El discurso es —por supuesto— para consumo del vulgo. Luce bien sostener que los problemas que aquejan al país son de semejante dimensión que representaría una falta de sensibilidad alarmante pensar hoy en los comicios presidenciales. Por un temor reverencial al qué dirán los referentes más destacados del peronismo, el radicalismo y el kirchnerismo, como los de las otras agrupaciones de relevancia, han uniformado su discurso. Pero, por cuerda separada, a esta altura del calendario la puja electoral les quita el sueño, y sus principales afanes se hallan dirigidos a determinar de qué manera habrán de posicionarse de cara al momento en que se reabran los cuartos oscuros a lo largo y ancho de la geografía nacional.

Hay una marcada diferencia que separa al oficialismo, en sus distintos niveles, de las facciones opositoras. Mientras Alberto Fernández y Cristina Kirchner miran el futuro con cierta desazón, en los campamentos opositores todo es euforia. Aquéllos son pesimistas, no por vocación sino por realismo. Éstos se hallan en el mejor de los mundos porque no tienen la responsabilidad que les compete a sus adversarios y están a cubierto del deterioro propio que sufre

cualquier oficialismo en medio de una crisis. Los Fernández en su fuero íntimo piensan igual, sólo que —por razones de concesión política— no pueden vocear a los cuatros vientos su parecer.

El presidente carece de espacio para transparentar su preocupación. Si dijese que los comicios por venir están perdidos, cometería un suicidio. Por lo tanto, en cuanta oportunidad se le presenta, redobla la apuesta y proclama a quien quiera escucharlo que va a ganar. En petit comité, tanto él como su grupo de confianza, son conscientes de que sólo si son capaces de ponerle un dique al proceso inflacionario, marcharán a las urnas con alguna posibilidad de éxito, por mínima que fuese. De lo contrario, ni siquiera estarán en condiciones de disputar las internas abiertas fijadas para agosto de 2023.

La estrategia de la vicepresidente —cuya convicción acerca de la derrota a sufrir dentro de quince meses es absoluta— tiene dos patas: 1) hacer lo imposible para que el presidente no sea el candidato del Frente de Todos; y 2) conservar, en beneficio suyo, las banderas populistas con base en las cuales montar el tinglado opositor al gobierno de derecha que imaginan aposentándose en Balcarce 50 en diciembre de 2023. La dificultad que la Señora encuentra es directamente proporcional al desflecamiento del peronismo y a la merma de su poder en el seno de ese movimiento.

A diferencia de cuanto ocurría hasta antes de las elecciones de medio término, el camporismo luce una musculatura frágil. Las órdenes de la Señora muchas veces no son acatadas y, cada vez más, lo que fue una fuerza monolítica se ha transformado en un mosaico variopinto. El kirchnerismo duro es hoy una de las muchas banderías del peronismo con cierto peso específico en la primera y tercera sección electoral del Gran Buenos Aires. Es casi un partido de dimensión provincial.

En las tiendas de campaña de Juntos por el Cambio dan por sentado su triunfo el año que viene. Y no es que exageren la nota o se hayan dejado llevar por un exitismo fuera de lugar. No existe encuesta que no coloque a esa fuerza al tope de las preferencias de la gente. Arrastran, por supuesto, diversos problemas que se vinculan más con el armado de una coalición compuesta por radicales, partidarios del Pro y seguidores de Elisa Carrió, que con el número de votos que puedan hacer suyos. La segunda complicación en su camino tiene nombre y apellido: se llama Javier Milei, para el que no encuentran antídoto que les permita detener su crecimiento exponencial.

Los planes de gobierno que se hallan empeñados en forjar los diferentes jefes de Juntos por el Cambio delatan su convencimiento de que van camino a conseguir un triunfo rotundo.

Por ahora casi todo pinta bien, excepto por los dos aspectos, de distinta índole, mencionados antes. En efecto, aunque parezca mentira, los cambiemitas muestran un flanco algo débil por el lado de la proliferación de presidenciables. Así como el peronismo —por primera vez en su historia— carece de figuras con peso electoral significativo, a sus opositores le sobran. Basta pasar revista a los relevamientos para determinar cuál es la intención de voto de la ciudadanía y así darse cuenta de cuán bajo han caído Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Axel Kicillof y Máximo Kirchner.

En cuanto a Wado de Pedro, no mueve el amperímetro. Horacio Rodríguez Larreta, Facundo Manes, Patricia Bullrich, Mauricio Macri y Gerardo Morales, al menos, aspiran a sentarse en el sillón de Rivadavia. Pero este dato que cabe considerar promisorio y que revela una gran oferta electoral, oculta una contracara peligrosa.

Determinar quién va a ser en definitiva el candidato aceptado por todos, es cosa fácil de contestar en teoría. En la práctica arrastra sus bemoles. ¿Por qué? —Básicamente en razón de que los cinco referentes antes nombrados no pueden presentarse a las PASO todos juntos. Carecería de sentido.

Lo lógico es que hubiese —dada la paridad de fuerzas— una fórmula encabezada por un radical y otra del PRO, que dirimieran supremacías en las internas abiertas. Pero ello conlleva la obligación de elegir previamente, dentro de cada agrupación, al candidato. ¿Cómo hacerlo? Ahí comienzan las diferencias de no poca monta.

Habrá que ver si los partidos que conforman Juntos por el Cambio están dispuestos a llevar a cabo unas elecciones cerradas antes de presentarse en las PASO. Además, es del caso considerar la posibilidad de que introduzcan una modificación a la ley que permita que las fórmulas ganadoras en las primarias puedan sufrir cambios. Por ahora son todas conjeturas y suposiciones respecto de cómo evolucionará una cuestión que se las trae y que genera —en el Pro más que en la UCR— discusiones acaloradas.

Por último está Javier Milei cuya estrategia ha sido correr desde atrás y hasta aquí su plan le ha salido a pedir de boca. Se ha convertido en la estrella de la política criolla y no muestra puntos débiles en su armado ni en el desarrollo de la campaña. Nadie podría discutir su liderazgo —como sí sucede en las demás fuerzas—, le sobran fiscales para controlar mesas a nivel nacional y ha hecho suyo el discurso en contra de la casta. En medio de una crisis que no hará más que agigantarse con el paso del tiempo, es el único de los candidatos en cuyo horizonte parecen no existir las complicaciones estratégicas.

Hasta la próxima semana.