una lluvia de 60 milímetros por hora de intensidad. “Una vez transcurridos ocho minutos, en promedio, comenzaron los escurrimientos superficiales, los cuales provocaron la pérdida del 49 % del agua caída. Es decir, en ese suelo sólo ingresaron 31 milímetros de ese total registrado”.

Al mismo tiempo, la inexistencia de cobertura da lugar a que las temperaturas en la superficie edáfica sean más elevadas y se incrementen los procesos de evaporación, en donde el agua del suelo retorna a la atmósfera sin intervenir en el proceso productivo.

En contraposición, “en el mismo cultivo de soja, implantado sobre un cultivo de cobertura, los escurrimientos dieron inicio a los 35 minutos en promedio e ingresaron al perfil 43 milímetros de los 60 milímetros de lluvia”, destacó la especialista. Estos valores resultaron significativamente superiores en comparación con la situación previamente mencionada.

En el sur de la provincia de Santa Fe, el 70 % de las precipitaciones se registran entre el mes de octubre y marzo, por lo que resulta imperioso implementar estrategias que permitan captar y almacenar la mayor cantidad posible de las mismas.

“Si a este efecto sobre el balance de agua del suelo, le sumamos el importante aporte de nutrientes como nitrógeno que puede alcanzar por fijación biológica una especie leguminosa como vicia sp., los beneficios a los sistemas productivos se multiplican”, puntualizó Capurro.

“La implantación de cultivos de cobertura tiene que ver con objetivos a corto plazo como el almacenamiento de agua en el suelo, la competencia con malezas y el aporte de nutrientes”, destacó Capurro. Asimismo, concluyó que esto también tiene especial relación con objetivos a mediano y largo plazo, como la captura de carbono a través de buenas prácticas agrícolas que incrementen los niveles de materia orgánica de los suelos.